– Éste no es momento ni lugar…
– Es el único lugar que tenemos, Luke, y el tiempo se nos está agotando. ¿O es que no lo has notado? Hoy has ganado una jugada, ¿recuerdas? Has vencido a ese cabrón. Y los dos sabemos que no se va a tomar bien la derrota. Hará otro movimiento, seguramente ya esté haciéndolo. Estará eligiendo a su próxima víctima, si es que no la eligió hace mucho tiempo. Estará preparando una de las máquinas de matar que le quedan.
Lucas exhaló un suspiro y dijo con firmeza:
– Son casi las diez. ¿Por qué no te cambias y te quitas el maquillaje y nos vamos de aquí?
– Puedes encontrarle, ¿sabes?
– Sam, por favor.
– Se nutre del miedo, Luke. Si lo que vi cuando toqué ese colgante es cierto, lleva muchísimo tiempo alimentándose del miedo. Está todo dentro de él. Tú puedes sentir eso. Lo único que tienes que hacer es conectar con él.
– Te esperaré fuera. -Lucas salió de la caseta.
Samantha se quedó mirando un rato el lugar por donde había desaparecido; después se puso en pie y entró en la parte de atrás, protegida por una cortina. Se quitó el traje de Madame Zarina y se embadurnó la cara de crema para quitarse el maquillaje, y mientras estudiaba su rostro en el espejo pensó que últimamente cada vez había menos diferencias entre la cara envejecida de Madame Zarina y la suya.
Se quitó pulcramente el maquillaje y otros accesorios, con ademanes más lentos de lo que era costumbre en ella, acabó de recoger sus cosas y salió de la caseta para reunirse con Luke.
Al ver a su alrededor la feria iluminada y ruidosa dijo distraídamente:
– Me pregunto si estará aquí, observándonos. Me pregunto qué hay aquí que tanto le fascina.
– Estás tú -dijo Lucas.
Antes de que ella pudiera responder apareció Leo.
– Sam, Ellis me ha dicho que te ha sangrado la nariz -dijo, preocupado-. ¿Estás bien?
– Sí, estoy bien. Sólo un poco cansada.
– Voy a llevarla al motel -dijo Lucas.
– Intenta que duerma hasta tarde, ¿quieres? -dijo Leo-. Y, Sam, nada de trabajar mañana por la noche. De hecho, mañana no hay función. Ya he puesto el cartel de que cerramos.
– Por mí no hacía falta.
Leo sacudió la cabeza.
– Es por todos. Últimamente no pasas mucho tiempo por aquí, así que no te has dado cuenta de que todo el mundo está ansioso y con los nervios a flor de piel. Han pasado demasiadas cosas. Un par de personas hasta me han pedido que recojamos nuestros bártulos y nos larguemos de Golden.
Samantha no miró a Lucas.
– Se supone que sólo vamos a quedarnos hasta el lunes que viene.
– Sí. Y eso haremos… a no ser que cambies de idea.
– Ya veremos -dijo ella.
– Avísame si es así. -Leo suspiró-. Mientras tanto, a todos nos vendrá bien una noche de descanso. De hecho, creo que la mayoría quiere ir al pueblo y quedarse en el motel. No sé si es por los nervios o por la necesidad que todos tenemos de dormir de vez en cuando fuera de una caravana.
Lucas tomó a Samantha de la mano, lo cual la sorprendió, y le dijo a Leo:
– Cuida de tu gente. No creo que el asesino elija como objetivo a uno de los vuestros, pero no puedo estar seguro. Así que cubríos las espaldas.
– Lo haremos, Luke. Gracias.
Mientras Lucas la conducía hacia el aparcamiento y hacia su coche de alquiler, Samantha dijo con calma:
– Leo todavía te está agradecido porque salieras en defensa de la feria hace tres años. Cuando esa basura acerca de gitanos que robaban niños apareció en la prensa, empezaron a ocurrir cosas muy feas. Si no hubieras convencido a las autoridades locales para que nos protegieran y no hubieras insistido en que nadie de la feria estaba involucrado en el caso, sabe dios cómo habría acabado aquello.
– Sólo hacía mi trabajo.
– No hacías sólo tu trabajo y los dos lo sabemos.
Lucas abrió en silencio el coche de alquiler y sostuvo la puerta del acompañante para que ella entrara.
Samantha montó, consciente de nuevo de su cansancio. Y se preguntó, al rodear Lucas el coche para deslizarse tras el volante, si su plan iba a funcionar. Ya no estaba segura. Sí, Luke había sido capaz de encontrar al sheriff a tiempo y contra todo pronóstico, pero Samantha tenía de pronto la impresión de que sus barreras defensivas eran aún más altas y gruesas que antes.
Se había acercado demasiado y él había vuelto a replegarse sobre sí mismo. Tal vez para siempre.
Mientras salían de los terrenos de la feria, él dijo:
– Tengo que pasarme por mi habitación para recoger un par de cosas.
– No tienes que quedarte conmigo esta noche.
– No pienso discutir sobre esto, Sam. Voy a quedarme contigo. Hasta que esto acabe.
– Si es necesario que tenga un guardaespaldas, seguro que a Jaylene no le importaría tener una compañera de cuarto.
– Deja de presionarme, Sam.
– No te estoy presionando, sólo intento ofrecerte una salida.
– No quiero una salida.
– Ya, sólo quieres castigarme aplicándome el tratamiento de silencio.
– Yo no intento… -Él sacudió la cabeza-. Dios mío, me vuelves loco.
– Pues no se nota. La verdad es que casi nunca se te nota nada. Al menos, en la cara. Dentro sí, hay intensidad y fuerza, pero casi siempre las contienes, las mantienes ocultas. ¿Es así cómo te educaron, para no demostrar emociones, ni sentimientos? ¿Es eso en parte?
Lucas no respondió. De hecho, no dijo una sola palabra durante el resto del trayecto hasta su motel y, después, de vuelta al de ella. Samantha también guardó silencio y, una vez en la habitación, dejó que él cerrara la puerta con llave y fue a darse una ducha, como solía.
No se entretuvo, esta vez, bajo el agua caliente, que no logró ni relajarla ni disipar el frío que sentía por dentro. Salió y se secó; se puso un camisón y una bata. Se envolvió el pelo en una toalla y después, helada, usó el secador para acabar de secárselo.
Cuando salió del cuarto de baño y entró en el dormitorio, encontró a Lucas de pie, mirando con gesto circunspecto el televisor y, al seguir su mirada, entendió el porqué.
La fachada del departamento del sheriff… y su llegada con Wyatt Metcalf.
La presentadora estaba introduciendo enérgicamente la crónica del enviado especial; a continuación, éste apareció en pantalla con el edificio del departamento del sheriff al fondo. En su voz resonaba esa excitación apremiante, aunque sofocada, tan propia del periodismo televisivo, mientras ponía rápidamente al corriente de la investigación a los telespectadores y detallaba la búsqueda y el rescate del sheriff del condado de Clayton.
– … y fuentes cercanas a la investigación aseguran que los ayudantes del sheriff y los agentes federales recibieron la ayuda de una presunta vidente en la búsqueda del sheriff. Dicha vidente se llama Samantha Burke, aunque usa el sobrenombre de Madame Zarina cuando adivina la buenaventura en una feria ambulante actualmente instalada en Golden. Mis fuentes afirman que, al parecer, ya se había visto implicada con anterioridad en investigaciones policiales.
Era asombroso, pensó Samantha, lo sospechosa que podía sonar la expresión «verse implicada».
– Tom, ¿ha confirmado la policía o los agentes federales si esa tal señorita Burke les ayudó a localizar al sheriff Metcalf?
– No, Darcell, las autoridades se han negado a hacer comentarios al respecto. Sin embargo, mis fuentes aseguran que desempeñó un papel esencial en el rescate del sheriff, y los vecinos del pueblo apenas hablan de otra cosa. Esta mañana, la propia señorita Burke hizo unas breves declaraciones en la escalinata del departamento del sheriff, afirmando que la persona que secuestró y asesinó a la inspectora Lindsay Graham la semana pasada había dejado un objeto en el apartamento de la víctima, objeto que, según dijo la señorita Burke, le provocó una visión. No entró en detalles acerca de la supuesta visión, pero afirmó estar segura de que esa misma persona había secuestrado al sheriff Metcalf. Parecía dispuesta a seguir hablando, pero uno de los agentes federales involucrados en la investigación cortó su declaración bruscamente y la hizo entrar en el edificio.