La policía, sin embargo, no tomó aquella ruta hasta su final. Detuvieron los vehículos a más de dos kilómetros de la casa y se aproximaron a pie, diseminándose para rodear con cautela la casa y el establo.
Era un día gélido y el humo que se alzaba de la chimenea indicaba que había alguien en el interior de la casa.
Agazapado junto a Lucas, al resguardo de una afloración de granito, Wyatt observaba la casa y el establo, situados a unos cincuenta metros de distancia.
– La casa es vieja -dijo en voz baja- y no tiene más calefacción que la chimenea, a no ser que Gilbert haya instalado algo más moderno.
Lucas asintió y dijo:
– Quiero que nos quedemos aquí unos minutos, observando. Glen… -Volvió la cabeza para mirar al joven ayudante, que estaba allí cerca-, ¿puedes dar la vuelta para ver si el establo tiene una entrada trasera? Y mira a ver si da la impresión de que haya salido o entrado un todoterreno hace poco tiempo.
– Dalo por hecho.
– ¿Te preocupa la advertencia de tu jefe? -le preguntó Wyatt a Lucas.
Habían silenciado todas las radios, pero por suerte habían descubierto que sus teléfonos móviles funcionaban, al menos intermitentemente, allá arriba, y Lucas había recibido la llamada de Bishop media hora antes.
– Me tomo en serio cualquier advertencia -contestó Lucas, pero se abstuvo de añadir que lo que más le inquietaba era la breve confesión de Bishop de que al menos otros dos agentes habían estado trabajando en la sombra desde hacía un par de semanas. No tenía, sin embargo, nada que objetar a su presencia… aunque no era el primer agente de la Unidad de Crímenes Especiales que deseaba que su jefe no fuera tan hermético para algunas cosas.
Lo que le ponía nervioso era la insidiosa certeza de que habían estado sucediendo cosas a su alrededor sin que él tuviera conciencia de ello. Quizá demasiadas cosas.
Nunca había sido capaz de desarrollar las refinadas percepciones que otros miembros de la brigada llamaban su «sentido de arácnido», porque, según Bishop, su concentración dejaba fuera los estímulos externos, en lugar de focalizarlos. Y por primera vez empezaba a preguntarse seriamente si Samantha no tendría razón al presionarle para que conectara con sus propias emociones a fin de emplear sus facultades con mayor eficacia.
Salir de sí mismo, bajar la guardia… por muy vulnerable y fuera de control que ello le hiciera sentirse.
– Mira -susurró Wyatt de repente.
Allá abajo, un hombre salió de la vieja casa y comenzó a cruzar el medio acre de terreno que le separaba del establo. A medio camino se detuvo y se quitó del cinturón el teléfono móvil, que había empezado a sonar.
Lucas arrugó el ceño.
– ¿Por qué tengo la sensación de que esto no va bien? -murmuró.
Con los prismáticos pegados a los ojos, Wyatt contestó:
– Está contento. Y ahora… parece enfadado.
Incluso sin prismáticos, Lucas vio que Andrew Gilbert miraba a su alrededor recelosamente, y confió para sus adentros en que todos los ayudantes del sheriff estuvieran bien escondidos y en silencio.
– Alguien le ha avisado -dijo Lucas.
– ¿Quién? -preguntó Wyatt.
– No lo sé.
– Dijiste que trabajaba solo.
Lucas apenas vaciló.
– Y sigo creyéndolo. No confiaría en un socio. Él no.
Gilbert apretó el paso hacia el establo mientras seguía hablando por teléfono. Después volvió a colgarse el teléfono del cinturón, abrió la puerta y desapareció en el interior del edificio.
Lucas miró su reloj y le dijo rápidamente a Wyatt:
– Haz correr la voz entre los otros jefes de grupo de que nos pondremos en marcha dentro de dos minutos, a las tres y veintidós exactamente. Conforme al plan previsto.
Wyatt cogió su teléfono móvil.
Glen regresó en ese momento.
– El establo tiene una entrada trasera -informó a Lucas rápidamente- y está bien escondida de los vecinos. Da a un camino de ganado abandonado que sube hacia las montañas. Y últimamente se ha usado mucho. Me encontré con Jaylene por el camino y su grupo va a cambiar de posición para cubrir mejor ese lado del establo. Me encargó que te dijera que Gilbert no podrá pasar por allí.
– Muy bien -dijo Lucas-. Sobre todo, habiendo dos francotiradores con ella. Glen, tú vienes con nosotros. Iremos por delante… y no nos haremos oír hasta que estemos dentro.
– Espero que ahí dentro haya algún sitio donde parapetarse -masculló Wyatt, aunque ello no parecía importunarle demasiado.
Lucas recordó la visión de Samantha y confió en que lo que ésta había visto fuera tan literal como solían serlo sus visiones.
Comprobó su reloj, hizo una seña a los demás y comenzó a moverse rápidamente pero en silencio por la pendiente, en dirección al establo.
Al aproximarse al edificio, oyó sonidos leves procedentes de su interior y dedujo que Gilbert se disponía a marcharse y estaba llenando de combustible el depósito del vehículo, seguramente con pequeñas latas de gasolina que habría llevado hasta allí sin llamar la atención. Y, por suerte para los que rodeaban el establo, el depósito de un Hummer no era pequeño.
Cuando alcanzaron la puerta, Lucas levantó suavemente el pedazo de madera envejecida que servía como pestillo, empujó sin vacilar la puerta e irrumpió en el establo con el arma en alto.
Por suerte había, frente a la puerta y a un lado de ella, numerosas balas de heno apiladas tras las que refugiarse, acaso listas para moverse de un lado a otro e impedir que alguien que se asomara por curiosidad al establo viera lo que había dentro. Lucas, Wyatt y Glen se precipitaron tras ellas y tomaron posiciones para abrir fuego mientras Lucas gritaba:
– ¡Alto, Gilbert! ¡FBI!
De pie junto a la puerta abierta de su Hummer, vuelto hacia la parte trasera del vehículo y hacia la policía, Gilbert se quedó inmóvil. Por un instante. Luego, torció los labios con un gruñido y estiró la mano hacia el coche.
Ninguno de los policías vaciló.
Sonaron tres disparos y Gilbert levantó bruscamente la mano y soltó la pistola. Cayó de espaldas contra la puerta del vehículo, y en su camisa y su chaqueta de color claro brillaron húmedas manchas de sangre cada vez más extensas.
Lucas salió de detrás de las balas de heno y se acercó a él con el arma lista; sólo estaba a unos pasos de distancia cuando Gilbert tosió, escupió algo de sangre y se deslizó hacia abajo, pegado a la puerta abierta, hasta quedar sentado en el suelo.
Cuando Lucas se cernió sobre él, Gilbert le miró directamente a los ojos y con una sonrisa extraña y fija y un último gemido sanguinolento murmuró:
– Jaque mate.
Wyatt, que se había reunido con Lucas a tiempo de oírle, gruñó:
– Por lo menos el muy cabrón sabía que le habías vencido.
– ¿Sí? -En lugar de alegría triunfante o incluso de satisfacción, Lucas sentía un vago desasosiego. Se agachó para recoger la pistola de Gilbert y se enfundó la suya-. Hay que registrar esto y la casa -dijo-. En realidad, lo único que tenemos que le vincula a los secuestros y a los asesinatos son pruebas circunstanciales, y muy pocas.
– Los dos sabemos que es él.
– Sí. Pero tiene que haber pruebas que le relacionen con los crímenes, y tenemos que encontrarlas.
– ¿Qué os parece ésta? -preguntó Glen desde la parte de atrás del Hummer.
Había abierto el maletero para inspeccionar la zona de carga y tenía la mirada clavada en el interior del todoterreno.
Wyatt y Lucas se reunieron con él, y Lucas apenas se dio cuenta de que otros policías entraban en el establo mientras miraba la zona de carga del coche.
Volcada hacia atrás en el maletero, que en el que cabía a duras penas, había una silla de madera de respaldo alto, obviamente construida a mano. Parecía bastante corriente, de no ser porque tenía dos extraños soportes a ambos lados del respaldo, casi en la parte más alta.