Atravesamos el patio trasero y salimos al lado norte del centro comercial de Bear Valley donde había locales de todas las cadenas de comida chatarra. Escabulléndonos por las playas de estacionamiento, nos metimos en un laberinto de callejones en medio de galpones. Corno ya no estábamos a la luz de los reflectores, nos atrevimos a correr.
Al poco rato, Clay y yo comenzamos a correr carreras. Era más una carrera de obstáculos que otra cosa, con resbalones y tropezones. Yo estaba a la cabeza cuando oímos que un tacho de basura se caía al final del callejón. Los tres nos detuvimos resbalando para escuchar.
– ¿Qué mierda estás haciendo? -dijo una voz joven-. Ten cuidado y ponte en marcha. Si mi viejo descubre que nos escapamos me va a desollar.
Otra voz masculina contestó con una risita de borracho. El tacho de basura se arrastró por la grava y luego aparecieron dos cabezas. Traté de retroceder a las sombras y di contra una pared. Estaba encerrada entre una pila de basura y un montón de cajas. Enfrente de mí, Clay y Nick se metieron en un portal, hundiéndose en la oscuridad, de modo que sólo se divisaba el fulgor azul de los ojos de Clay. Me miró a mí y luego a los muchachos, diciéndome que las sombras no me ocultaban. Era demasiado tarde. Sólo podía esperar que los muchachos estuvieran demasiado borrachos como para prestar atención a lo que los rodeaba mientras avanzaban a tropezones.
Los muchachos hablaban de algo, pero las palabras pasaron por mis oídos como ruido blanco. Para entender el habla humana estando bajo esta forma, tenía que concentrarme, como tenía que concentrarme para entender a alguien que hablara en francés. Ahora no podía ocuparme de eso. Estaba demasiado ocupada mirándoles los pies a medida que se acercaban.
Cuando llegaron junto a la pila de basura, me agaché y me aplasté contra el piso Sus borceguíes dieron tres pasos más, y Pasaron justo delante de mi escondrijo. Me obligué a no escuchar; a mirar sus rostros solamente y guiarme por lo que viera. No tenían más de diecisiete años. Uno era alto y llevaba chaqueta de cuero con la cabeza rapada y aros en los labios y en la nariz. Su compañero estaba ataviado de modo similar, pero sin la cabeza rapada y los aros, y le faltaba el coraje o la idiotez para convertir una moda en una desfiguración semipermanente.
Continuaron hablando mientras se alejaban. Entonces el chico rapado tropezó. Al caer; giró para tomarse del costado del basurero y me vio. Parpadeo una vez. Luego tironeó de la manga de su amigo y me señaló. El instinto me llevaba a responder a la amenaza con el ataque. La razón me obligó a esperar. Hace diez años habría matado a los chicos en el momento en que entraron al callejón. Hace cinco años, habría saltado en cuanto uno de ellos se hubiera dado cuenta de mi presencia. Aún hoy podía sentir el impulso en las tripas, un temor que hacía tensar mis músculos, listos para atacar. Era eso -la batalla por el control de mi cuerpo-- lo que más odiaba.
Un gruñido grave hizo eco por el callejón, y era yo la que gruñía. Tenía las orejas aplastadas contra la cabeza. Por un momento, mi cerebro trató de controlar el instinto, y luego advertí que era mejor rendirme a él, dejar que los chicos vieran lo cerca que estaban de morir.
Gruñí más fuerte. Los dos muchachos saltaron hacia atrás. El que tenía pelo, se dio vuelta y corrió por el callejón, tropezando con la basura. Los ojos del otro muchacho siguieron a su amigo. Pero entonces, en vez de correr tras él, su mano tomó algo de la basura. Algo brilló a la luz de la Luna. Se volvió hacia mí con una botella rota en la mano, el temor reemplazado por una mueca de poder. Hubo un movimiento borroso a sus espaldas y yo alcancé a divisar a Clay a punto de saltar. Miré al muchacho y salté. Clay saltó. En el aire, esquivé al muchacho y choqué directo con Clay. Caímos juntos y corrimos al llegar al suelo. Nick nos siguió, probablemente antes de que el chico supiera lo que veía. Corrimos el resto del camino hasta el auto.
Llegamos a casa poco después de las dos. Antonio y Peter no habían vuelto, pero no había manera segura de rastrearlos y decirles que ya habíamos descubierto dónde se alojaba el callejero. Cuando entramos, la casa estaba silenciosa y oscura. Jeremy no se había molestado en esperar levantado. Sabía que si hubiese pasado algo, lo despertaríamos. Clay y yo corrimos hasta los escalones, peleando por ser el primero en subir. Detrás, Nick se burlaba de nuestra pelea, siguiéndonos de cerca. Llegamos arriba y corrimos hacía el cuarto de Jeremy en el extremo del corredor. Antes de que pudiéramos llegar allí se abrió la puerta.
– ¿Lo encontraron? -preguntó Jeremy, una voz sin cuerpo que salía de la oscuridad.
– Descubrimos dónde para -dije-. Está…
– ¿Lo mataron?
– No -dijo Clay-. Demasiado arriesgado. Pero…
– Bien. Me cuentan el resto por la mañana.
La puerta se cerró. Clay y yo nos miramos. Me encogí de hombros y retrocedí por el corredor.
– Te tendré que ganar mañana --dije.
Clay me corrió y saltó sobre mí, arrojándome al piso. Se quedó encima de mí, sosteniéndome los brazos contra el suelo y sonriendo, con la excitación de la cacería aún en los ojos.
– ¿Te parece? ¿Qué tal si lo decidimos con un juego? Tú decide cuál juego.
– Póker -dijo Nick.
Clay se volvió para mirarlo.
– ¿Y por qué jugamos?
Nick sonrió.
– Lo habitual. Hace mucho tiempo.
Clay rió, salió de encima de mí y me alzó. Cuando llegamos a su cuarto, me tiró en su cama y fue hasta el bar para preparar bebidas. Nick se lanzó encima de mí. Lo hice a un lado y me levanté.
– ¿Qué los hace pensar que quiero jugar? -pregunté.
– Nos extrañaste. -dijo Nick.
Se desabotonó la camisa y se la quitó, asegurándose de que le viera los músculos, desvestirse era un maldito ritual de apareamiento con estos tipos. Parecían creer que a la vista de un rostro bello, bíceps musculosos y un estomago plano me convertirían en una masa de hormonas indefensas, dispuesta a jugar a sus juegos juveniles. Por lo general funcionaba, pero ésa no es la cuestión.
– ¿Whisky y soda)? -dijo Clay desde el otro lado del cuarto.
– Perfecto -dijo Nick.
Clay no se molestó en preguntar lo que yo quería. Nick me quitó el clip del pelo y comenzó a mordisquearme la oreja, con su aliento cálido que olía levemente a salsa de tacos. Me relajé en la cama. Cuando sus labios me recorrieron el cuello, giré el rostro y lo hundí en el suyo e inhalé su olor familiar. Bajé hasta el hueco de su clavícula y sentí que su corazón daba un salto.
Nick dio un respingo. Alcé la vista y vi a Clay que apretaba un vaso frío contra su espalda. Tomó a Nick del hombro y me lo sacó de encima de un tirón.
– Ve a buscar las cartas -dijo.
– ¿Cómo voy a saber dónde las guardas? -preguntó Nick.
– Busca. Te mantendrá ocupado un rato.
Clay se Sentó junto a mi cabeza y me entregó la bebida. Bebí ron y coca. Tragó el suyo y se inclinó sobre mí.
– Noche perfecta, ¿verdad?
– Pudo serlo -le sonreí- Pero tú estabas allí.
– Lo que significa que fue sólo el comienzo de una noche perfecta.
Al inclinarse sobre mí, sus dedos me rozaron la cadera y se deslizaron sobre ella. El olor grueso y palpable de Clay me hizo sentir un calor que se irradiaba hacia abajo desde mi estómago.
– Te divertiste -dijo-. Reconócelo.
– Quizá.
Nick volvió a la cama.
– Hora de jugar. ¿Van a mantener la apuesta? ¿El ganador le dice a Jeremy lo que pasó esta noche?
Los labios de Clay se curvaron en una lenta sonrisa.
– No. Yo quiero otra cosa. Si gano, Elena viene conmigo al bosque.
– ¿Para qué? -pregunté.
La sonrisa se amplió, mostrando sus dientes blancos perfectos.