– ¿Importa eso?
– ¿Y si yo gano, que me dan? -pregunté.
– Lo que quieras. Si ganas, escoges tu premio. Puedes decirle tu Jeremy lo que pasó, o puedes matar mañana, o cualquier otra cosa que quieras.
– ¿Puedo matarlo?
Tiró la cabeza hacia atrás y rió.
– Sabía que eso te gustaría. Seguro, querida. Si ganas, el callejero es tuyo.
Era una oferta que no podía resistir. Así que jugamos. Clay ganó.
CULPA
Seguí a Clay al bosque. Nick quiso venir con nosotros, pero una mirada de Clay lo hizo quedarse en el cuarto. Cuando llegamos al claro, Clay se detuvo, se dio vuelta y me miró sin decir nada.
– No podemos -temblé de frío.
– ¿Por qué no? -susurró, con la voz ronca-. La noche no se acaba. No estás lista para eso.
¿Cuántas veces habíamos repetido esta escena? ¿No aprendía nunca? Ya sabía cómo terminaría esto cuando tomé las cartas. No había pensado en otra cosa desde ese momento.
Me besó. Podía sentir el calor de su cuerpo, tan familiar que podía ahogarme en él. El rico aroma de él me inundó el cerebro, tan intoxicante como el humo de peyote. Sentí que sucumbía al perfume, pero la parte de mi cerebro que aún podía pensar hizo sonar fuerte las alarmas. Ya estuve allí. Ya lo hice. ¿Recuerdas cómo resulta?
Retrocedí un poco, probando su reacción más que resistiendo seriamente. Me tiró contra un árbol, sus manos bajaron a mis caderas y me tomó fuertemente. Sus labios volvieron a los míos, sus besos se hacían más profundos y me atravesaban. Comencé a resistirme. Se apretó contra mí, atrapándome contra el árbol. Lo pateé y él se retiró, sacudiendo la cabeza. Traté de recuperarme y miré en derredor. El claro estaba vacío. Clay se había ido. Cuando mi cerebro confundido trataba de procesar eso, mis brazos fueron doblados detrás de mi cabeza, poniéndome de rodillas.
– ¿Qué…?
– No te resistas -dijo Clay desde atrás-. Trato de ayudarte.
– ¿Ayudarme? ¿Ayudarme a qué?
Traté de bajar los brazos pero me los sostenía con fuerza. Sentí algo suave en torno de mis muñecas. Sentí una rama que se movía. Entonces Clay me soltó. Moví mis brazos pero sólo unos centímetros hasta que la tela se apretó sobre mis muñecas. Una vez que vio que no me podía soltar, dio la vuelta y se arrodilló encima de mi, obviamente muy feliz de lo que veía.
– Esto no es gracioso -dije-. Desátame. Ahora.
Aún sonriente, tomo la parte de arriba de mi remera y las rasgó por el medio. Luego soltó mi corpiño. Empecé a decir algo, luego me detuve e inhalé profundo. Había tomado mi pecho en su boca y jugueteaba con mi pezón. Movió su lengua y se endureció. Sentí que el deseo nublaba mi mente. Rió y la vibración de su risa me hizo cosquillas.
– ¿Así está mejor? -susurro-. Ya que no puedes luchar contra mí, no podrías detenerme. No está bajo tu control.
Su mano bajó de mi pecho y comenzó a acariciarme el estómago, moviéndose hacia abajo con lentitud frustrante. Tuve una imagen de su cuerpo desnudo sobre mí. Se encendió el deseo. Él se movió. Sentí su erección subiéndome por el muslo. Abrí un poco las piernas y sentí sus jeans que me raspaban. Entonces se retiró.
– ¿Puedes sentir aún la noche? -susurró, doblando mi oreja-. La cacería. La persecución. Correr en la ciudad.
Tuve un escalofrío.
– ¿Dónde la sientes? -preguntó Clay, su voz más grave, sus ojos de un azul fosforescente.
Bajó las manos hasta mis jeans, los desabotonó y me los quitó. Tocó el lado interior de mi muslo. Dejó sus dedos ahí lo suficiente como para que mi corazón diera un salto.
– ¿La sientes allí?
Luego bajó su mano hasta detrás de mis rodillas, trazando el camino de los escalofríos que me recorrían. Cerré los ojos y dejé que las imágenes de la noche fluyeran por mi cerebro, las puertas cerradas, las calles silenciosas, el perfume del miedo. Recordé la mano de Clay acariciándome la piel, la chispa de hambre en sus ojos al entrar en el departamento, la alegría de correr por la ciudad. Recordé el peligro en el callejón, mientras observaba a los adolescentes, esperando, oyendo el rugido de Clay al abalanzarse sobre ellos. La excitación seguía allí, latiendo en cada parte de mi cuerpo.
– ¿La puedes sentir allí? -preguntó, con su rostro cerca del mío. Empecé a cerrar los ojos.
– No -susurré-.
– Mírame.
Sus dedos subieron por mis muslos lentamente. Jugueteó al borde de mi bombacha un momento y luego los hundió en mi. Dejé escapar un suspiro. Sus dedos se movieron dentro de mí, encontrando el centro de mi placer. Me mordí el labio para no gritar. Justo cuando las oleadas del clímax comenzaban a subir, mi cerebro empezó a funcionar y advertí lo que hacía. Luché por resistirme a su mano, pero la mantuvo allí, con sus dedos en movimiento. El clímax comenzó a subir nuevamente, pero lo resistí no quería darle eso. Cerré los ojos fuertemente y tironeé de la atadura. El árbol crujió pero no pude zafarme. De pronto su mano se detuvo y salió. El sonido que produjo al bajar su cierre cortó el aire de la noche.
Mis ojos se abrieron y lo vi bajarse los jeans. Al ver su deseo en los ojos y en el cuerpo, mis caderas subieron hacia él. Sacudí la cabeza tratando de despejarme y me di vuelta. Clay se inclinó con su rostro junto al mío.
– No te voy a forzar, Elena. Te gustaría pensar que lo haría, pero no lo haré. Todo lo que tienes que hacer es decirme que no. Decirme que me detenga. Que te desate. Lo haré.
Su mano se metió entre mis muslos, separándolos antes de que pudiera cerrarlos. Salió a su encuentro mi calor y mi humedad, mi cuerpo me traicionó. Sentí que la punta de su pene me rozaba, pero no avanzó.
– Dime que pare -susurró-. Dímelo.
Lo miré con ira, pero las palabras no salieron de mis labios. Nos quedamos un momento mirándonos a los ojos. Entonces me tomó de abajo de los brazos y me penetró. Mi cuerpo se convulsionó. Por un instante no se movió. Podía sentirlo dentro de mí, sus caderas pegadas a las mías. Se retiró lentamente y mi cuerpo protestó, moviéndose involuntariamente con él, tratando de retenerlo. Sentí que sus brazos subían. Liberó mis manos. Entró en mí nuevamente y ya no pude resistir. Lo tomé, las manos en su pelo, las piernas envolviéndolo. Desató mis brazos y me besó, besos profundos que me devoraban mientras se movía dentro de mí. Hacía tanto tiempo. Hacía tanto tiempo y lo extrañé tanto.
Cuando se acabó nos hundimos en el pasto, jadeando como si hubiésemos corrido una maratón. Nos quedamos allí, aún enredados. Clay hundió su rostro en mi pelo, me dijo que me amaba y lentamente se fue durmiendo. Yo me quedé en una nube. Finalmente volví la cabeza y lo miré. Mi amante demonio. Hacía once años le había dado todo. Pero no fue suficiente.
– Me mordiste -susurré.
Clay me mordió en el estudio en Stonehaven. Estaba sola con Jeremy, que trataba de encontrar la manera de deshacerse de mí, aunque yo no lo sabía entonces. Parecía estar haciendo preguntas simples y benignas, del tipo que podría hacer un padre preocupado por conocer a una joven con la que su hijo pensaba casarse. Clay y yo estábamos comprometidos. Me había traído a Stonehaven para presentarme a Jeremy.
Cuando Jeremy me interrogaba, creí escuchar los pasos de Clay; pero se detuvieron. Lo había imaginado o él había ido a tomar el desayuno. Jeremy estaba parado junto a la ventana, de un cuarto de perfil hacía mí. Miraba el patio trasero.
– Para cuando se casen, Clayton habrá terminado sus estudios en la universidad -dijo Jeremy-. ¿Qué pasa si consigue trabajo en otra parte? ¿Estás dispuesta a abandonar tus estudios?
Antes de que pudiera formular una respuesta, se abrió la puerta. Quisiera poder decir que se abrió con un chirrido de goznes o algo igualmente ominoso. Pero no fue así. Simplemente se abrió. Viendo que se movía, me di vuelta. Entró un perro grande, con la cabeza gacha como si esperara que lo retaran por estar en un lugar indebido. Era inmenso, casi tan alto como un Gran Danés, pero tan sólido como un ovejero de músculos bien desarrollados. Su piel dorada refulgía. Al entrar al cuarto, me miró. Tenía ojos de un azul muy brillante. El perro me miró y abrió la boca. Yo le sonreí. Pese a su tamaño, sabia que no tenía nada que temer. Lo sentí claramente.