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– Guau -dije-. Es bello. ¿O es una hembra?

Jeremy giró. Sus ojos se abrieron y palideció. Dio un paso adelante, luego se detuvo y llamó a Clay.

– ¿Lo dejó escapar Clay? -pregunté-. Está bien. No me importa.

Dejé caer mi mano, invitando al perro con mis dedos.

– No te muevas -dijo Jeremy en voz baja-. Retira tu mano.

– No hay peligro. Lo voy a dejar olerme. Se supone que hay que hacer esto con un perro extraño antes de acariciarlo. Tuve perros cuando chica. Al menos mis padres adoptivos los tenían. ¿Ves su postura? ¿Las orejas hacia delante, la boca abierta? Menea la cola. Significa que está calmo y curioso.

– Retira tu mano ahora.

Miré a Jeremy. Estaba tenso, como si se preparara para saltar sobre el perro si me atacaba. Volvió a llamar a Clay.

– De veras, no hay problema -dije, ya enojada-. Si es nervioso lo vas a asustar gritando. Confía en mí. Me mordió un perro una vez. Un chihuahua bien chiquito, pero dolió mucho. Aún tengo la marca. Este es una bestia bruta, pero es amigable. Como la mayoría de los perros grandes. Es de los chiquitos que hay que cuidarse.

El perro se acercó más. Con un ojo miraba a Jeremy, alerta, observando su lenguaje corporal, como si esperara una paliza. Sentí ira. ¿Maltrataban al perro? Jeremy no parecía esa clase de persona, pero lo conocía desde hacía menos de doce horas. Le di la espalda a Jeremy y extendí más la mano.

– Ven, muchacho -susurré-. Sí que eres lindo, ¿verdad?

El perro dio otro paso hacia mí, lento y cauteloso, como si temiéramos asustarnos el uno al otro. Su hocico vino hacia mi mano. Al alzar su nariz para oler mis dedos, de pronto tomó mi mano y la pellizcó con sus dientes. Di un grito, más por sorpresa que por dolor o temor. El perro comenzó a lamerme la mano. Jeremy saltó a través del cuarto. El perro lo esquivó y salió corriendo por la puerta. Jeremy lo siguió.

– No -le dije, poniéndome de pie-. No quiso lastimarme. Estaba jugando.

Jeremy vino junto a mí e inspeccionó la mordedura. Dos dientes habían atravesado mi piel, dejando pequeñas heridas de las que sólo salieron un par de gotas de sangre.

– Apenas si me atravesó la piel -dije-. Un mordisco de afecto. ¿Ves?

Pasaron unos minutos mientras Jeremy me examinaba la herida. Luego hubo ruido en la puerta. Levanté la vista, esperando volver a ver al perro. Pero era Clay. No pude ver su expresión. Jeremy estaba entre los dos, obstruyéndome la vista.

– El perro me pellizcó --dije-. No es nada. Jeremy se volvió hacia Clay.

– Sal -dijo, con voz tan baja que apenas lo oí.

Clay no se movió. Se quedó petrificado en la puerta.

– ¡Vete! -le gritó Jeremy.

– No es su culpa -dije-. Quizá dejó entrar al perro, pero… Me detuve. La mano empezaba a arderme. Miré hacia abajo.

Las dos perforaciones se habían puesto de un rojo subido. Sacudí fuertemente la mano y miré a Jeremy.

– Mejor voy a lavarme -dije-. ¿Tienen algún desinfectante?

Al avanzar, mis piernas cedieron. Lo último que ví fue que Jeremy y Clay trataban de atajarme. Y después todo se oscureció.

Luego de que Clay me mordiera, no recuperé la conciencia hasta dos días más tarde, aunque en aquel momento creía que sólo habían pasado unas horas. Me desperté en uno de los cuartos de huéspedes, el que luego se convertiría en mi dormitorio. Tuve que hacer un esfuerzo para abrir los ojos 'Tenía los párpados calientes e hinchados. Me dolía la garganta, los oídos, la cabeza. Hasta me dolían los dientes. Parpadeé un par de veces.

El cuarto se movía y luego logré enfocar la vista. Jeremy estaba sentado en una silla junto a mi cama. Alcé la cabeza. Estalló el dolor detrás de mis ojos. Mi cabeza cayó en la almohada y lancé un quejido. Oí a Jeremy pararse, luego lo vi mirándome.

– ¿Dónde está Clay? -pregunté. Sonó más bien cómo ohedaclay, como si hablara con la boca llena de malvaviscos. Tragué, y sentí más dolor. -¿Dónde está Clay?

– Estás enferma.-dijo Jeremy.

– ¿De veras? No me había dado cuenta. -El sarcasmo me costó demasiado. Tuve que cerrar los ojos y tragar antes de continuar. -¿Qué pasó?

– Te mordió.

Me volvió el recuerdo. Ahora sentía pulsaciones en la mano. Me esforcé por alzarla. Las dos heridas se habían hinchado hasta alcanzar el tamaño de un huevo de codorniz. Sentía el calor que irradiaban. No había señal de pus o infección, pero claramente pasaba algo malo. Sentí temor. ¿Estaba rabioso el perro? ¿Cuáles eran los síntomas de la rabia? ¿Qué más podía causar una mordedura de perro? ¿Moquillo?

– Hospital -dije-. Tengo que ir al hospital.

– 'Toma esto.

Un vaso apareció ante mis ojos. Parecía agua. Jeremy metió su mano detrás de mi cuello y me levantó la cabeza para que pudiera beber. Me alejé, choqué el vaso con el mentón y lo volqué. Jeremy maldijo y me quitó el cobertor mojado.

– ¿Dónde está Clay?

– Tienes que beber -dijo.

– Tomó otro cobertor que estaba al pie de la cama y lo tendió sobre mí. Me escabullí.

– ¿Dónde está Clay?

– Te mordió.

– Sé que el maldito perro me mordió -dije, alejándome de la mano de Jeremy cuando me la puso en la frente-. Contesta. ¿Dónde está Clay?

– Clay te mordió.

Dejé de resistirme y parpadeé. Creí que había escuchado mal.

– ¿Clay me mordió? -dije lentamente.

Jeremy no me corrigió. Se quedó allí, mirándome, esperando.

– El perro me mordió -dije.

– No era un perro. Era Clay. Él… él cambió de forma.

– Cambió de forma -repetí.

Miré a Jeremy y luego me moví de lado a lado y traté de levantarme. Jeremy me tomó de los hombros y me contuvo. El pánico me dominó. Luché con más fuerza de la que creía tener, agitando los brazos y pateando. Me aplastó contra la cama con tanto esfuerzo como el que necesitaría para contener a un niño de dos años.

– Basta, Elena. -Mi nombre en su boca sonaba extraño, como una palabra extranjera.

– ¿Dónde está Clay? -grité, ignorando el dolor que me hacía arder la garganta-. ¿Dónde está Clay?

– Se ha ido. Hice que se fuera cuando te… te mordió.

Jeremy me tomó de ambos brazos y me contuvo, tan firme que yo no podía moverme. Tomó aire y volvió a empezar.

– Es un… -Se detuvo, luego sacudió la cabeza. -No necesito decirte lo que es, Elena. Lo viste cambiar de forma. Lo viste convertirse un lobo.

– ¡No! -Pateé el aire. -Estás loco. Estás loco, carajo. Vi un perro. ¡Suéltame! ¡Clay!

– Te mordió, Elena. Eso significa… significa que eres lo mismo que él. Te estás volviendo lo mismo que él. Por eso estás enferma. Tienes que dejarme ayudarte. Tengo que ayudarte para que puedas sobrevivir.

Cerré los ojos y grité, ahogándole las palabras. ¿Dónde estaba Clay? ¿Por qué me había dejado con ese loco? ¿Por qué me había abandonado? Me amaba. Sabía que me amaba.

– Sé que no me crees, Elena. Pero mírame. Sólo mírame. Es la única manera.

Giré el rostro para no verlo. Sólo podía sentir su brazo que me aprisionaba contra la cama. Pasado un momento, su brazo pareció temblar y contraerse. Sacudí la cabeza, sintiendo que el dolor me rebotaba dentro como un carbón encendido. Se me nubló la vista y luego se aclaró. El brazo de Jeremy había entrado en convulsiones, su muñeca se angostaba, la mano se retorcía. Quería cerrar los ojos, pero no pude. Me dominaba lo que estaba viendo. Se le engrosaron los pelos negros del brazo. Aparecieron más pelos, que le salían de la piel, cada vez más largos. Se aflojó la presión de sus dedos. Miré y ya no había dedos. Había una zarpa negra. Cerré los ojos entonces y grité hasta que el mundo volvió a apagarse.