Me llevó un año comprender realmente en qué me había convertido, que no era una pesadilla ni una locura y que no se acabaría, que no había cura alguna. A Clay se le permitió volver dieciocho meses más tarde, pero la cosa nunca volvería a ser igual entre nosotros. No podía serlo. Hay cosas que no se pueden perdonar.
Me desperté unas horas más tarde, sintiendo el brazo de Clay que me abrazaba, mi espalda contra él. Sentí una lenta oleada de paz que me arrullaba. Pero entonces me desperté de pronto. Su brazo. Mi espalda contra él. Acostados en el pasto. Desnudos. Mierda
Me separé de él sin despertarlo, y me fui rápido hasta la casa.
Jeremy estaba en el porche trasero, leyendo el New Cork times con la primera luz del alba. En cuanto lo vi me detuve, pero ya era tarde. Me había visto. Sí, estaba desnuda, pero ése no era el motivo por el que hubiese deseado evitar a Jeremy. Los años de vida con la jauría me habían hecho perder toda vergüenza Cuando corríamos, siempre terminábamos desnudos y muchas veces lejos de donde habíamos dejado la ropa. Al principio era algo desconcertante eso de despertarse del descanso después de correr y encontrarse con tres o cuatro tipos desnudos. Experiencia desconcertante aunque no del todo desagradable, dado que esos tipos eran todos licántropos y por lo tanto estaban en excelente estado físico y no se veían demasiado mal al natural. Pero me estoy yendo del tema. La cuestión es que hacía años que Jeremy me veía desnuda. Cuando salí de entre los árboles sin ropa ni siquiera lo advirtió.
Dobló el diario, se levantó de la silla y esperó. Alcé el mentón y avancé hasta el porche. Él iba a sentir el olor de Clay en mí. No podía escapar a eso.
– Estoy cansada -dije, tratando de pasar de largo-. Ha sido una larga noche. Me voy a la cama.
Quisiera saber qué encontraron anoche.
Su voz era suave. Un pedido, no una orden. Hubiese sido más fácil ignorar una orden. Parada allí, la idea de irme a la cama, de quedarme a solas con mis pensamientos, me abrumó. Jeremy me ofrecía una distracción. Decidí aceptarla. Me hundí en una silla y le conté toda la historia. Bueno, no fue todo, pero le conté que encontramos el departamento del callejero, sin mencionar lo de los muchachos en el callejón y excluyendo todo lo sucedido desde que volvimos. Jeremy escuchó y dijo poco. Justo cuando terminaba, divisé un movimiento en el jardín. Clay salía del bosque, los hombros rígidos, la boca dura.
– Ve adentro -dijo Jeremy-. Duerme. Yo me ocupo de él.
Escapé al interior de la casa.
En mi cuarte torné el celular de mi bolsa y llamé a Toronto. No llamé a Philip, pero no porque me sintiera culpable. No lo llamé porque sabía que debía sentirme culpable y como no era así, no me parecía bien llamar. ¿Tiene sentido? Probablemente no.
Si hubiera tenido sexo con otro que no fuera Clay, me habría sentido culpable. Por otro lado, la posibilidad de que lo engañara a Philip con alguien que no fuera Clay era tan infinitesimal que la cosa no tenía sentido. Yo era leal por naturaleza, lo quisiera o no. Pero lo que había entre Clay y yo era tan viejo, tan complejo, que acostarme con él no podía considerarse sexo normal en absoluto. Era rendirme ante algo tan profundo que toda la ira y el dolor y el odio del mundo no podían evitar que volviera a él. Ser mujer lobo. Estar en Stonehaven y unirme a Clay eran cosas tan entrelazadas que no podía separarlas. Rendirme a una cosa era rendirme ti todas. Entregarme a Clay no era traicionar a Philip era traicionarme a mí misma. Eso me aterrorizaba. Sentada en la cama, con el teléfono en una mano, podía sentir cómo perdía el control. La barrera entre los dos mundos se solidificaba y yo estaba atrapada del lado equivocado.
Me quedé allí, mirando el teléfono, tratando de decidir a quién llamar; que contacto de mi vida humana tenía el poder de llevarme de regreso al otro lado. Mis dedos marcaron botones por propia iniciativa. Cuando sonó el teléfono, me pregunté a quién habría llamado. Entonces escuché el contestador. "Hola, se comunicó con Elena Michaels del Focus Toronto. Ahora no estoy en la oficina, pero si me deja su nombre y su número cuando escuche el tono, lo llamaré lo antes posible. Sonó el bip. Colgué, abrí la cama, me acosté, luego tomé el teléfono y apreté el botón para que volviera a marcar el mismo número.
A la quinta llamada, me dormí.
Era casi mediodía cuando me desperté. Mientras me vestía, escuché en el corredor unos pasos que me paralizaron.
– ¿Elena? -Era Clay. Sacudió la manija.
– Te escuché levantarte. Déjame entrar. Quiero hablarte.
Terminé de ponerme los jeans.
– ¿Elena? Vamos. -La puerta se sacudió más fuerte-. Sabes que puedo romper esto. Estoy tratando de ser amable. Déjame entrar. Tenemos que hablar.
Me puse un sujetador en el pelo. Luego crucé el cuarto, abrí la ventana y salté, dando en el suelo con un golpe. Sentí dolor en las pantorrillas pero no me había lastimado. Un salto de un piso de alto no era peligroso para una mujer lobo.
Arriba, Clay había comenzado a golpear mi puerta. Di la vuelta a la casa y entré por adelante. Jeremy y Antonio venían por el corredor cuando entré. Jeremy se detuvo y alzó una ceja.
– ¿Las escaleras ya no te gustan? -preguntó.
Antonio rió.
– No tiene nada que ver con el gasto. Creo que es por el lobo malo que quiere derribar su puerta. -Gritó por la escalera. -Puedes dejar de sacudir la casa, Clayton. Se te escapó. Está aquí abajo.
Jeremy sacudió la cabeza y me llevó hacia la cocina.
Para cuando Clay bajó, yo había terminado ya la mitad del desayuno. Jeremy le indicó una silla en la otra punta de la mesa. Se quejó pero obedeció. Nicholas y Peter llegaron poco después y, en el caos del desayuno, me relajé y pude ignorar a Clay. Cuando terminamos de comer, les dijimos a los demás lo que habíamos descubierto, mientras hablábamos, Jeremy miraba los diarios. Yo estaba terminando cuando Jeremy dejó el diario y me miró.
– ¿Es todo? -preguntó.
Había algo en su voz que me estaba desafiando, pero asentí de todos modos.
– ¿Estás segura? -preguntó.
– Sí. Me parece que si…
Dobló el diario con gran alaraca y lo puso ante mí. La primera plana de Bear Valley Post. “Perros salvajes en la ciudad»”
– Ay -dije- Up.
Jeremy hizo un ruido que pudo haber sido interpretado como un gruñido, pero no dijo nada. En vez de eso, esperó a que yo leyera el artículo. Eran los dos chicos que habíamos visto en el callejón. Sus padres habían despertado al editor del diario en su casa. Habían visto a los asesinos. Dos, quizá tres, inmensos perros tipo ovejeros en el corazón mismo de la ciudad.
– Tres. Dijo Jeremy, la voz contenida-. Los tres. Juntos.
Peter y Antonio se fueron de la mesa. Clay miró a Nick y le indicó con el mentón que podía irse también. Nadie culparía a Nick de esto. Jeremy sabía distinguir a los instigadores de los seguidores. Nick sacudió la cabeza y se quedó. Aceptaría su parte de la culpa.
– Volvimos del departamento del callejero -dije-. Los chicos doblaron por el callejón. Me vieron.
– Elena no tenia dónde -intervino Clay-. Uno de ellos tomó una botella rota. Yo me descontrolé. Los ataqué. Elena me detuvo y escapamos. No les pasó nada.
– A ellps no pero a nosotros sí -dijo Jeremy señalando el diario; dije que anduvieran separados.
– Lo hicimos -dije-. Eso fue después de que encontramos el departamento.