– Les dije que Cambiaran luego de encontrarlo.
– ¿Y qué íbamos a hacer? ¿Ir hasta el auto desnudos?
Jeremy hizo una mueca. Hubo un minuto de silencio. Luego Jeremy se puso de pie, me indicó que lo siguiera y salió del cuarto. Clay Nick me miraron, pero sacudí la cabeza. Ésta era una invitación privada, por más que quisieran compartirla. Seguí a Jeremy.
Jeremy me condujo al bosque por las sendas. Habíamos andando un kilómetro y medio antes de que dijera nada. E incluso entonces no se dio vuelta, siguió adelante.
– Sabes que estamos en peligro -dijo.
– Todos lo sabemos.
– No estoy seguro de que sea así. Quizás estuviste alejada demasiado tiempo, Elena. O quizá crees que porque te mudaste a Toronto, esto no te afecta.
– ¿Estas sugiriendo que saboteé el asunto a propósito…?
– Por supuesto que no. Digo que tal vez haya que recordarte lo importante que es esto para todos nosotros, no importa dónde vivamos. La gente de Bear Valley busca a un asesino, Elena. El asesino es un licántropo. Nosotros somos licántropos. Si lo atrapan, ¿cuánto tiempo crees que tardarán en venir aquí? Si encuentran a ese callejero vivo y descubren lo que es, lo conectarán directamente conmigo y con Clayton y, a través de nosotros, con el resto de la Jauría y, eventualmente, con todo licántropo existente, incluyendo a los que tratan de negar su vinculación con la Jauría.
– Lo que me incluye a mí. ¿Crees que no lo entiendo?
– Eras tú la que debías llevar la batuta anoche, Elena.
– Bueno, entonces ése fue tu error -le ladré-. No pedí que confiaras en mí. Mira lo que pasó con Carter. Confiaste en mi. ¿verdad? El que se quema con leche…
– En 1o que a mi concierne tu único error con Carter fue no avisaste antes de actuar. Sé que significa más para ti, pero ese es precisamente el motivo por el que tienes que contactarte conmigo, para que yo dé la orden. Yo tomo la decisión. De matar o no matar Sé que tú…
– No quiero hablar de eso.
– Por supuesto que no.
Caminamos en silencio. Sentí que las palabras trataban desesperadamente de salir de mi garganta. Quería tener oportunidad de hablar de lo que había hecho y de lo que había sentido. Mientras caminábamos percibí un olor y las palabras se disiparon.
– ¿Hueles eso?
Jeremy suspiró.
– Elena. Quisiera que…
– Lo siento. No quise interrumpirte, pero… -Mi nariz se frunció, registrando el olor en la brisa. -Ese olor. ¿Lo hueles?
Se abrieron los orificios nasales de Jeremy. Movió la cabeza de un lado a otro, olisqueando. Luego parpadeó. Esa pequeña reacción bastaba. Lo había olido también. Sangre. Sangre humana.
INTRUSIÓN
Seguí el olor de la sangre hasta la línea del alambrado del este. Al acercarnos se desvaneció, superado por algo peor. Carne en descomposición.
Llegamos a un puente de madera sobre un arroyo. Al llegar al otro lado me detuve. Ya no sentí el olor. Volví a oler el viento este. Había rastros de la pudrición en el aire, pero ya no el olor fuerte. Me volví y miré el arroyo. Había algo pálido debajo del puente. Era un pie descalzo, hinchado, con dedos grises apuntando al cielo. Bajé trotando y me metí en el agua. Jeremy se inclinó sobre el puente, Vio el pie, luego se retiró y esperó a que investigara.
Tomándome del costado del puente, me arrodillé en el agua fría del arroyo, y me empapé los jeans del tobillo a la rodilla. El pie desnudo estaba unido a una pantorrilla delgada. El olor era insoportable. Mi estómago se convulsionó. Ahora podía sentir el olor a podrido. Volví a respirar por la nariz. La pantorrilla remataba en una rodilla, luego se veía piel y músculos destrozados y un hueso protuberante. El fémur se veía como un gran hueso de jamón mordido por un perro con más deseo de destruir que de comer. El otro muslo era un muñón infestado de gusanos, con el hueso partido por mandíbulas poderosas. Al mirar bajo el puente vi el resto de la segunda pierna, más bien pedazos de ella, desparramados, como cuando se sacude el tacho de basura y se desparraman los últimos restos. Por encima de la cadera, el torso era una masa irreconocible de carne destrozada. No vi si tenía brazos. La cabeza estaba retorcida hacia atrás, la garganta casi cortada. No quise mirar el rostro. Es más fácil de soportar si no se mira la cara, si se puede pensar que el cadáver en descomposición es sólo parte del decorado de una película de terror de segunda. Pero lo más fácil no siempre lo mejor. No era una pieza del decorado y ella no merecía que se le considerara así. Supuse que era mujer por el tamaño y porque era una persona muy delgada, pero al girar la cabeza advertí mi error. Era un joven, poco más que un muchacho. Tenía los ojos muy abiertos y llenos de tierra, opacos. Por fuera de ello, el rostro no tenía marcas, piel suave, bien alimentado y muy, muy joven.
Era otro asesinato de un licántropo. Aunque no pudiera oler al callejero por la pudrición y la sangre, lo supe por la manera brutal en que había sido destrozado el cuello y las marcas de los dientes en el torso. El callejero había traído el cuerpo aquí. A Stonehaven. No lo había matado aquí. No había señales de sangre pero había tierra allí, sobre su piel pálida. Lo había enterrado. El callejero lo había matado hacia algunos días, lo enterró, luego lo sacó de la tierra y lo tiró aquí. Anoche cuando revisábamos su departamento. Estaba trayendo el cuerpo a Stonehaven, donde pudiéramos encontrarlo. Se burlaba de nosotros El insulto me hizo temblar de niña.
– Tendremos que deshacernos del cadáver -dijo Jeremy-. Por ahora déjalo. Volveremos a la casa…
Un ruido en los arbustos lo hizo callar. Saqué la cabeza de abajo del puente. Venía alguien, haciendo tanto ruido como si fuera un rinoceronte. Eran humanos. Rápidamente me incliné, lavé mis manos en el arroyo y subí a la orilla. Había llegado arriba cuando dos hombres con chalecos de caza naranja salieron del bosque.
– Esto es propiedad privada -dijo Jeremy y su voz cortó el silencio del claro.
Los dos hombres se sobresaltaron y se dieron vuelta. Jeremy se quedó en el puente, extendió la mano y me acercó a él.
– Dije que es propiedad privada -repitió.
Un hombre, un chico de veintitantos, avanzó.
– ¿Ah sí. ¿Y entonces qué hace aquí viejito?
El hombre mayor lo tomó del codo y lo hizo retroceder.
– Perdone los modales de mi hijo. Señor. Supongo que usted es… trató de recordar el nombre pero no pudo.
– SÍ, yo soy el dueño -dijo Jeremy, la voz aún suave.
Un hombre y una mujer venían detrás de los dos hombres, y casi los derribaron. Se detuvieron y nos miraron como si fuéramos; una aparición. El hombre mayor les susurró algo y luego se volvió hacia Jeremy, mientras se aclaraba la garganta.
– Sí, señor. Entiendo que es dueño de esta tierra, pero vea hay un problema. Estoy seguro de que oyó hablar de la chica muerta hace pocos días. Fueron perros, señor. Perros salvajes. Grandes. Dos chicos del pueblo los vieron anoche. Luego nos llamaron esta mañana, diciendo que habían visto algo al otro lado del bosque por aquí, alrededor de medianoche.
– Así que está investigando.
El hombre se enderezó y esbozó una pequeña sonrisa.
– Sí. Así que, si no le importa…
– Sí me importa.
El hombre parpadeo.
– si, pero vea, tememos que ver qué pasa y…
– ¿Pasaron por lo casa para pedir autorización?
– No. pero…
– ¿Llamaron a la casa para pedir autorización?
La voz del hombre había subido una octava y el chico detrás de él se movía y gruñía. Jeremy continuó con el mismo tono, sin alterarse.
– Entonces sugiero que vuelvan por donde vinieron y me esperen en la casa. Si quieren buscar en el bosque, necesitan autorización. Dadas las circunstancias, por supuesto que les daré permiso pero no quiero tener que preocuparme por encontrar gente tirada en mi propiedad.