Todo lo que podía hacer ahora era reconocer que me había equivocado y jurar que no lo repetiría.
Luego de un almuerzo tardío, Jeremy se llevó a Clay a caminar para darle instrucciones sobre lo que había que hacer por la noche. Ya me las había dado a mí. Clay y yo iríamos tras el callejero, juntos. No tenía opción, pero aun así se lo discutí. Yo encontraría al callejero y lo conduciría a un lugar seguro donde Clay lo liquidaría. Era una vieja rutina y, aunque yo no quería reconocerlo, funcionaba.
Mientras los demás lavaban los platos, me escabullí. Vagué por la casa y terminé en el estudio de Jeremy. El sol de la media tarde bailaba a través de las hojas del castaño afuera, lanzando sombras que hacían piruetas en el piso.
Hojeé una pila de lienzos que estaba junto a la pared, escenas de lobos jugando y aullando y durmiendo juntos, con sus miembros enredados y sus cueros variopintos. Junto a esos había dibujos de lobos en callejones, mirando pasar transeúntes, lobos que permitían que los niños los tocaran mientras sus madres miraban para otro lado. Cuando Jeremy aceptó vender uno de sus cuadros, lo que el público quiso fue el segundo estilo. Las escenas eran enigmáticas y surrealistas, pintadas en rojos, verdes y púrpuras tan oscuros que parecían tonos de negro. Había toques de amarillo y naranja que electrificaban la oscuridad en lugares incongruentes, como el reflejo de la luna en un charco. Peligroso tema. Pero Jeremy era cuidadoso. Los vendía bajo seudónimo y nunca aparecía en público. Nadie fuera de la Jauría venía a Stonehaven, salvo gente que viniera a hacer el service de algo, de modo que sus cuadros estaban a resguardo aquí en el estudio.
Jeremy también pintaba modelos humanos, aunque sólo miembros de la Jauría. Uno de sus favoritos estaba en la pared de la ventana. Aparecía yo al borde de un barranco, desnuda y de espaldas. Clay estaba sentado en el suelo junto a mí, su brazo en torno de mi pierna. Al pie del barranco, una jauría de lobos jugaba en un claro del bosque. El título estaba escrito abajo, en un rincón: Edén.
En la pared de enfrente había dos retratos. En el primero se veía a Clay al fin de la adolescencia, sentado al fondo en una silla de paja, blanca. Tenía una media sonrisa soñadora en el rostro, con la mirada enfocada en algo por arriba del pintor. Parecía el David de Miguel Angel, vivo, perfección juvenil, todo inocencia y ensoñación. En un buen día el retrato parecía una expresión de deseos de Jeremy. En un mal día parecía un autoengaño.
El retrato junto a ése era igualmente inquietante. Era yo. Estaba sentada de espaldas al pintor, girando de modo de que se me viera el rostro y la parte superior del cuerpo. Mi pelo caía suelto para cubrir mis pechos. Pero, al igual que en el cuadro de Clay, la expresión era lo central. Mis ojos azul oscuro se veían más claros y definidos que lo normal, con lo que adquirían un brillo animal. Sonreía con los labios separados y mostrando los dientes. El efecto era de sensualidad salvaje, con un toque peligroso que yo no veo al mirarme en el espejo.
– Ajá – dijo Nick desde la puerta-. Así que aquí te escondes. Llamada para ti. Es Logan.
Salí tan rápido que casi vuelco una pila de pinturas. Nick me siguió y señaló el teléfono en el estudio. Cuando iba por el corredor, Clay entró por la puerta de atrás. No me vio. Me metí en el estudio y cerré la puerta mientras escuchaba que Clay le preguntaba a Nick dónde estaba yo. Nick dio una respuesta vaga, sin atreverse a decirle la verdad y enojarlo. Clay seguía enojado de que me hubiera contactado con Logan durante mi ausencia. No es que sospechara que me acostaba con Logan ni nada tan banal. Sabía la verdad: que Logan y yo éramos amigos, muy buenos amigos pero eso bastaba para provocarle celos, no de mi cuerpo, sino de mi tiempo y mi atención.
Tomé e1 teléfono del escritorio y dije "hola".
– ¡Ellie! -La voz de Logan resonó a través de la estática. -No puedo creer que estés allí. ¿Cómo estás? ¿Sigues viva?
– Hasta ahora sí, pero sólo han pasado dos días. Dale tiempo a la cosa. -La línea zumbó. se interrumpió la comunicación un segundo luego volvió. -Los Ángeles tiene peor servicio que el Tibet o tú me hablas desde un celular. ¿Dónde estás?
– Voy en el auto hacia el juzgado. Escucha, las cosas se están arreglando rápido aquí. Tenemos un acuerdo. Por eso llame.
– ¿Vienes para aquí?
Su risa llegó distorsionada por la línea.
– ¿Estás ansiosa por verme? Me sentiría halagado si no sospechara que sólo quieres protección contra Clayton. Sí, vuelvo No sé exactamente cuándo, pero debería ser esta noche o mañana por la mañana, hora de Nueva York. Tenemos que terminar el trabajo aquí y tomo el primer avión que pueda.
– Qué bien. Tengo muchas ganas de verte.
– Lo mismo digo, aunque sigo ofendido porque no me permitiste ir a Toronto en Navidad. Quería comer tus galletas de jengibre quemadas. Otra gran tradición festiva que se pierde.
Quizá lo hagamos este año.
– Este año, sin duda. -El teléfono chisporroteó y volvió quedarse en silencio unos segundos y luego volvió. -¿…la?
– Sigo aquí.
– Bueno. Mejor corto antes de perderte. No me esperes levantada. Te veo mañana y te llevo afuera a almorzar así puedes relajarte por un rato. ¿De acuerdo?
– Absolutamente de acuerdo. Nos vemos.
Dijo adiós y cortó. Cuando colgué, alcancé a escuchar a Nick que juntaba jugadores para un partido de fútbol. Se detuvo junto a la puerta del estudio y golpeó.
– Yo juego -dije-. Nos vemos allí.
Volví a mirar el teléfono. Venía Logan. Eso bastaba para hacerme olvidar de todos los problemas y molestias del día. Sonreí salí por la puerta, con el espíritu en alto y de pronto deseosa algunos sacudones antes de la excitación de la cacería nocturno del callejero.
DEPREDADOR
Luego de la cena empecé a prepararme para salir. La elección de la ropa era un problema. Si iba a enganchar al callejero, tenía que ponerme la mascará que mejor funcionaba con los licántropos: Elena la depredadora sexual. Lo que no significa minifalda, medias de red y blusa transparente, en primer lugar porque no tengo nada de eso, y no porque me veo ridícula con esas cosas. Los tops escasos, los tacones aguja y las polleras diminutas me hacen ver como una catorceañera jugando a mujer fatal. La naturaleza no me ha bendecido con curvas abundantes y mi estilo de vida no me ha permitido agregar relleno. Soy demasiado alta, demasiado atlética como para que algún tipo me vea como carne de revista porno.
Cuando llegué a Stonehaven mi ropa era estrictamente sport y barata, más cuando allá de cuánto dinero me diera Jeremy. No sabia qué más comprar. Cuando Antonio compró entradas para un palco en un estreno en Brodway entré en pánico. No había mujeres a quienes pedir consejo para comprar ropa, y no me atrevía a preguntarle a Jeremy por temor a terminar con una monstruosidad apta para un baile de escuela secundaria. Intenté ir a una sucesión de negocios caros en Nueva York, pero pronto me perdí. En sentido literal y figurado. Mi salvador fue alguien un poco inesperado: Nicholas. Nick se pasaba más tiempo con mujeres, en especial con mujeres jóvenes, hermosas y ricas, que cualquier hombre fuera de una película de James Bond. Su gusto era impecable. Le interesaban los diseños clásicos, telas simples y líneas suaves que de algún modo convertían mi altura y falta de curvas en cosas positivas. Toda mi ropa de vestir la había comprado llevando ¡a Nick a la rastra. No sólo no le molestaba pasarse una mañana recorriendo la Quinta Avenida conmigo, sino que ponía su tarjeta de crédito en el mostrador antes de que yo pudiera sacar una de mi billetera. Otro motivo por el que era tan popular con las damas.