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– ¿Sabes qué le sucede a los callejeros que se meten en el territorio de la Jauría? -pregunté.

– ¿Debería?

Resoplé y sacudí la cabeza. Joven y desafiante. Mala combinación. Pero era más molesta que peligrosa. Obviamente el papi de callejero no le había contado nada acerca de Clay. Un bache en su educación que pronto se solucionaría. Casi sonreí.

– ¿Y qué te trae o Bear Valley? – dije, fingiendo un aburrido interés por el tema- La fábrica de papel no contrata gente desde hace años, así que espero que no estés buscando trabajo.

– ¿Trabajo? -una sonrisa malévola en los ojos-. No. No me gusta trabajar. Busco diversión. Nuestro tipo de diversión.

Lo miré un largo minuto y luego me puse de pie y me alejé. Brandon me siguió. Llegué hasta el muro del lado opuesto antes de que Brandon me tomara del codo. Sus dedos apretaron hasta el hueso. Pegué un tirón y me di vuelta para enfrentarlo. Ya no estaba la sonrisa. Había sido reemplazada por una expresión dura mezclada con el mal humor petulante de un niño mal criado. Todo bien. Ahora todo lo que tenía que hacer era escapar y dejar que me siguiese afuera. Para entonces estaría suficientemente iracundo como para no ver a Clay hasta que fuera demasiado tarde.

– Te estaba hablando. Elena.

– ¿Y?

Me tomó de los dos brazos y me empujó contra la pared. Alcé los brazos para alejarlo, pero me contuve. No podía darme el lujo de hacer una escena y una mujer luchando con un hombre siempre llama la atención, en particular si puede lanzarlo al otro lado del cuarto.

Cuando Brandon se inclinó hacia mí, una sonrisa fea desfiguró su rostro. Con un dedo me acarició la mejilla.

– Eres tan hermosa, Elena. ¿Sabes a qué hueles? -Inhaló y cerró los ojos. -Una puta alzada. -Se apretó contra mí para que sintiera su erección. -Podríamos divertirnos mucho.

– No creo que te guste mi tipo de diversión.

Su sonrisa se volvió depredadora.

– Estoy seguro de que sí. Estoy seguro de que tenemos mucho en común, Elena. He sabido que no te diviertes mucho. Tienes a la Jauría sobre ti, ahogándote con todas sus normas y leyes. Una mujer como tú merece algo mejor. Necesitas a alguien que te enseñe lo que es matar, matar de verdad, no a un conejo o a un ciervo, sino a un humano, un humano que piensa, respira, un humano consciente.

Se detuvo y luego continuó.

– ¿Has visto alguna vez los ojos de alguien que sabe que va a morir, en el momento que se da cuenta de que tú eres la muerte?

– Inhaló, luego exhaló lentamente, con el borde de la lengua entre los dientes. Los ojos llenos de deseo. -Eso es poder, Elena. Verdadero poder. Te lo puedo mostrar esta noche.

Sin soltar mis brazos, se hizo a un lado para mostrarme la multitud.

– Escoge a alguien, Elena. Cualquiera. Hoy morirá. Esta noche son tuyos. ¿Cómo te hace sentir?

No dije nada.

Brandon continuó.

– Escoge a alguien e imagínalo. Cierra los ojos. Imagínate conduciéndolo afuera, llevándolo a un bosque para abrirle la garganta. -Lo recorrió un estremecimiento. -¿Puedes ver sus ojos? ¿Puedes oler su sangre? ¿Puedes sentir la sangre por todas partes, que te empapa, el poder de la vida fluyendo a tus pies? No será suficiente. Nunca lo es. Pero yo estaré allí. Yo haré que sea suficiente. Te haré el amor allí mismo, en el charco de su sangre. ¿Te lo puedes imaginar?

Le sonrei y no dije nada En vez de eso, bajé un dedo por su pecho y su estómago. Jugué un momento con un botón de su bragueta, luego lentamente metí la mano bajo su camisa y acaricié su estómago, haciendo círculos en torno de su ombligo. Al concentrarme podía sentir que se engrosaba mi mano, las uñas se hacían mas largas. Clay me había enseñado esto, un truco que ningún otro licántropo conocía, cambiar sólo parte del cuerpo. Cuando mis uñas se volvieron garras, las raspé sobre el estómago de Brandon.

– ¿Lo sientes? -susurré en su oído, apretándome contra él.

– Si no te retiras ahora mismo, te voy a arrancar las tripas y te las haré comer. Ésa es mi clase de diversión. Brandon trató de alejarse. Lo contuve con mi mano libre. Me tiró contra la pared. Hundí mis garras a medio formar en su estómago, sintiendo cómo atravesaba su piel. Sus ojos se abrieron y chilló, pero la música tapó su grito. Miré en derredor, para asegurarse de que nadie restara atención a la pareja de jóvenes abrazados en el rincón. Cuando me volví hacia Brandon, advertí que había dejado que el juego se prolongara un poco demasiado. Su cara se contorsionaba su cuello se ponía rígido y sus venas se ponían saltonas. Su rostro brilló y se onduló como un reflejo en una corriente de agua en movimiento. Su frente comenzó a engrosarse y sus mejilla a irse hacia su nariz. El clásico reflejo de temor de un licántropo entrenado: el Cambio.

Tomé a Brandon de un brazo y lo arrastré hasta el corredor más cercano. Mientras buscaba una salida, pude sentir que su brazo se transformaba en mi mano, se rompió la manga de la camisa, su antebrazo pulsaba y se contraía. Estaba casi al final del corredor cuando advertí que no era una salida, sólo llevaba a dos puertas de baño. Se abrid la puerta del baño de caballeros y un hombre eructó con fuerza. Otro rió. Miré de nuevo a Brandon, con la esperanza de que su Cambio no hubiese ido más allá del punto en el que se lo pudiera ver como una deformidad. Pero no era así. A menos que la gente estuviera 1o suficientemente borracha para no prestar atención a alguien cuyo rostro se veía como si tuviera gusanos gigantes moviéndose bajo la piel. Salió un hombre del baño. Hice girar a Brandon y vi un depósito a pocos metros. Lo empujé hacia adelante y corrí en dirección a la puerta, rompí la cerradura, abrí la puerta y empujé a Brandon al interior.

Apoyada contra la puerta, mi mente buscaba a toda velocidad una solución. ¿Podía sacarlo? Seguro, le ponía un collar y una cadena a un lobo de setenta y cinco kilos y lo podía llevar así hasta la puerta. Nadie se daría cuenta. Me maldije. ¿Cómo pude permitir que esto sucediera? Lo tenía. En el momento en que me ofreció matar a un ser humano lo tenía. Sólo tenía que decir que si. Escoger a alguien que saliera del bar y seguirlo a la calle. Brandon me hubiera seguido y Clay estaría esperando afuera. Final del juego. Pero no, no me bastaba. Tenía que llevar la cosa más lejos, para ver hasta dónde podía llegar.

– Mierda, mierda, mierda -murmuré.

Detrás de la puerta cerrada había un rugido de dolor, que la música no alcanzaba a tapar. Dos mujeres que pasaban se dieron vuelta para miran

– Mi novio -dije, tratando de sonreír-. Está enfermo. Droga mala. Un nuevo vendedor.

Una de las mujeres miró la puerta cerrada.

– Tal vez tendrías que llevarlo al hospital -dijo, pero luego siguió caminando, después de haber dado su consejo y cumplido con su deber.

– Clayton -susurré – ¿Dónde estás?

No estaba sorprendida de que Clay no hubiese tirado abajo la puerta cuando Brandon me arrinconó. Clay nunca subestimaba mi capacidad de defenderme. Sólo venía al rescate cuando estaba en peligro. No estaba en peligro ahora, pero necesitaba su ayuda. Desgraciadamente, donde estuviera oculto, no podía verme en el corredor.

Dentro del depósito sentí un ruido fuerte. Brandon había terminado su Cambio. Ahora trataba de salir. 'Tenía que impedirlo. Y para impedirlo, casi con certeza tendría que matarlo. ¿Podía hacerlo sin llamar la atención? Otro ruido del interior del cuarto, seguido del sonido de madera rota. Luego silencio.

Abrí la puerta. Había ropa destrozada en el suelo. En la pared que daba al sur había una segunda puerta. En medio del aglomerado barato había un inmenso agujero.

CAOS

Corrí a la sala principal. No había gritos. No de inmediato. Los primeros sonidos que escuché eran voces, más enojadas que alarmadas. “Qué carajo…" "¿Has visto…?" "Cuidado". Cuando di vuela a la esquina del corredor vi una sucesión de sillas y mesas caídas, en un semicírculo que iba desde el depósito hasta la pista de baile. Había gente en torno de las mesas, recogiendo sus abrigos y carteras y copas rotas. Un chico, claramente menor de edad, estaba sentado con las piernas cruzadas en el suelo y sostenía su brazo roto. Una mujer estaba parada sobre una silla, apuntando con una copa vacía hacia el camino que había abierto Brandon en la pista y reclamando que el "maldito hijo de puta" le pagara su trago desperdiciado, como si de algún modo no hubiera notado que el "maldito hijo de puta" en cuestión tenía colmillos, y ningún lugar a la vista donde guardar una billetera.