Estaba yendo hacia la pista cuando escuché el rugido de Brandon. luego el primer chillido. Luego el trueno de cien personas en estampida hacia la salida.
La estampida complicó las cosas. Especialmente porque mi objetivo se encontraba en dirección opuesta al flujo humano. Al principio fui amable. De veras. Dije “perdón", traté de pasar entre la i gente, incluso pedí disculpas por pisar algunos callos. Qué puedo decir, soy canadiense. Luego de unos cuantos codazos en el pecho y unas cuantas obscenidades gritadas en mi oído, me di por vencida y me abrí camino a codazos yo también. Cuando un pesado trató de empujarme hacia atrás, lo tomé del cuello y le di salida por vía rápida. A partir de allí la cosa se puso un poco mejor.
Si bien ya no estaba en peligro inmediato de que me pisotearan, avanzaba de a centímetros. No podía ver nada. Mido un metro ochenta pero incluso una superestrella de la NBA probablemente no hubiera podido ver a través de esa masa de humanidad. Por lo poco que podía ver, no había manera de esquivar la multitud. Si había puerta de atrás o salida de emergencia, nadie parecía darse cuenta. Todos iban hacia la entrada principal, amontonándose en el estrecho corredor.
No sólo no podía ver. Tampoco podía oír otra cosa que el ruido de la multitud, las maldiciones y gritos y exclamaciones, en una torre de Babel de ruido, nada claro excepto el lenguaje universal del pánico. La gente se empujaba y golpeaba, como si estar un paso más cerca de la puerta significara la diferencia entre la vida y la muerte. Otros parecían no moverse por propia voluntad, sino que los arrastraba la multitud. Miré rostros y no vi nada. Se veían tan en blanco y sin expresión como máscaras de yeso. Sólo los ojos decían la verdad, enloquecidos, dominados por el instinto de supervivencia. La mayoría probablemente no sabía de qué escapaba. No importaba. Podían oler el temor surgiendo de la multitud tan bien como cualquier licántropo y se les metía en el cerebro infectándolos con su poder Lo olían, lo sentían y huían. Le daban a Brandon exactamente lo que quería.
Estaba a mitad de la pista de baile cuando tropecé con una mujer en el suelo. La sangre aún salía de su garganta a borbotones salpicando a todo el que pasaba cerca. La gente la pisoteaba y se resbalaba en su Sangre. Ni uno se molestó en mirar hacia abajo. Yo tampoco debí mirar. Pero lo hice. Sus Ojos se encontraron con los míos por un instante. De sus labios salía una baba sanguinolenta. Su mano se convulsionó en el suelo como si tratara de tomarme. Luego se detuvo en el aire y cayó en el charco de sangre. Sus ojos murieron. La sangre había dejado de salir a chorros. Ahora salía un pequeño hilo. Un hombre se tropezó con ella miró hacia abajo. Maldijo y la pateó a un lado. Dejé de mirarla v seguí adelante.
Cuando pasaba sobre el cuerpo, escuché un estallido de vidrios. Alzando la mirada divisé los pies de Clay atravesando una ventana cerca del bar. Se descolgó y cayó al piso Fue una caída de cerca de siete metros, algo que Jeremy no nos hubiera alentado a hacer delante de una multitud, pero cuando nadie prestaba atención a un cadáver bajo sus pies, seguramente nadie advertiría que un hombre se lanzaba a través de una ventana. Clay se subió al bar y estudió a la multitud. Al verme, me indicó que fuera junto a él. Señalé al interior de la multitud, donde Supuse que estaba Brandon. Clay sacudió la cabeza y me llamó nuevamente. Escogí un ángulo que me permitiera Seguir el movimiento de la gente y me le acerqué.
– Me encantó la entrada --grité por sobre el clamor, trepándome sobre la barra.
– ¿Has visto la puerta de adelante, cariño? Habría necesitado una antorcha de acetileno para atravesar la multitud. La única otra entrada está sellada con ladrillos.
Miré por sobre la multitud.
– ¿Así que Brandon no está en ese rincón?
– ¿Quién?
– Él callejero. ¿Está allí?
– Sin duda. Pero gastas energías inútilmente tratando de atraparlo.
Finalmente divisé a Brandon. Tal como sospeché, se había cambiado a lobo completamente. Parecía estar rebotando entre las paredes del rincón, saltando y tirando mordiscos en el aire. Estaba por decir que parecía que el callejero se había vuelto loco. Luego la multitud se abrió lo suficiente como para dejarme ver que estaba atacando algo más que el aire. Había un hombre tirado en el suelo, panza arriba, con las rodillas sobre el pecho, la cabeza gacha, las manos protegiendo su nuca. Su ropa estaba hecha jirones y cubierta de sangre. Estaba inmóvil, obviamente muerto, pero Brandon no lo dejaba. Se lanzó contra el hombre, tomó su pie y lo hizo girar, luego bailoteó hacia atrás, con la cola alzada. Se agachó e hizo como que atacaba, lanzándose a un costado. El hombre ahora yacía retorcido y de costado, y alcancé a ver más de sus heridas de lo que habría deseado. Su camisa estaba desgarrada. Su torso cubierto de sangre, su estómago rojo. La punta del cinto caía al suelo. Entonces advertí que no era un cinto, sino el intestino. Cuando me volvía, el cuerpo se movió. El hombre se balanceó, como si tratara de ponerse de cara al suelo para protegerse.
– Por Dios -susurré-. No está muerto.
Brandon volvió a saltar sobre el hombre, hundiéndole los dientes en la cabeza. Lo alzó, lo tiró a un lado y volvió a alejarse bailoteando.
– Ni siquiera trata de matarlo -dije.
– ¿Por qué lo haría? -dijo Clay, retrayendo el labio-. Se está divirtiendo.
Expresaba el desprecio con cada palabra que decía. Esto no era matar por comida o por supervivencia. Clay no podía entenderlo. Esto para él era un rasgo humano incomprensible: matar por placer.
– Mientras está ocupado, voy a inspeccionar -continuó Clay-.dame cinco minutos. Cuando la gente empiece a ralear, puedes actuar… Arréalo hacia el corredor del costado. Estaré esperando.
Clay saltó del bar y desapareció en medio de la multitud. Miré a Brandon torturando a su presa. Y nuevamente no quise ve; no quería pensar en lo que sucedía allí, que un hombre estaba sufriendo una muerte horrible, pero estaba vivo aún y yo no hacía nada al respecto. Me recordé que casi con certeza era demasiado tarde como para salvarlo y, aunque sobreviviera, tendría que ir al hospital, cosa que no podíamos permitir porque, dado que había sido mordido, el hombre ya era licántropo. Aunque racionalmente sabía que no podía arriesgarme a ir en su ayuda, me sentí obligada a hacerlo, aunque más no fuera para acabar con su sufrimiento. A veces pienso que sería mejor que fuera como Clay, capaz de entender que lo que Brandon hacía estaba mal, pero también que no podía evitarlo y darle la espalda sin sentir remordimientos. Pero no quiero ser así, tan dura, tan insensible. Clay tenía una excusa para ser así. Yo no.
Dejé de mirar a Brandon y a su presa. Enfermo hijo de puta, pensé. Ningún animal haría eso. Mientras lo pensaba, algo se movió en mi cerebro, una pieza que cayó con tal resonancia que me sobresalté. El cuarto de pronto estaba en silencio, el rugido de mis oídos ahogaba el de la multitud, lo que me dio un momento de claridad perfecta en medio del caos.
Sabía dónde había visto el rostro de Brandon y escuchado su nombre, y no había sido en el archivo de licántropos de la Jauría. La televisión. Inside Scoop. La historia del asesino en Carolina del Norte. Volví a ver en mi imaginación la entrevista de la policía, la imagen granulosa que cobraba vida con una sonrisa malévola. Quería que alguien muriera". Scott Brandon. Sacudí la cabeza. No, no podía ser. No tenía sentido. Un licántropo no podía sobrevivir en prisión sin que lo descubrieran. Entonces recordé nuevamente el olor de Brandon, un matiz que registre en su departamento aquella noche. "Es nuevo", le había dicho a Clay. Podía olerlo y también supe que era un licántropo joven y hereditario. Pero no lo era. Había sido mordido.