Выбрать главу

No sé cuánto tiempo pasó. Tal vez horas. Probablemente fueran minutos, el tiempo que necesitó Clay para explicar el asunto a los demás luego escuché los pasos de él en la escalera. Se detuvo frente a mi puerta y golpeó. Como no respondí, golpeó más fuerte.

– ¿ Elena? -me llamó.

– Vete.

La puerta se quejó como si él se apoyara en ella.

– Quiero verte.

– No.

– Déjame entrar a hablar contigo. Sé cuánto te duele…

Me levanté y grité:

– No tienes idea de lo que me duele. ¿Por qué habrías de tenerla? probablemente estés contento de que no esté más. Un obstáculoo menos para que te preste atención. Es todo lo que era para ti, ¿verdad? Un obstáculo para tenerme a mí.

Respiró hondo.

– No es verdad. Sabes que no es así. No importa lo que sintiera porque Logan estuviera cerca de ti, no dejaba de quererlo como a un hermano. -La puerta volvió a quejarse. -Déjame entrar, cariño. Quiero estar contigo.

– No.

– Elena, por favor. Quiero…

– ¡No!

Estuvo en silencio un momento. Escuché su respiración, oí que dejaba de respirar un instante para tragar saliva. Luego hizo un sonido bajo de angustia que se transformó en un rugido de dolor. Sus zapatos chirriaron cuando giró de pronto, después estrelló el puño contra la pared del otro lado del corredor. Una lluvia de yeso llegó al suelo. La puerta de su cuarto se cerró de un portazo. Luego otra cosa se estrelló contra la pared, algo más grande esta vez: un velador o una lámpara. En mi cabeza, seguí el alboroto, viendo pedazos del mobiliario que se hacía trizas y deseando poder hacer lo mismo. Quería lanzar cosas, destruirlas, sentir el dolor de mis manos golpeando la pared, golpear todo lo que hubiera alrededor hasta que mi pena y mi furia fueran tragadas por el cansancio. Pero no podía hacerlo. Me detuvo una parte racional de mi cerebro, que me recordó que eso tendría consecuencias. Cuando recuperara el control iba a avergonzarme de haber perdido el control produciendo una destrucción por la que otro tendría que pagar. Miré a las pastorcitas de Dresden sobre mi vestidor y pensé en lanzarlas contra el piso, ver sus rostros insípidos en medio de vidrios rotos. Sería una sensación maravillosa, pero no lo iba a hacer. Recordé cuánto costaron, el tiempo que Jeremy había dedicado a escogerlas para mí, lo que lo lastimaría si destruía su regalo.

Por más que quisiera explotar, no podía hacerlo. No me podía dar ese lujo. Y odié a Clay porque él sí podía hacerlo.

Incapaz de descargar mi dolor; pasé las horas que siguieron acurrucada sobre la cama, sin moverme hasta que se me acalambraron los músculos de las piernas y me rogaron que cambiara de posición. Mantuve la mirada fija en las cortinas de la cama. la mente lo más en blanco que podía, con miedo a pensar o a sentir alguna cosa. Horas más tarde seguía así cuando Jeremy golpeó a mi puerta. No respondí. La puerta se abrió, luego se cerró. Las cortinas susurraron y el colchón se hundió cuando Jeremy se sentó junto a mí. Su mano descansaba sobre mi hombro. Cerré los ojos y sentí el calor de sus dedos que atravesaba mi camisa. Durante varios minutos no dijo nada. Luego sacó una hebra de pelo de mi rostro y la metió detrás de mi oreja.

No me merecía su bondad. Yo lo sabía. Supongo que era por eso que siempre cuestionaba sus motivos. Al principio, cada vez que él hacía algo amable, trataba de descubrir el mal oculto tras ese gesto, una motivación nefasta. Al fin de cuentas, era un monstruo. Tenía que ser malvado. Cuando advertí que no había nada malo en Jeremy, recurrí a otra excusa; que era bueno conmigo porque no podía quitarme de en medio, porque era un tipo decente e incluso porque sentía cierta responsabilidad por lo que su hijo adoptivo me había hecho. Si me llevaba a ver teatro en Broadway y a cenar a lugares elegantes, era porque me quería tener tranquila y contenta, no porque disfrutara de mi compañía. Quería que disfrutara de mi compañía pero no podía creer en eso porque no veía mucho en mí que lo mereciera. Y no es que creyera que no era merecedora de amor y atenciones, pero no de alguien del calibre moral de Jeremy. Yo no había logrado ganarme el afecto de una docena de padres adoptivos, así que no podía creer que ahora si lo hubiera ganado, de alguien que valía más que todos esos hombres juntos. Aun así hubo momentos en que me permití creer que Jeremy de veras me quería, cuando estaba demasiado dolida como para negarme esa fantasía. Y ésta era una de esas veces. Cerré los ojos, sentí su presencia y me permití creerlo.

Nos quedamos en silencio un rato y luego dijo con suavidad:

– Lo enterramos en el fondo. ¿Hay algo que quieras hacer?

Sabía que me estaba preguntando si había algún rito humano de entierro que pudiera hacerme sentir mejor. Deseé que así fuera. Deseé poder encontrar dentro de mí algún ritual de muerte tranquilizador, pero mis experiencias religiosas juveniles no me habían dado confianza en el poder de un ser todopoderoso. Mi recuerdo más vívido de la iglesia era estar sentada en un banco en medio de una de las parejas que me adoptó, mi madre adoptiva inclinada hacia delante, tratando de oír al pastor y tratando de ignorar el hecho de que la mano de su marido estaba explorando los misterios espirituales ocultos bajo mi pollera. Sólo aprendí a rezar para que se me liberara de ese tormento. Dios debe haber estado ocupado con algo más importante. Me ignoró y yo aprendí a responder del mismo modo.

Aun así, y a pesar de mis creencias, consideré que tenía que hacer algo para marcar la muerte de Logan, por lo menos ir al lugar donde estaba enterrado a despedirlo. Cuando le dije eso a Jeremy; se ofreció a acompañarme, cosa que acepté con un movimiento de cabeza. Me ayudó a levantarme, me tomó del codo y me condujo suavemente escaleras abajo. Si hubiese sido otro o en otro momento, habría rechazado la ayuda. Pero en ese momento se lo agradecí. El suelo parecía moverse y hundirse bajo mis pies. Bajé con cautela los escalones y salimos al corredor de atrás. Se abrió la puerta del estudio y Antonio asomó la cabeza, con una copa de brandy a medio llenar en la mano. Miró a Jeremy, transmitiendo una pregunta silenciosa. Cuando Jeremy sacudió la cabeza Antonio asintió, luego retrocedió al cuarto. Cuando salimos por la puerta, oí que se abría nuevamente. Sin necesidad de mirar sabía quién estaba saliendo. Jeremy miró por sobre su hombro y alzó una mano. No oí que se volviera a cerrar la puerta, ni oí que los pasos de Clay nos siguieran. Lo imaginé en el corredor mirando cómo nos alejábamos, y caminé un poco más aprisa.

Habían enterrado a Logan en medio de una arboleda, en el bosque de atrás de la casa. Era un lugar bonito, donde el sol del mediodía bailaba en las hojas y caía sobre las flores silvestres. Pensé en eso y luego advertí lo absurdo de escoger un lugar agradable para enterrar a los muertos. Logan no podía verlo. No le importaba dónde yacía. El lugar elegido cuidadosamente era sólo reconfortante para los vivos. Y a mí no me reconfortaba.

Me incliné a tomar unas flores blancas diminutas para dejarlas sobre la tierra removida. Tampoco supe por qué hacia eso. A Logan no le importaría. Otro gesto sin sentido que buscaba ofrecer un pequeño grado de consuelo, el consuelo de un ritual realizado sobre los cuerpos de los muertos desde que los seres humanos comenzaron a velar a sus muertos. Parada junto a la tumba, aferrando mi patético ramito de flores, recordé el último y único funeral en el que había estado. El de mis padres. La mejor amiga de mi madre -la que intentó adoptarme- había hecho los arreglos para el pequeño funeral. Más tarde supe que mis padres no tenían seguro de vida, así que estoy segura de que la amiga de mi madre debió costearlo todo. Me llevó al funeral, se quedó junto a mí y me tuvo de la mano. Fue la última vez que la vi. El sistema de adopción imponía como regla la separación total.