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Mientras escuchaba, comenzó a aflorar en mí una antigua ira y resentimiento. ¿Por qué la gente siempre se quejaba de sus empleos y cónyuges e hijos y demás parientes? ¿No se daban cuenta de que eran afortunados al tener esas cosas? Aun de niña odiaba oír a los chicos quejarse de sus padres y hermanos. Quería gritarles: si no les gusta su familia, me la dan a mí, yo me la quedo y nunca me quejaré de tener que ir temprano a la cama o de que me moleste mi hermana menor. Al crecer estuve rodeada de imágenes de familia. Parecían estar en cada libro, cada programa televisivo, cada película, cada publicidad. Madre, padre, hermano, hermana, abuelos, mascotas y hogar. Palabras tan familiares para cada niño de dos años que cualquier otro tipo de vida sería impensable. Impensable y equivocada, simplemente equivocada. Cuando superé la etapa de la autoconmiseración, advertí que haberme perdido estas cosas en la niñez no significaba que tenía que perdérmelas para siempre. Podía tener una familia cuando creciera. Ni siquiera tendría que ser el tradicional marido, tres chicos, perro y un lindo chalet. Cualquier variación sería buena. La cuestión era que tenía el poder de cambiar mi vida y conseguir todo lo que la vida me había negado. Y entonces, en el momento en que llegaba a ser adulta, me volví mujer lobo.

Mis planes para el futuro desaparecieron en una noche. Podía forjarme una vida en el mundo humano, pero nunca sería lo que había imaginado. No tendría marido. Vivir con alguien ya era bastante arriesgado, compartir la vida con alguien era imposible: había demasiado que no podría compartir. Nada de niños. No había antecedentes de una mujer lobo que diera a luz. Aunque estuviera dispuesta a correr el riesgo, no podía someter a un niño a la posibilidad de vivir como licántropo. Nada de marido ni hijos y, faltando eso, ninguna esperanza de formar una familia o tener un hogar. Todo eso se me había quitado, tan lejos de mi alcance como cuando era niña.

Clay me miraba, con los ojos llenos de preocupación.

– ¿Estás bien?

Me buscó, no con una mano conmiserativa ni con una palmada en la rodilla, ni nada tan obvio. En cambio, deslizó su pierna hacia delante hasta tocar la mía y siguió estudiándome el rostro. Me volví para mirarlo. Al encontrarse nuestras miradas, quería gritarle, decirle que no estaba bien, que nunca estaría bien, que él se había asegurado de que así fuera. Había robado todos mis sueños y toda esperanza de tener una familia en un gesto de egoísmo imperdonable. Retiré mi pierna bruscamente y desvié la mirada.

– ¿Elena? -dijo, inclinándose sobre la mesa-. ¿Estás bien?

– No. No estoy bien.

Me detuve. ¿De qué serviría decir algo más? Estábamos aquí para cazar al asesino de Logan, no para pelearnos por nuestros problemas personales. No era el momento. Y en el fondo sabía que nunca llegaría el momento. Si lo hablábamos, quizá pudiéramos solucionar la cosa. Era un riesgo que no estaba dispuesta a correr. No quería olvidar y no quería perdonarlo jamás. No me lo permitiría.

Arreglar las cosas con Clay significaría rendirme. Significaría darle la victoria, reconocer que morderme valió la pena. El tendría la compañera que deseaba, sería la concreción de sus sueños. Pero yo tenía mis propios sueños y Clay no tenía ningún lugar en ellos. Licántropo o no licántropo, no soportaba la idea de renunciar a ellos, especialmente ahora que había visto las posibilidades que se me abrían con Philip. Tenía un hombre bueno y decente, alguien que reconocía y alentaba mi potencial para ser buena y normal, cosas que Clay no veía, que ni siquiera le importaban y por cierto que nunca las alentaba. Tal vez el casamiento, los chicos y la casa en los suburbios no fueran nuestro destino pero, como dije, cualquier variante era buena. Con Philip podía imaginar una variante satisfactoria, con un compañero, un hogar, una familia. 'Todo lo que tenía que hacer era salir de este lío con la Jauría, volver a Toronto y aprovechar la oportunidad que se me brindaba.

– No -repetí-. No estoy bien. Logan está muerto y su asesino anda suelto y estoy en un estúpido café con… -Me tragué el resto. – Se supone que escuchemos los rumores, ¿recuerdas? Cállate y escucha.

Hice un esfuerzo por volver a concentrarme en las conversaciones en derredor. La gente seguía quejándose de sus vidas, pero lo ignoré y me concentré en tratar de escuchar lo que quería oír. Junto con la desesperanza general, aquí y allí los clientes comentaban los eventos de la noche anterior con ese tono cansino que dice "a dónde iremos a parar”, que la gente probablemente ha usado desde que los primeros hombres vieran a sus vecinos caminar en dos patas. Si bien la mayoría de la gente repetía lo que decía el artículo del diario, unos cuantos hacían nacer rumores que andarían por todo el pueblo para el anochecer. Una mujer en un rincón al fondo dijo que había escuchado que no se trataba de un animal salvaje, sino de un perro guardián de un pariente del alcalde que se había escapado, y que habían sobornado o amenazado a la policía para que dijera que había sido un perro salvaje. Algunos incluso pensaban que el perro no tuvo nada que ver. Sino que la gente enloquecida por las drogas los había matado. Se volvieron locos, se inició el pánico y los policías mataron a un pobre perro. La gente a veces puede ser muy creativa. Surgieron otras historias aquí y allá, aunque ninguna tan interesante como ésa. Pero lo cierto es que nadie hablaba de lobos demasiado grandes ni exigía una investigación para saber por qué la bestia actuó como lo hizo. 'Todos daban por supuesto que era perfectamente natural que un perro se descontrolara y masacrara a varias personas en un local atestado de gente. Mientras yo prestaba atención a la conversación, Clay hacía de cuenta que leía el diario. Digo "hacía de cuenta" porque yo sabia que no le importaba un carajo lo que sucediera en Bear Valley o en ningún otro lugar del mundo. Al igual que yo, trataba de pescar algún rumor; aunque no lo admitiera.

– ¿Podemos irnos ya? -preguntó finalmente.

Sorbí mi café frío. Me quedaban tres cuartos de la taza. Clay ni siquiera había probado el suyo. Y ninguno de los dos había tocado la tarta. Por una vez el hambre era una preocupación distante.

– -Supongo que podemos empezar --dije, mirando por la ventana-. Falta mucho para que oscurezca, pero probablemente nos lleve un tiempo encontrar un rastro. ¿Empezamos por el estacionamiento?

No podía decir «el estacionamiento donde encontramos a Logan», pero Clay sabía a cuál me refería. Asintió, poniéndose de pie y me abrió la puerta sin decir más.

Cuando íbamos acercándonos al estacionamiento del almacén, me detuve antes de doblar la esquina, para no ver el lugar donde habíamos encontrado a Logan. Mi corazón latía tan aprisa que tuve que concentrarme para poder respirar.

– Puedo hacerlo yo -dijo Clay, poniendo su mano en mi espalda-. Quédate aquí. Yo encontraré el rastro y veré a dónde conduce.

Me alejé de su mano.

– No puedes. El olor ya se había desvanecido mucho anoche. Será peor ahora. Necesitas de mi olfato.

– Puedo intentarlo.

– No.

Di vuelta a la esquina, vacilé, casi me detuve, luego me impulsé hacia delante. Cuando vi el lugar dónde había estado estacionado el Explorer, desvié la mirada, pero fue demasiado tarde. Mi mente ya estaba reproduciendo la escena de anoche: yo corría hacia delante, Clay me llamaba y corría tras de mí. El advirtió lo sucedido antes que yo. Por eso intentaba detenerme. Ahora lo entendía, aunque su motivo no importaba ahora. Era sólo una distracción sin sentido que atravesaba mi mente, evitando que pensara en lo sucedido aquí la noche anterior.