Выбрать главу

Las reglas humanas me confunden. No es que me criara en una cueva. Antes de volverme licántropo, ya había aprendido las cosas básicas: cómo llamar a un taxi, manejar un ascensor; pedir una cuenta bancaria, todas las minucias de la vida humana. El problema era la interacción con humanos. Mi niñez había sido bastante jodida. Entonces, cuando estaba al borde de convertirme en adulta, me mordieron y pasé los siguientes nueve años de mi vida con otros licántropos. En esos años tampoco había estado separada del mundo humano. Había vuelto a la universidad, viajado con los demás, incluso tuve varios empleos. Pero siempre habían estado allí, para darme apoyo, protección y compañía. No había tenido que manejarme sola. No había tenido que hacer amigos ni tener amantes ni ir a almorzar con mis compañeros de trabajo. Y no lo hice. El año pasado, cuando rompí con los demás y vine a 'Toronto sola, pensé que amoldarme a la situación sería la menor de mis preocupaciones. ¿Qué podía pasar? Haría lo elemental que había aprendido de niña, mezclado con la capacidad de conversar como una adulta, con un toque de cautela y voilá, me haría de amigos rápidamente. ¡Ja!

¿Ya era demasiado tarde para dar la vuelta e irme? No quería hacerlo. Respirando hondo, toqué el timbre. De inmediato se escucharon pasos. Entonces abrió la puerta una mujer de cara redonda con pelo marrón entrecano.

– ¡Elena! -dijo Diane-. Mamá, llegó Elena. ¿Philip está estacionando? ¡Hay tantos autos! Todo el mundo anda de visita.

– En realidad Philip no está conmigo. Tuvo que trabajar, pero vendrá pronto.

– ¿Trabaja en domingo? Tendrás que hablar con él seriamente, muchacha. Pasa, pasa. Están todos aquí.

La madre de Philip, Anne, apareció detrás de su hija. Era diminuta. No me llegaba ni al mentón con pelo gris acerado, cortado a lo paje.

_¿Sigues tocando a la puerta, querida? dijo, levantando los brazos para abrazarme. -Sólo los vendedores tocan el timbre. La gente de la familia entra sin llamar.

– Philip llegará tarde -dijo Diane-. Está trabajando.

Anne hizo un sonido en lo profundo de su garganta y me acompañó adentro. El padre de Philip, Larry; estaba en la cocina robando dulces de una bandeja.

– Eso es para el postre, papá -dijo Anne, espantándolo.

Larry me tomó de los hombros con un brazo, en la otra mano atún tenía un dulce.

– ¿Dónde está…?

– Viene tarde -dijo Diane-. Está trabajando. Ven al living Elena. Mamá invitó a almorzar a los vecinos, Sally y Juan. -Bajó la voz: -Sus hijos están todos en el oeste. -Empujó las puertas de vaivén. -Antes de que llegaras mamá les estaba mostrando tus últimos artículos en el Focus Toronto.

– ¿Eso es bueno o malo?

– No te preocupes. Son muy liberales. Les encantaron tus artículos. Aquí estamos. Sally, Juan, ella es Elena Michaels, la novia de Philip.

La novia de Philip. Eso siempre sonaba extraño, no porque me molestara que me dijeran "novia en vez de “compañera" o cualquier otra ridiculez políticamente correcta por el estilo. Me llamaba la atención porque hacía muchos años que no era la novia de nadie. No tenía relaciones estables. Para mí, si duraba un fin de semana entero, ya se estaba poniendo demasiado serio. Mi única relación duradera había sido un desastre. Más que un desastre. Una catástrofe.

Philip era diferente.

Conocí a Philip unas pocas semanas después de mudarme a 'Toronto. Vivía en un departamento a pocas cuadras. Dado que nuestros edificios tenían el mismo administrador, los inquilinos del suyo tenían acceso al gimnasio y la piscina del mío. Él fue a la piscina un día después de la medianoche y al encontrarme sola me preguntó si me molestaba que nadara un poco, como si yo tuviera derecho a echarlo. A lo largo del mes siguiente nos encontramos solos allí, siempre por la noche tarde. Siempre preguntó si no me molestaba. Finalmente le dije que el motivo por el que hacía ejercicio era para no tener que preocuparme de que me atacara un extraño y que iría en contra de mi objetivo si me pusiera nerviosa su presencia. Eso lo hizo reír y se quedó después de su ejercicio y me trajo jugo de la máquina expendedora. Cuando el jugo se volvió un hábito, fue recorriendo la cadena alimentaria con invitaciones a tomar café, luego almuerzos y cenas. Para cuando llegamos a compartir el desayuno ya habían pasado seis meses del día en que nos conocimos en la piscina. Ése pudo haber sido uno de los motivos por el que me dejé atrapar, halagada de que alguien invirtiera tanto tiempo y esfuerzo en conocerme. Philip me cortejó con la paciencia de quien trata de convencer a un animal medio salvaje de que entre a la casa y, al igual que muchos descarriados, me encontré domesticada antes de que pensara en resistir.

Todo anduvo bastante bien hasta que sugirió que viviéramos juntos. Tendría que haber dicho que "no». Pero no lo hice. Una parte de mí no podía resistir el desafío de ver si podía hacerlo. Otra parte de mí temía perderlo: era la mayor prueba de mi éxito en el intento por tener una vida normal. El primer mes fue un desastre. Entonces, justo cuando pensé que la burbuja estaba por estallar, se aflojó la tensión. Me obligué a posponer más mis Cambios, lo que me permitía hacer mis corridas cuando Philip hacía viajes de negocios o trabajaba hasta tarde. Por supuesto que no puedo decir que fui yo sola la que salvó la relación. Incluso cuando empezamos a vivir juntos, Philip fue tan paciente como cuando salíamos. Cuando yo hacía algo que haría levantar las cejas a la mayoría de las personas, Philip lo dejaba pasar con una broma. Cuando me superaba la tensión, me llevaba a cenar o a un espectáculo, para distraerme, a la vez que me daba a entender que estaba dispuesto a hablar y que lo entendería si yo no quisiera hacerlo. Al principio pensé que era demasiado bueno para ser real. Todos los días yo volvía a casa del trabajo, me detenía frente a la puerta del departamento y me preparaba por si él me había abandonado. Pero no lo hizo. Hace unas semanas empezó a hablar de buscar un lugar más grande cuando se terminara mi contrato de alquiler, incluso insinuó que un departamento en un condominio podría ser una inversión adecuada. Guau. Eso sonaba a algo permanente, ¿verdad? Me quedé conmocionada una semana entera. Pero era una forma buena de conmoción.

Era la media tarde. Los vecinos ya se habían ido. El marido de Diane Ken, se había ido temprano para llevar al menor de sus hijos al trabajo. La otra hermana de Philip, Judith, vivía en Inglaterra y tuvo que conformarse con una llamada telefónica después del almuerzo y habló con todos, incluso conmigo. Al igual que toda la familia de Philip, me trataba como si fuera su cuñada en vez de la novia del momento de su hermano. Eran todos tan amigables, se mostraban tan dispuestos a aceptarme, que me costaba creer que no fuera por simple cortesía. Era posible que realmente les cayera bien, pero después de haber tenido tan mala suerte con las familias, me resistía a creerlo. Lo deseaba demasiado.

Cuando estábamos lavando los platos sonó el teléfono. Anne atendió en el living. A los pocos minutos me vino a buscar. Era Philip.

– Lo siento cariño -dijo, cuando atendí-. ¿Mamá está enojada?

– No lo creo.

– Bueno. Le prometí llevarla a cenar otro día.

– ¿Vendrás?

Suspiró.

– No voy a llegar. Diane te llevará a casa.