Pese a una investigación extensa, la policía no pudo encontrar suficientes evidencias para enjuiciar a Le Blanc. En el último artículo del Tribune, Le Blanc había empacado y salido de Chicago. Aunque el sistema judicial no había podido condenar a Le Blanc, el pueblo de Illinois silo había hecho. Ése era el último artículo de Chicago, pero el álbum no terminaba allí Conté seis artículos más de los últimos años, que seguían el rastro de mujeres desaparecidas a través del medio oeste hasta California, para volver luego a la costa este. Thomas Le Blanc había estado moviéndose. El último recorte estaba fechado hacia ocho meses y era de Boston.
– Mierda -dijo Clay, haciéndome sobresaltar-. No puede ser, carajo. Deja el álbum, cariño. Tienes que ver esto.
Fui hasta la ventana. Clay corrió la cortina lo suficiente para que pudiera mirar. Cerca de la puerta de la entrada se había estacionado un Acura. Salían tres hombres de él. Cuando vi el rostro del hombre que salía del lado del conductor no me conmocionó ver la cara que aparecía en las fotos del Tribune: el alto Thomas Le Blanc, de cabello oscuro, que no se veía tan bien como en las fotos. Por supuesto que Clay no lo reconoció y ni siquiera sabía a esa distancia que era un licántropo. Los otros dos hombres fueron los que llamaron su atención. Karl Marsten y Zachary Cain, dos callejeros que ambos conocíamos muy bien.
– ¿Marsten y Cain? ¿Qué demonios hacen juntos? -dijo Clay.
– ¿Quién es el otro tipo? Debe ser el que buscamos.
– El asesino de Logan -dije-. Thomas Le Blanc. Tenemos que salir de aquí.
– Un momento -dijo Clay, manteniéndose firme cuando intenté arrastrarlo hacia la puerta-. No vamos a ninguna parte. Vinimos para esto, cariño.
– Vinimos a matar a un callejero. Un callejero sin experiencia. Tres contra dos ya es malo, pero…
– Podemos dominarlos.
– ¿Sin dormir ni comer en veinticuatro horas?
– Podríamos…
– Yo no puedo.
Clay se detuvo. Se quedó callado un momento.
– Si te quedas yo me quedo -agregué-. Pero no estoy en condiciones de pelear. Estoy exhausta y hambrienta y aún me duele el brazo por las mordidas del perro y de Brandon.
Lo estaba golpeando por debajo de la cintura, pero no me importaba. La expresión de Clay cambió, primero fue de incertidumbre y luego decidida.
– Bien -dijo-. Nos vamos. ¿Queda tiempo…?
– El balcón. Tendremos que bajar. Nada de saltar.
– ¿Tu brazo? -miró la herida cicatrizada. Nosotros nos curamos rápido y se veía bien, pero no iba a admitirlo. No ahora.
– No me voy a morir -dije.
Clay fue hasta la puerta del balcón, hizo a un lado las cortinas y abrió la puerta.
– Yo bajo primero y te atajo si no puedes sostenerte.
Él ya había bajado antes de que yo pudiera salir al balcón. Pasé una pierna sobre el borde, entonces miré hacia atrás y vi el álbum sobre la cama. Debí haberlo tomado. Habría más pistas para ayudarme a entender a Le Blanc y encontrar la manera de matarlo.
– Enseguida voy -le dije a Clay desde arriba.
– ¡No!
Ya había vuelto al cuarto. Tomé el álbum de la cama justo cuando sentí que metían una tarjeta en el cierre electrónico.
– No funciona -dijo una voz desconocida al otro lado de la puerta-. Tendría que encenderse la luz verde.
Me lancé de la cama al balcón, enredándome con un calzoncillo y saliendo disparada por la puerta. Cuando me lanzaba del balcón, alguien probó la puerta, descubrió que estaba abierta y la empujó. Yo me dejé caer. Clay no estaba allí para recibirme. Cuando me volví lo vi corriendo hacia la puerta de la recepción. Iba a gritar su nombre, lo pensé mejor y en vez de eso corrí y le hice un tacle. Caímos al suelo justo delante de la puerta del primer cuarto. El álbum escapó de mis manos y le dio bajo el mentón con fuerza.
– Up -dije-. Lo siento.
– Casi suena como si lo dijeras en serio -gruñó, con el álbum en una mano-. ¿Volviste por esto?
– Lo necesito.
Murmuró algo. No pude escuchar lo que dijo y probablemente tampoco quería hacerlo. Seguíamos despatarrados en la vereda, yo encima de él. Alcé la cabeza para escuchar. Alguien salió al balcón en el cuarto de Le Blanc. Escuché el crujido de la baranda cuando la persona se inclinó, mirando el estacionamiento. Pero nosotros estábamos ocultos a su mirada.
– -Shh-susurré.
– Ya sé -movió los labios en silencio.
Se movió debajo de mi, llevando sus manos a mi trasero. No era una posición incómoda -no es que quisiera estar allí- pero dadas las circunstancias… Ay; no importa.
– Me hiciste asustar -susurró.
Llevó una mano a mi cabeza, me empujó hacia él y me besó. Cerré los ojos y lo besé. Al fin de cuentas, si teníamos que estar acostados en la vereda frente a un hotel, al menos tendríamos que estar haciendo algo que pudiera explicarlo, ¿verdad? Pasado un minuto vi que sus ojos se movían hacia la derecha y se cerraban un poco. Me aparté, y él se deslizó de abajo y centró la mirada iracunda en una persona a mis espaldas. Miré sobre el hombro y me encontré con la mujer que nos vio discutir antes. Estaba de nuevo junto a su puerta, tomando una lata de Coca Diet, mirando el espectáculo.
– ¿Quiere pochoclo también? -dijo Clay, poniéndose de pie y sacudiendo su ropa.
– Es un país libre -contestó la mujer.
Clay tenía poca paciencia con los humanos en general, pero aún menos con los humanos que invadían su privacidad y no sabían como justificarse. Apretó los dientes y pasó junto a mí. Se detuvo de espaldas a mí, mirando a la mujer. Le llevó un segundo. Los ojos de la dama en cuestión se ensancharon, retrocedió y cerró la puerta de un golpe y con cerrojo. Clay no había dicho nada. Sólo le había dirigido su mirada de pura malevolencia que nunca deja de hacer huir a los humanos. Traté de perfeccionar la mirada una vez. Cuando creí que ya lo había logrado, la probé con un idiota que me molestaba siempre en un bar. En vez de asustarlo, los motores se le encendieron a pleno. Aprendí mi lección. Las mujeres no podemos con la malevolencia.
A esta altura el que había salido al balcón de Le Blanc ya no estaba allí. El paso siguiente podría ser que bajaran para mirar afuera, dado que Marsten y Cain podrían oler que Clay y yo habíamos estado en el cuarto de Le Blanc y probablemente supondrían que no nos habíamos ido hacía mucho. Empujé a Clay hacia delante y fuimos por la vereda, pegados al edificio. Crucé los dedos con la esperanza de que no salieran. No es que no pudiéramos escapar. Podíamos hacerlo. Pero Clay no lo haría. Si venían y lo veían, no iba a correr.
Por suerte dimos la vuelta al edificio y pudimos irnos sin que nos vieran. La vuelta hasta el auto fue rápida. En menos de veinte minutos íbamos de regreso a Stonehaven en busca de refuerzos.