SINCRÓNICO
– De ninguna manera -dijo Jeremy, levantándose de su silla para ir junto a la chimenea.
Estábamos todos en el estudio. Los otros nos habían estado esperando. Clay y yo estábamos sentados en el sofá, Clay en el borde, listo para saltar al instante ni bien Jeremy dijera que podíamos ir tras los callejeros. Nick estaba parado junto a Clay, tamborileando con los dedos en el respaldo del sofá, igualmente ansioso, pero esperando que Clay le diera la orden. Peter y Antonio estaban sentados al otro lado del cuarto. Los dos se veían llenos de furia por las novedades, pero se mantenían compuestos, gracias al mayor control que les daban la edad y la experiencia-
– No puedo creer que me lo pregunten -continuó Jeremy-. Los dos se fueron cuando expresamente prohibí a Clayton ir tras ese callejero. Después Elena me llama para decir que sólo están tratando de averiguar cómo siguió lo de anoche y de algún modo terminan…
– No fue intencional -dije-. Pero encontramos el rastro. No podíamos dejar pasar la oportunidad.
Jeremy me dirigió una mirada que me aconsejaba cerrar la boca antes de que me enterrara más. La cerré.
Jeremy volvió junto a su silla, pero no se sentó.
– Nadie va a ir tras estos tres esta noche. Estamos todos exhaustos y nerviosos por lo de anoche, especialmente ustedes dos. Si no hubiera confiado en lo que me dijo Elena cuando llamó, hubiera ido allí esta tarde para traerlos de vuelta.
– Pero no hicimos nada -dijo Clay, poniéndose de pie.
– Sólo porque no tuvieron oportunidad.
– Pero…
– Ayer teníamos un callejero en el pueblo. Hoy está muerto y aparecen tres más. No sólo eso, sino que dos de los cuatro son
Karl Marsten y Zacary Cain, dos callejeros que serían bastante problema cada uno por su lado.
– ¿Están totalmente seguros de que eran Marsten y Cain?- -preguntó Antonio-. Son los dos callejeros que más difícil me resulta imaginar juntos. ¿Qué podrían tener en común?
– Los dos son callejeros -dijo Clay.
– Yo sospecho que no están asociados en equipo -dije-. Marsten debe de tener dominado a Cain por algún motivo. Es claramente una relación de líder y seguidor. Karl quiere territorio. Hace años que lo quiere.
– Si quiere territorio, tiene que unirse a la Jauría dijo Jeremy.
– Carajo -escupió Clay-. Karl Marsten es un ladrón, un tramposo hijo de puta que le clavaría un puñal en la espalda a su padre para conseguir lo que quiere.
– Y no se olviden de los nuevos reclutas -dije-. Brandon y Le Blanc son asesinos. Asesinos humanos. Alguien -probablemente fuera Marsten- los encontró, los mordió y los entrenó. Está formando un ejército de callejeros. Y no son callejeros cualesquiera, sino gente que sabe acechar y matar. Saben hacerlo y les gusta.
Antonio sacudió la cabeza.
– Aun así no me imagino a Marsten detrás de esto. Que sea parte del asunto sí. Pero eso de crear nuevos callejeros, no es… fino. ¿Y reclutar a Cain? Ese tipo es un idiota. Pesado, pero idiota. Son demasiadas las posibilidades de que haga desastres. Marsten lo sabría.
– ¡Qué importa, carajo! -dijo Clay, explotando desde su asiento-. Tenemos tres callejeros en el pueblo. Uno de ellos mató a Logan. ¿Cómo pueden quedarse ahí sentados discutiendo las motivaciones de los tipos y…?
– Siéntate, Clayton -dijo Jeremy con voz contenida.
Clay iba a sentarse, luego se detuvo. Por un instante se quedó allí, con dos instintos batallando en su interior. Entonces apretó los puños. Se enderezó, giró, y fue hacia la puerta del estudio.
– Si te vas, no vuelvas -la voz de Jeremy era poco más que un susurro, pero detuvo a Clay-. Si no puedes controlar el impulso, Clayton, entonces ve abajo, a la jaula. Te encerraré hasta que se te pase. Pero si el problema es que no quieres controlarlo y te vas, entonces no serás bienvenido aquí.
Jeremy no quería decir eso. Bueno, si, pero no como sonó. Si Clay se iba y Jeremy lo había amenazado con desterrarlo, tendría que hacerlo. Pero no dejaría ir a Clay sin luchar. La amenaza era la mejor manera de evitarlo. Clay se quedó allí, con la quijada moviéndosele como si masticara la furia y las manos apretadas a los costados, listas para golpear a alguien o algo. Pero no se movió. No lo haría. El destierro sería la muerte para Clay, no por fuerzas exteriores, sino internas, la muerte lenta de separarse de aquello en lo que más creía. Nunca dejaría a Jeremy o a la Jauría. Era su vida. Lo mismo podría Jeremy haberlo amenazado con matarlo si se iba tras los callejeros.
Lenta y deliberadamente, Clay se volvió hacia Jeremy. Sus miradas se encontraron. Luego Clay salió por la puerta, hacia la izquierda, no hacia el garaje o la puerta de adelante sino hacia el fondo de la casa. La puerta de atrás se abrió y luego se cerró con un portazo. Lo miré a Jeremy y luego seguí a Clay.
Seguí a Clay al bosque. Caminó hasta que ya no podían vernos ni escucharnos desde la casa y entonces golpeó el árbol más cercano con su puño y lo hizo sacudirse y gemir. Volaron gotas de sangre.
– No podemos dejar que Cain y Marsten se salgan con la suya. -dijo-. No podemos dejarlos creer que retrocedemos. Tenemos que actuar. Ahora.
No dije nada.
Giró para mirarme.
– Está equivocado. Estoy tan seguro de que se equivoca.
Cerró los ojos y respiró hondo, con el rostro descompuesto. La idea misma de cuestionar a Jeremy lo atravesaba hasta el alma como la peor traición posible.
– Tiene razón -continuó Clay luego de un instante-. No estamos listos. Pero no puedo quedarme quieto mientras el asesino de Logan anda por ahí, sabiendo que los callejeros podrían atacarte a ti o a Jeremy. Tiene que saberlo.
No dije nada, sabiendo que no buscaba una respuesta, que sólo trataba de entender las cosas por sí mismo.
– ¡Carajo! -le gritó al bosque-. ¡Carajo, carajo, carajo!
Nuevamente golpeó con el puño el árbol más cercano. Pasó la mano por sus rulos y escamas rojas de sangre seca se desparramaron por sus cabellos dorados. Cerró los ojos, su pecho subía y bajaba convulsivamente. Luego soltó el aire, temblando, y me miró. En sus ojos brillaba la ira frustrada, mezclada con el temor.
– Lo estoy intentando, cariño. Sabes que lo intento. Todo en mí me grita que vaya tras ellos, que los cace, que les destroce la garganta. Pero no puedo desobedecerle. No puedo.
– Lo sé.
Se acercó a mí, me abrazó, su boca sobre la mía. Sus labios tocaron los míos levemente, tentativos, esperando ser rechazados. Yo podía sentir el sabor de su pánico, su lucha por controlar los instintos que bramaban en su interior con más fuerza que cualquier cosa que yo pudiera imaginarme. Lo abracé, subiendo las manos hasta enredarías en su pelo, acercándolo a mi. Lo sacudió una queja de alivio. Dejó caer el manto de control y me tomó, empujándome contra un árbol.
Rasgó mi ropa, arañando mi piel con sus uñas al quitarme la camisa y los pantalones. Yo no lograba abrir sus jeans, los dedos torpes porque se me había contagiado su desesperación como fuego. Se bajo los jeans y los lanzó lejos.
Sus labios volvieron a los míos y me lastimaron. Enredé la mano en su pelo, atrayéndolo hacia mí. Lanzó un quejido ronco. Sus manos recorrieron mi cuerpo desnudo, amasando, aferrando, mi cadera, mi cintura, mis pechos. Se me clavó la corteza del árbol en la espalda. Cuando sus dedos me llegaron al rostro, olí la sangre en sus manos, sentí que volvía a sangrar y su sangre caía sobre mis mejillas cuando me acarició la cara. La sangre goteó sobre nuestros labios y yo la saboreé, metálica y familiar.
Sin aviso, sus manos cayeron encima de mi trasero, levantándome del suelo y cargándome sobre su cintura. Gruñó al deslizarse dentro de mí. Mis pies colgaban en el aire y él quedó en control. Golpeó contra mí. Sus ojos, fijos en los míos, parecían atravesarme cada vez que empujaba. Del interior de su pecho salió un gruñido rítmico de deseo desesperado. Sus dientes apretados. Cuando sus dedos se hundieron en mis caderas, sentí que el borde de su anillo de casamiento me cortaba. Entonces los ojos se le nublaron. Vaciló y su cuerpo se sacudió convulsivamente. Lanzó un quejido bajo y sin aliento y luego fue bajando el ritmo, hundiendo el rostro en mi clavícula, y sus manos subieron para proteger mi espalda del árbol. Siguió moviéndose lentamente dentro de mí, aún duro. Aún no había alcanzado el clímax. Era una liberación de otro tipo, un abatimiento repentino de la violencia que lo había atravesado.