– Carajo -dijo Nick, sacudiendo la cabeza-. Cuando sepamos quién es el responsable, va a pagar por esto.
– Yo tengo idea de quién es el responsable.
Saqué el pelo de mi bolsillo y lo tiré a sus pies. Nick lo miró un momento, confundido. Luego se abrieron grandes sus ojos y me miró. Evité su mirada, para no ver la incredulidad que se dibujaría en ellos. Antonio miró una vez el pelo, luego se recostó en el respaldo y no dijo nada.
Una hora más tarde me encontraba otra vez en el estudio, mientras los demás se habían ido a cumplir obligaciones menos sedentarias o en busca de una compañía más amable. Sentada allí, mi mirada fue hasta el escritorio al otro lado del cuarto. Estaba cubierto con las habituales pilas de papeles y revistas de antropología. Me hizo acordar de cómo había conocido a Clay, de cómo me metí en este lío. Cuando yo era estudiante de la Universidad de Toronto, tenía un interés menor en la antropología. En mi primer año había hecho un trabajo sobre religiones antropomorfas, que era la especialidad de Clay, y yo había estudiado suficientes trabajos de él como para reconocer su nombre al ver un aviso de su serie de conferencias. Sus apariciones en público eran tan escasas que ya estaba cubierto el cupo de inscripción y yo me metí de contrabando. El mayor error de mi vida.
No sé qué vio en mi Clay que lo hizo dejar de lado su desprecio por los humanos. Dice que vio en mí algo que reconocía en sí mismo. Eso es basura, por supuesto. Yo no era parecida a él en nada o, si lo era, fue a partir de que me mordió. Si me hubiera dejado tranquila, yo habría crecido, me habría asimilado al mundo humano y habría sido una persona feliz, bien adaptada, que habría dejado atrás toda la carga y la furia de la infancia. Estoy segura.
– Sangre -dúo Clay, abriendo con tanta fuerza la puerta del estudio que dio contra la pared y agregó una más a las marcas acumuladas a lo largo de las décadas. ¿Dónde está la sangre?
– ¿Qué sangre?
– Si maté al tipo, habría sangre en mí.
– Te lavaste en la laguna. Por eso inventaste eso de que fuiste a ver la temperatura del agua, para explicar por qué estabas mojado.
– ¿Que lo inventé? Carajo… -se detuvo, tomó aire y empezó de nuevo-. Bueno, suponiendo que me lavé en la laguna y decidí que sería más fácil inventar una excusa de por qué estaba mojado en vez de secarme, aun así habría olido a sangre. El olor no se va tan fácil.
– Ya se habría debilitado. Tendría que haber estado buscándolo para percibirlo.
– Bueno, hazlo ahora. Vamos. -Me miró a los ojos. -Te desafío.
– Has tenido mucho tiempo para lavarte.
– Entonces ve a ver mi ducha. Fíjate si está mojada. Mira mis toallas. Fíjate si están húmedas.
– Ya habrías ocultado el rastro. No eres tan estúpido.
– No, sólo lo suficientemente estúpido como para dejar un cuerpo en el bosque con mis huellas y pelos por todas partes. ¿Para qué me molesto? Nada que pueda decir te hará cambiar de idea. ¿Sabes por qué? Porque quieres creerlo. Así puedes encerrarte aquí y pensar en lo estúpida que fuiste en venir a buscarme anoche, maldecirte por haber cedido ante mí, por haber olvidado qué monstruo soy.
– Eso no es lo que…
– ¿No? -Dio un paso adelante. -Mírame a los ojos y dime que no es lo que has estado haciendo en la última hora.
Lo miré con odio y no dije nada. Clay se quedó allí al menos un minuto, luego alzó las manos y se fue furioso.
Al rato entró Jeremy. Sin decir nada, fue hasta donde estaba el pelo de Clay, lo tomó, luego lo dejó y se sentó en su silla.
– ¿No crees que lo hizo, verdad? -dije yo.
– Si digo que no, tratarás de convencerme de que sí. Si digo que sí, lo usarás en contra de él. No importa lo que yo crea. Lo que importa es lo que tú crees.
– Una vez me atendí con un terapeuta que hablaba así. Lo abandoné después de dos sesiones.
– No me cabe duda.
No sabía cómo contestar, así que no lo hice. En cambio hice de cuenta que estaba enormemente interesada en los dibujos de la alfombra turca. Jeremy se recostó en su silla y me miró un rato antes de continuar.
– ¿Lo has llamado?
– ¡A quién? -dije, aunque sabía a quién se refería.
– Al hombre de Toronto.
– Tiene nombre, estoy segura de que lo sabes.
– ¿Lo llamaste?
– Lo llamé anteayer. Ayer fue un día un poco terrible, como recordarás, y yo estaba preocupada esta mañana con otras cosas.
– Tienes que llamarlo todos los días, Elena. Que sepa que estás bien. No le des ninguna excusa para llamar aquí o aparecerse.
– Sólo tiene el número de mi celular.
– No me importa. No puedes correr ese riesgo. Clay sabe que existe, aunque trata de olvidarse de eso. No le des motivo para recordarlo. Y no me acuses de proteger los sentimientos de Clay. Estoy protegiendo a la Jauría. No podemos damos el lujo de que Clay se distraiga por la presencia de ese hombre aquí. Y no podemos darnos el lujo de que ese hombre se aparezca. Ya tuvimos suficientes visitas.
– Voy a llamar.
– Aún no. Envié a Nick a convocar a una reunión.
– Me puedes informar luego.
– Una reunión implica una reunión del grupo -dijo Jeremy-. Una reunión del grupo implica que se espera que todos los miembros del grupo estén presentes.
– ¿Qué pasa si no soy miembro del grupo?
· -Lo eres mientras estés aquí.
– Podría remediarlo.
Jeremy levantó los pies y recostó la cabeza contra el respaldo.
– ¿Lindo clima verdad?
– ¿Alguna vez discutes algo que no quieres?
– Es el privilegio de la edad.
Resoplé.
– Es el privilegio del poder.
– Eso también.
Jeremy hizo una leve sonrisa y sus ojos negros destellaron. Reconocí la mirada, pero tardé unos minutos en entenderla. Un desafió. Esperaba que reiniciara un debate en el que estábamos sumidos desde que me integré a la jauría. Como persona que en un tiempo había sido humana en una sociedad democrática, la idea de un líder todopoderoso e incuestionable me molestaba. ¿Cuántas noches pasamos Jeremy y yo en este cuarto debatiéndolo, tomando brandy hasta que yo estaba demasiado cansada y borracha como para subir a mi cuarto y me quedaba dormida aquí, pero despertaba más tarde en mi cama?
Lo había extrañado. Incluso ahora, viviendo en la misma casa que él durante casi cinco días, lo extrañaba. Todos los demás me habían dado la bienvenida sin hacer preguntas y sin resentimientos. Pero Jeremy no. No se había mostrado inamistoso, pero no había actuado como siempre. Me mantenía a distancia, como si no estuviera dispuesto a comprometerse en la relación hasta tener la certeza de que yo no iba a escaparme de nuevo. El problema es que yo tampoco estaba segura.
Traté de pensar una respuesta, con el cerebro herrumbrado, esforzándome por recordar los argumentos. Mientras pensaba, los ojos de Jeremy se cerraron y desapareció su sonrisa. Vi que se me pasaba la oportunidad y me lancé a tomarla. Cuando abría la boca, lista para decir lo que me viniera a la mente, se abrió la puerta. Entraron los demás y mi momento a solas con Jeremy se evaporó.
La primera cuestión que se abordó en la reunión fue que Jeremy nos prohibió correr en la propiedad hasta que se hubiese arreglado el lío con la policía. Cuando llegara el momento de correr, iríamos todos a los bosques del norte. No tengo nada en contra de correr en grupo y, en circunstancias normales, me encanta correr con la Jauría, pero en eso de convertir una corrida de la Jauría en un evento organizado a plazo fijo había algo que le restaba placer. Sólo faltaba que nos alquiláramos un ómnibus de excursión, lleváramos sandwiches y fuéramos cantando canciones de campamento.
El segundo tema tenía que ver con el plan de acción de Jeremy. Nuevamente los planes de Jeremy no le gustaron a Clay. A mí tampoco, pero yo no fui quien se levantó para contestar antes de que Jeremy terminara.