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Mientras buscaba algo para leer, Jeremy vino a recordarme que llamara a Philip. No me había olvidado, Mi intención era hacerlo antes de la cena, y no me gustó que me lo recordara, como si Jeremy pensara que me hacia falta No sabía cuánto conocía Jeremy de Philip y no quería saberlo. Prefería la idea de que cuando salí de Stonehaven, había escapado a un lugar lejano del cual la Jauría no sabía nada. Bueno, era una ilusión, pero era una linda fantasía. Sospechaba que Jeremy había investigado a Philip, pero no me molesté en preguntárselo. Si se lo preguntaba, probablemente iba a decir que me estaba protegiendo para evitar que me involucrara con un tipo que tenía tres esposas o que golpeaba a sus novias. Por supuesto que Jeremy no haría eso de interferir con mi vida. Olvídalo.

Más allá de cuánto supiera Jeremy sobre Philip, no sabía lo que yo sentía por él. Y yo no pensaba decírselo. Sabía lo que podría decirme. Se recostaría en el respaldo del asiento, mirándome me un minuto, luego empezaría a hablar de lo difíciles que eran mis circunstancias, por Clay y por ser la única mujer loba, y que no me condenaba por estar confundida y querer explorar mis opciones en la vida. Aunque no lo dijera abiertamente, insinuaría que estaba seguro de que si me daba suficiente rienda como para que aprendiera de mis errores, eventualmente entendería que mi lugar estaba junto a la Jauría. A lo largo de la conversación se mostraría completamente calmo y comprensivo, sin alzar la voz ni ofenderse por nada que yo dijera. A veces pienso que prefiero los estallidos de ira de Clay.

En realidad quería a Philip más de lo que Jeremy podía imaginarse. Quería volver con él. No lo había olvidado. Pensaba llamarlo… más tarde.

Parecía el momento más indicado para que Jeremy nos pusiera al tanto de sus planes. No lo hizo, Pero nadie más pareció notarlo. Lo más probable era que no les importara. Los licántropos de la Jauría se criaban con un conjunto de expectativas. Una de las cuales era que su Alfa se ocuparía de ellos. Preguntarle a Jeremy cuáles eran sus planes implicaría que pensaban que él no tenía ninguno. Incluso Clay, por ansioso de actuar que estuviera, le daría a Jeremy mucho tiempo antes de insinuar algo respecto de sus planes. Esa actitud de confianza me volvía loca. No es que pensara que Jeremy no estaba haciendo planes. Sabía que era así. Pero queda conocerlos. Quería ayudarlo. Cuando finalmente se me ocurrió una manera sutil de preguntarle, lo encontré afuera con un par de revólveres. No es que pensara ir tras los callejeros armado como Billy the Kid. Tampoco estaba pensando en suicidarse. Estaba tirando al blanco, algo que hacía a menudo cuando reflexionaba No es exactamente el método más seguro de lograr la concentración, ¿pero quién soy yo para juzgarlo? los revólveres eran un par de piezas antiguas y hermosas que Antonio le había regalado hacía muchos años. Junto con las armas le entregó una bala de plata con las iniciales de Malcolm Danvers, una sugerencia medio en broma que, por supuesto, Jeremy no puso en práctica. Antonio le regaló las armas precisamente para que hiciera práctica de tiro.

Para entonces Jeremy ya dominaba el arco y la ballesta y quería un nuevo desafió. No me pregunten por qué eligió como pasatiempo el tiro. Por cierto que nunca usaba los arcos ni las armas de fuego fuera del campo de práctica. Sería lo mismo que si me preguntaran por qué pintaba. Eso tampoco es un pasatiempo típico de los licántropos. Pero nadie había acusado tampoco a Jeremy de ser un licántropo típico. Como sea, cuando salí y lo encontré practicando, decidí que no era un buen momento para importunarlo respecto de sus planes. Regla veintidós de supervivencia urbana: no molestar jamás a un hombre armado.

Dejé a Jeremy y fui a echarme un rato en mi cama. Un par de horas más tarde me desperté y bajé para el almuerzo. La casa estaba en silencio, con todas las puertas de los dormitorios cerradas, como si los demás también estuvieran recuperando el sueño. Cuando me dirigía a la cocina, Clay salió del estudio. Tenía los ojos enrojecidos y oscuros. Aunque estaba exhausto, no podía dormir. Habían muerto dos hermanos de la Jauría, su Alfa estaba herido y ninguno de ellos había sido vengado. Una vez que Jeremy nos comunicara sus planes, Clay podría descansar, aunque más no fuera para prepararse.

Se paró delante de mí, Cuando traté de pasarlo, apoyé las manos a cada lado del pasillo.

– ¿Tregua? -dijo.

– Como quieras.

– Me encantan esas respuestas categóricas. Lo voy a tomar por un “sí”. No es que se haya acabado nuestra conversación, pero por ahora lo dejaré correr. Dime cuándo quieras retornarla

– Avísame cuando el diablo vaya a jugar en la nieve.

– Lo haré. ¿Quieres almorzar?

Cuando asentí, dio un paso atrás y me indicó que fuera a la cocina. Sentía que estaba muy enojado, pero se había puesto una máscara de felicidad, así que decidí ignorarlo. En una crisis los dos éramos capaces de ser lo suficientemente maduros como para saber que no podíamos darnos el lujo de desestabilizar a la Jauría con nuestras peleas. O, al menos, podíamos fingir por un tiempo.

Juntamos comida fría de la cocina, con platos llenos de carnes y pan y fruta, sabiendo que los otros se despertarían hambrientos. Entonces me senté en el porche y cargué un plato. Clay hizo lo mismo. No hablamos. Si bien no era inusual, el silencio tenía una calidad muerta que me hizo comer un poco más rápido, ansiosa por acabar y salir del cuarto. Cuando miré a Clay, estaba despachando su alimento igual de rápido y sin placer. Por suerte, el cuarto donde se desayuna en una casa de licántropos no es un lugar muy aislado en la mañana. Estábamos a medio terminar cuando entraron Jeremy y Antonio.

– Necesitamos provisiones -dije-. Estoy segura de que es lo último que le preocupa a todos, pero no lo será si nos quedamos sin ellas. Iré a buscarlas al pueblo esta mañana.

– Voy a hacer un podido por teléfono -dijo Jeremy-. Suponiendo que el lió con la policía no habrá cambiado la relación con el negocio. Mejor vayan a buscar dinero para el caso de que ya no acepten mis cheques. Alguien tendrá que ir contigo, por supuesto. Nadie sale solo o se queda solo en esta casa.

– Yo voy -dijo Clay, con la boca llena de melón. Tengo un paquete en el correo.

– Seguro que sí-dijo.

– Es así -dijo Jeremy-. El cartero dejó un anuncio el otro día.

– libros que encargué a Inglaterra -dijo Clay.

– Cosa que necesitas ahora mismo -dije- para leer algo liviano entre un asesinato y otro.

– No debieran quedarse en el correo -dijo Clay-. Alguien podría sospechar

– ¿De textos de antropología?

Antonio se inclinó sobre la mesa para tomar un racimo de uvas. Tengo que mandar un par de faxes. Iré con los dos para hacer interferencia.

Retiré la silla de la mesa.

– Bueno, entonces no hace falta que vaya yo, ¿no es cierto? Estoy segura de que ustedes pueden encargarse del pedido que hará Jeremy por teléfono.

– Pero tú eres la que quería ir-dijo Clay.

– Cambié de idea.

– Van los tres -dijo Jeremy-. Les vendrá bien como distracción.

Antonio sonrió.

– Y a ti no te vendrían mal un par de horas de paz y tranquilidad.