Cuando levanté la mirada, podría haber jurado que vi a Jeremy alzar los ojos, exasperado, pero el movimiento fue tan rápido que no lo puedo asegurar. Antonio se rió y se sentó a desayunar. Justo cuando yo iba a discutir, empezó a contar una anécdota acerca de que se encontró con un callejero en San Francisco la última vez que estuvo allí por motivos de negocios. Para cuando terminó, ya se había olvidado de lo que iba a decir, lo que probablemente había sido el motivo para contar la historia.
Una hora más tarde, mientras Antonio y Clay me llamaban al auto, recordé que no quería ir y trataba de encontrar la manera de evitarlo cuando Antonio me interrumpió. Para entonces ya era tarde. No podía encontrar a Jeremy, Antonio esperaba en el Mercedes y Nick desvalijaba la cocina, liquidando la poca comida que quedaba. Alguien tenía que ir a buscar las provisiones, y si no lo hacía yo, me pasaría maldiciendo mi terquedad para la hora del almuerzo, De modo que fui.
El Banco estaba frente al correo, Como Antonio pudo encontrar un lugar donde estacionar; los convencí de que era seguro para mí ir sola al Banco mientras Clay iba solo al correo. Desde su lugar, Antonio prodría vemos a ambos en todo momento. Y así se reducía un poco el tiempo que tenía que pasar yo con Clay
La cuenta bancaria de Jeremy también estaba a mi nombre y el de Clay, lo que nos permitía retirar dinero. Yo tenía una tarjeta para el cajero automático, pero me había deshecho de ella el año anterior al irme de Stonehaven. Ahora deseaba no haberlo hecho. Bear Valley era la clase de pueblo en el que la gente seguía yendo al mostrado; así que las máquinas siempre estaban libres. Haciendo la cola durante quince minutos, mientras un anciano le contaba al cajero acerca de sus nietos, miré con tristeza el cajero automático. Cuando empezó a mostrar sus fotografías, me pregunté cuánto tardaría yo en sacar una nueva tarjeta para la máquina. Suspirando, abandoné la idea. Probablemente tendría que llenar dos formularios en triplicado y esperar a que volviera el gerente de su descanso de media mañana de una hora de duración. Como fuera, no pensaba quedarme en Stonehaven lo suficiente como para necesitarla.
Finalmente llegué hasta el mostrador y tuve que mostrar tres identificaciones firmadas y con fotografía antes de que me dejaran retirar un par de cientos de dólares de la cuenta. Puse el dinero en el bolsillo, fui hacia la puerta y vi una pick up marrón en el lugar donde se había estacionado el Mercedes. Pensando que debía de estar confundida respecto de dónde se había estacionado Antonio, salí y miré en derredor. El lugar detrás de la pick up estaba vacío. Había un Buick adelante. Miré en una y otra dirección. No habla señal del Mercedes.
PRISIONERA
Habla tantos Mercedes en Bear Valley como porches, así que no tuve que pasar mucho tiempo estudiando la calle para saber que el auto de Antonio no estaba allí. Sólo podía imaginar dos motivos para que me abandonaran. Uno, la mujer que controla los parquímetros andaba haciendo sus rondas y ninguno de los dos tenía una moneda para el parquímetro. Dos, no hablan podido verme en el Banco tan bien corno yo creía y, como tardé mucho, creyeron que me había escapado. Había una tercera posibilidad:
Clay estaba realmente enojado conmigo, desmayó a Antonio de un golpe y se fue, dejándome librada a mi suerte. Un lindo final dramático, pero no muy probable.
Había detrás del Banco un pequeño estacionamiento sin pavimentar para los empleados y los clientes que no quisieran gastar los diez centavos por hora en los parquímetros del frente. Miré allí y sólo había una miniván y otra Pick up. Me esforcé por escuchar. A tan pocos metros del camino todo estaba silencioso, como si los edificios de la calle principal estuvieran construidos para bloquear cualquier sonido y circunscribirlo al distrito comercial. A la distancia escuché un motor diesel bien armado. Definitivamente no era una Pick up. Cerré los ojos y eliminé todos los demás ruidos. El Mercedes estaba a pocas cuadras de distancia El sonido de su motor se desvanecía, luego volvía y se desvanecía parecía moverse lentamente en círculos. ¿Dónde? lógicamente en otro estacionamiento, donde Antonio daba vueltas, esperándome. ¿No había entendido alguna instrucción? ¿Debía encontrarlo en otro lugar? Eso no tenía sentido, ya que Clay ni siquiera quería que yo entrara sola al Banco. Bueno, cualquiera que frese el motivo, no tenía sentido que me quedara parada ahí pensando.
Había unas huellas angostas de auto que iban por un callejón en dirección al auto que daba vueltas. El pasaje estaba barroso y era apenas del ancho suficiente como para que el Mercedes compacto pudiera atravesarlo sin temor a raspar los espejos, pero sabía que a Antonio no lo preocuparía la tierra o los raspones. Tanto a Clay como a Antonio les gastaban sus autos caros, pero eran elementos puramente utilitarios, que les servían para llegar del punto A al punto B rápida y cómodamente. No les interesaba presumir.
Fui por el callejón, esquivando los charcos y las profundas huellas barrosas. A cierta altura, el callejón tenía una bifurcación hacia la derecha. No me hacía falta seguir las huellas del auto para saber que habla continuado en línea recta. Intentar una curva con tan poco espacio hubiera significado perder algo más que unas capas de pintura. Al alojarme cada vez más del camino principal, el callejón se ensanchó y se inclinó hacia arriba levemente, pasando del barro a la grava. A la derecha del pasaje se alineaban depósitos de basura, pero dejando suficiente espacio como para que pasara el Mercedes. El suelo más seco simplemente servía para que notara más la cantidad de agua barrosa que se habla metido en mis zapatos. A cada nuevo paso, mi calzado sonaba y mi ánimo empeoraba. Estaba pronta a darme vuelta, volver al Banco y llamar a Jeremy, pidiéndole que me viniera a buscar; cuando vi un brillo plateado adelante. Me detuve. A unos treinta metros el callejón desembocaba en un lote vacío y lleno de malezas. Mientras miraba, el Mercedes pasó la entrada del callejón. Agité los brazos, pero el auto desapareció.
– Vamos, muchachos -murmuré-, es demasiado temprano para jugar a las escondidas.
Seguí adelante con mis zapatos mojados, agitando los brazos en dirección al Mercedes cada vez que cruzaba el callejón y repitiendo epítetos malévolos cada vez que seguía su ruta. Al pasar otra bifurcación del callejón, escuché un ruido suave, pero lo ignoré porque no estaba de humor para curiosear. Unos tres metros más adelante, sentí pisadas en la grava y vi una gran sombra a la izquierda de mi campo de vsión. Clay Estaba a contraviento, pero no necesitaba olerlo para reconocer su clase de bromas.
Cuando giró para enfrentarlo, una mano me tomó de la camisa y me lanzó de cara al suelo. Bueno. No era Clay.
– Levántate -dijo una voz a la vez que una figura enorme pasaba sobre mi.
Alcé la cabeza, escupiendo grava y sangre.
– ¿Qué? ¿Ninguna frase ingeniosa?
– Levántate.
Cain volvió a tomarme del cuello y me alzó, para después dejarme caer con tanta fuerza que se me torció el tobillo. Me recuperé rápidamente, me limpié la tierra del rostro y me pasé los dedos por el pelo.
– Esa no es manera de saludar a una chica, Zack -dije-. Por eso siempre tienes que pagar para tener relaciones sexuales.
Cain se quedó parado allí de brazos cruzados, sin decir nada. Medía al menos dos metros y sus hombros ocupaban la mitad del ancho del pasaje. Tenía pelo rubio oscuro sobre un rostro con rasgos que se correspondían más con los de un buldog que con los de un lobo.
– ¿Esperas que corra? -pregunté-. ¿O sigues pensando tu respuesta?
Se lanzó hacia delante. Yo giré y corrí hacia el final del callejón. Un callejero siempre se queda parado y pelea. Un miembro de la Jauría siempre sabe cuándo corren Yo no podía vencer a Zachary Cain ni en mi mejor día y hoy no lo era. Medía la mitad que él pero era el doble de rápida Si podía llegar al final del callejón, estaría a salvo. Había dos tipos allí, cada uno de los cuales podía enfrentarse solo a Cain y yo no era lo suficientemente terca o estúpida como para negarme a pedir ayuda. A medio camino, el Mercedes volvió a pasar lentamente por la salida del callejón. Alcé los dos brazos para llamarlos y mi pie izquierdo se torció. Cuando me caía vi desaparecer lentamente el auto plateado.