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Me puse de pie pero era demasiado tarde. Nuevamente Cain extendió la mano y me tomó de la parte de atrás de la camisa. Esta vez me levantó y me sostuvo en el aire. Mi pie izquierdo golpeó contra un tacho de metal y yo contuve un aullido de dolor. Con su mano libre, Cain me tomó de abajo del mentón y me estrelló contra la pared. Mi cabeza dio en los ladrillos y mi cráneo se llenó de relámpagos. Me sostuvo allí un momento, con los pies en el aire. Luego alzó la otra mano y me arrancó la camisa

– No hay mucho para ver, ¿no? -dije, esforzándome por hablar con la garganta apretada-. Ya sé, en estos tiempos esas cosas se arreglan. Me puedes llamar feminista, pero yo creo firmemente que el valor de una mujer no debe definirse por el tamaño de su busto, sino…

Golpeé su nuez de Adán con mi puño. Gruñó y dio unos pasos tambaleantes hacia atrás.

– …por la fuerza de su gancho de derecha -dije, lanzándome contra él antes de que recuperara el equilibrio.

Cain se derrumbó. Cuando cayó, me quedé encima de él y le apreté la garganta contra el suelo.

– Sí, puedo hablar y pensar al mismo tiempo -dije-. La mayoría de la gente puede hacerlo, aunque supongo que no podrías saberlo…

Rugiendo, Cain intentó alzar un brazo. En el aire un zapato le empujó la mano de vuelta al suelo.

– No, señor -dijo Clay parado detrás de mí. -Ya jugaste bastante con Elena. Me toca a mi.

Esperé a que Clay pusiera su pie en la garganta de Cain y entonces lo solté. Antonio estaba parado a un costado.

– ¿Una trampa? -pregunté.

Antonio asintió.

– Clay lo vio merodeando el callejón. Supusimos que vendrías a buscarnos

– De modo que dejaron un rastro y dieron vueltas en ese lote vacío, esperando que yo mordiera el anzuelo y que Cain me tomara a mí de carnada.Ns~od0

– Algo así.

Clay alzó a Cain. Habían desaparecido el color rojizo y las bolsas bajo los ojos de Clay- Ahora estaba totalmente despierto. Esto era lo que él había estado esperando.

Cain medía sus buenos quince centímetros más que él y lo superaba en peso por treinta kilos. Era una pelea entre pares.

Los dos dieron un paso atrás y se miraron. Entonces Cain dio un paso a la izquierda en dirección a Clay. Clay se adelantó hacia la derecha. Repitieron el movimiento, mirándose fijo a los ojos, cada uno vigilando al otro. El patrón de ese ritual estaba incorporado en nuestros cerebros. Dar un paso, girar, observar. Para ganar, había que lanzarse sin que el otro pudiera preverlo o advertir que el otro estaba por hacerlo y correrse. La cosa siguió varios minutos. Entonces Cain perdió la paciencia y se abalanzó. Clay se corrió, lo tomó de la cintura y lo lanzó contra el muro. Cain se recuperó en un instante y golpeó a Clay en el pecho, lanzándolo al suelo.

No voy a contar los detalles, en parte porque seria un aburrido recitado de golpe, codazo, gruñido, tropezón, recuperación, y también en parte porque no miré tan atentamente. No es que no me interesara, al contrario, no miraba porque estaba demasiado interesada. Quedarme sin hacer nada mientras golpeaban y pateaban y lanzaban a Clay contra la pared era más de lo que podía soportar. Y no es que de vez en cuando yo misma no quisiera hacerlo, pero esto era diferente. Me hubiera sentido del mismo modo viendo a cualquiera de mis hermanos de Jauría metido en una pelea. No era sólo por Clay. De veras.

Aunque no miraba la pelea, eso no me impedía olerla. Olí la sangre de Cain primero, pero en seguida la de Clay. Al levantar la mirada, caía sanare de la nariz y la boca de Clay, lo que lo hacía toser.

Antonio y yo tentamos que quedarnos mirando. Así luchamos. Uno contra otro, sin armas ni trucos. Era el lobo en cada uno de nosotros el que dictaba las reglas del combate: el lado humano nos llevaría a ganar a cualquier costo. Eso no quiere decir que fuéramos a permitir que Clay se hiciese matar. Si tal posibilidad llegaba a parecer cierta, la lealtad con el hermano de Jauría estaba por encima de todos los demás códigos de conducta. Pero hay mucha sangre y huesos rotos entre la vida y la muerte, y hasta que se cruzara esa línea no podíamos intervenir.

Terminó finalmente con Cain tirado en la grava. Como no se levantaba, pensé que estaba muerto. Entonces vi que su espalda se movía con un ritmo de respiración regular.

Inconsciente -dijo Clay agotado, pasándose la manga de la camisa par la nariz ensangrentada-. Ahora puedes mirar.

– Estaba mirando -dije-, me di vuelta porque pensé que oí algo al fondo del callejón.

Clay sonrió y un nuevo chorro de sangre saltó de su labio superior partido.

– No empiecen- dijo Antonio-. Tenemos que llevar a este callejero a Stonehaven para que Jeremy pueda interrogarlo. Elena, ¿puedes ir hasta el auto? Asegúrate de que no haya nadie a la vista. Clay, tú toma las llaves y abre el baúl. Yo lo cargo

El callejón terminaba en un lote vacío, tal como pensé. En un tiempo se podía acceder al camino hacia el norte, pero ahora había una barricada de vaciaderos de basura, de modo que la única salida era hacia el sur por el callejón. Los tachos que cerraban el paso no impedían pasar caminando, así que fui a vigilar desde allí. Detrás de mi, Antonio y Clay cargaron a Cain en el baúl. Luego Clay vino a mi lado.

– ¿Estás bien? – preguntó

– Fuera de mi mejilla raspada, el tobillo torcido, una posible conmoción cerebral, las zapatillas embarradas y la camisa rota, estoy muy bien. Usenme de carnada cuando quieran.

– Me alegro de que lo veas así

– Ten cuidado o tendrás algo más que tu nariz ensangrentada y el labio partido. -Le dirigí una mirada fugaz. -¿Es todo?

– Tal vez unas cuantas costillas lastimadas. Nada permanente.

Él se rasgó la camisa y usó la tela para contener la sangre.

Cuando llegamos al auto, Antonio estaba cerrando el baúl. El cuerpo inconsciente de Cain ocupaba hasta el último milímetro.

– No buscaremos las provisiones, supongo -dije.

– Parece que no -dijo Antonio- tendremos que comprar algo para comer camino a casa.

Creí que bromeaba. No era así. Antes de salir del pueblo, Antonio se detuvo en un centro comercial y fue en busca de sandwiches y ensaladas, dejándonos a Clay y a mí medio desnudos y sangrando en el auto y a Cain inconsciente en el baúl. No es para sorprenderse que yo esté tan ansiosa por volver a Toronto. Si una se pasa demasiado tiempo con esta gente, empiezan a no importarle la ropa ensopada en sangre y los tipos encerrados en el baúl del auto.

En Stonehaven, Antonio y Nick llevaron a Cain, aún inconsciente, a la jaula, mientras Jeremy inspeccionaba nuestras heridas. Me dio dos aspirinas para el dolor de cabeza, y desinfectante y conmiseración por mis raspaduras y golpes. Clay recibió unos puntos en su labio cortado, un corsé de vendas para las costillas y un llamado de atención por usarme de carnada Pese a lo que yo le había dicho a Clay, eso no me molestaba. Cazar a Cain valía una camisa desgarrada y un dolor de cabeza. Clay sabía que podía soportarlo y yo estaba contenta de eso. Me sentiría más enojada si él pensara que no me las puedo arreglar con los muchachotes. Por supuesto que no lo perdoné ni lo defendí. Al menos en voz alta. Si lo hubiera hecho, Jeremy se habría preocupado mucho más por el golpe en mi cabeza.

Una vez que Cain quedó enjaulado y Jeremy terminó con sus tareas curativas, pudimos almorzar Y después, Nick y Antonio fueron de nuevo al pueblo para buscar las provisiones, mientras Jeremy, Clay y yo hablábamos de la información que queríamos obtener de Cain. Alrededor de la media tarde, gritos y ruidos que llegaban desde el sótano nos dijeron que el prisionero estaba despierto. Lavamos los platos y luego Jeremy y Clay bajaron a la jaula para iniciar la tarea