– Matarlos a todos.
– Buen plan -murmuró Jeremy, sin abrir los ojos-, muy sucinto.
– Oye, si no quieres oír lo que pienso, no escuches.
– Yo llegué aquí primero.
– Creímos que dormías -dije.
Jeremy alzó una coja, luego volvió a quedarse en silencio, con los ojos aún cerrados. Clay pasó la mano detrás de mí en busca de su copa, tomó un sorbo, luego volvió a poner un brazo detrás de mi cabeza, con sus dedos tocándome el hombro.
– Debemos liquidar a Daniel primero -dijo-. Es el jefe. Nadie más sabe cómo organizar una Jauría. Si arrancamos el centro, todo se cae a pedazos.
– Cierto -dije-. Será fácil. Es tan fácil. El único motivo por el que no mataste a Daniel hasta ahora es que no puedes superar el profundo cariño que sientes por tu compañero de juegos de la infancia, ¿no es cierto?
Clay resoplé.
– Exactamente -dije-. Está vivo porque sabe cómo operas y no va a caer en una trampa como Cain. Yo digo que vayamos tras los dos nuevos primero. Son dos imponderables. Si nos deshacemos de ellos, sabremos exactamente con qué nos enfrentamos.
– No voy a perder mi tiempo con un par de callejeros nuevos.
– Entonces lo haré yo. Sin ti.
– Mierda. Golpeó la cabeza contra el respaldo del sofá. Jer, ¿estás escuchando esto?
– Ahora estoy dormido -dijo Jeremy.
Se quedó en silencio un momento. Como no retomamos la conversación, suspiró y abrió los ojos.
– Clay tiene razón en que hay que centrarse en Daniel -dijo Jeremy-. Pero matarlo no es tan fácil. Me conformaré con hablar con él,
– ¿Rabiar con él? -dijo Clay-. ¿Por qué?
– Porque sé cómo es y quizá pueda ser más fácil apaciguarlo que poner en riesgo más vidas al luchar contre él. Si Daniel sale del cuadro, los otros se separarán, tal como dijiste. Entonces los atacamos individualmente y destruimos cualquier amenaza futura. En cuanto a Daniel mismo, será más fácil encargarse de él cuando esté solo. Toleré muchas cosas de él porque era de la Jauría y su padre era un buen hombre. Ya no. Le damos lo que quiere esta vez, después lo vigilamos. Si mata a un ser humano, aunque sea en Australia, morirá.
– ¿Qué os lo que te hace pensar que Daniel va a negociar? -dije-. Cain parecía pensar que quiere eliminar a la Jauría
– Quizá, pero más que eso quiere venganza – dijo Jeremy-. Nos quiere de rodillas. Si le ofrecemos negociar, verá que ha tenido éxito. Cuando advierta que Zachary Cain está muerto, comenzará a preocupa rse. Jimmy Koenig aún no aparece. Todo lo que tiene es a Karl Marsten.
¿Y los dos callejeros nuevos?
– Ellos no tienen nada que ganar en esta batalla. Se los ha reclutado para una guerra que no les concierne. Sólo pelean porque hicieron un trato con Daniel. Ya tienen lo que querían de él. Cuando vean que las cosas se les vuelven en contra, se irán. ¿Qué motivación los retiene aquí? No han tenido suficiente trato con la Jauría como para desear venganza. No han sido licántropos suficiente tiempo como para que les nazca la necesidad de tener territorio. Por qué habrían de pelear?
– Por diversión. -Me volví hacia CIay -Tú viste a Brandon en el bar, corno mató a ese hombre, el placer que le dio. ¿Alguna vez se vio a un licántropo actuar así?
– No estamos restándoles importancia, cariño -dijo Clay-. Le Blanc morirá por lo que le hizo a Logan y a Jeremy. No lo olvidaré.
La mano de Clay cayó del sofá a mi hombro y jugueteó con mi polo. Me recliné contra él, sintiendo el efecto de un trago con mucho alcohol y las noches sin sueño. Cuando Jeremy cerró los ojos nuevamente, yo hice lo mismo, mientras dejaba caer mi cabeza sobre el hombro de Clay. Él se inclinó hacia mí y apoyó su otra mano en mi pierna. Sentí el calor a través de mis jeans. Su aliento olía a whisky. Estaba a punto de dormirme cuando la puerta se abrió de golpe.
– ¿Qué es esto? -dijo Nick- ¿Es hora de dormir?
Nadie contestó. Mantuve los ojos cerrados.
– Te ves contento, Clayton -continuó Nick, dejándose caer en el suelo-. ¿No tendrá nada que ver con el hecho de que Elena está acurrucada contra ti, verdad?
– Hace frío aquí -murmuré.
– No siento frío.
– Hace mucho frío -gruñó Clay.
– Podría encender un niego.
– Yo también podría hacerlo -dijo Clay-, con tu ropa Y sin quitártela.
– Te está sugiriendo algo, Nick -dijo Antonio desde la puerta-~ Sugiero que entiendas lo que te está diciendo. No tengo deseos de pasar mi vejez sin un hijo que me cuide.
Escuché a Antonio atravesar el cuarto. Sonaron vasos cuando sirvió dos tragos. Luego se acomodó en la otra silla. Nick se quedó en el suelo, estirado y apoyado en nuestras piernas. Pasados unos minutos, hubo silencio nuevamente, interrumpido sólo por ocasionales murmullos de conversación. Pronto la somnolencia que me afectaba encendió sus suaves tentáculos a los demás. Las voces se volvieron murmullos, la conversación se hizo escasa, y luego se evaporó en el silencio. Estiré mis dedos sobre el pecho de Clay, para sentir el latido de su corazón y dejar que me fuera arrullando hasta que me quedara dormida.
PRESENTACIÓN
Cuando me desperté, recordé vagamente haberme quedado dormida en el sofá y comencé a acomodarme en concordancia, con los brazos hacia afuera y las piernas hacia abajo para evitar deslizarme al suelo. Entonces advertí que mis miembros no estaban donde yo esperaba. Mis brazos estaban doblados debajo de una almohada y mis piernas enredadas en sábanas. Sentía olor a suavizante de ropa. Abrí un ojo para ver la silueta de una rama de árbol danzando sobre las cortitas de mi cama. Sorpresa y más sorpresa. No sólo estaba en una cama, sino que era la mía. Por lo general, si me quedaba dormida abajo con Clay, él me llevaba a su cuarto como un cavernícola que arrastra a su compañera hasta su guarida. Despertarme en mi cuarto fue una sorpresa cercana a una conmoción… hasta que me desperté lo suficiente como para sentir el brazo en mi cintura y los suaves ronquidos sobre mi espalda. Al moverme, los ronquidos cesaron y Clay se acercó.
– Es bueno que recuerdes cómo acomodarte en mi cama -dije.
– Estaba contigo cuando te quedaste dormida -murmuró adormilado. No me pareció que hiciera mucha diferencia que me quedara contigo.
Miré mi cuerpo desnudo.
– Recuerdo que estaba vestida cuando me dormí contigo.
– Quise que estuvieras cómoda
– Y tú también, según veo -dije, moviendo las piernas y sintiendo su piel desnuda contra la mía.
– Si quieres ver, tendrás que darte vuelta.
Resoplé:
– No es probable que lo haga
Se apretujó contra mi espalda. Su mano pasó de mi cadera a mi estómago. Volví a cenar los ojos, mi cerebro aún a la deriva en la niebla del semisueño. Sentía a Clay cálido contra mí, el calor de su cuerpo me defendía del fresco de la madrugada. Las cortinas mantenían la cama a oscuras e invitaban a quedarse. Fuera del cuarto, la casa estaba en silencio. No había motivo para levantarnos aún y ninguna necesidad de inventar un motivo. Estaba cómoda. Necesitábamos descansar. La idea y la sensación del cuerpo desnudo de Clay junto al mío generé algunas imágenes e ideas involuntarias, pero él no hacía nada que provocara la necesidad de resistirlas. Respiraba lento y profundo, como si estuviera durmiendo. Sus piernas estaban enredadas con las mías, pero quietas, al igual que sus manos. Pasados unos minutos, comenzó a besarme la nuca. No había motivo de alarma aún. Mi nuca difícilmente fuera una zona erógena, aunque lo que él hacía me resultaba agradable. Muy agradable, en realidad. Especialmente cuando movió su mano para sacarme el pelo del hombro y llevó la punta de sus dedos por mi quijada hasta mis labios.
Abrí un poco la boca y saqué la lengua para sentir el gusto de su dedo, luego pasé la lengua por la aspereza de su uña. Cuando abrí los labios, metió la punta de su dedo entre mis dientes. Lo mordisqueé, sintiendo las arrugas de su piel con los dientes. Bajó con sus labios por mi cuello. Su aliento me hizo cosquillas en el vello que habla por allí y me produjo un escalofrío. Mientras le mordisqueaba el dedo, sus labios y su otra mano me recorrieron la espalda y me pusieron la piel de gallina. Su mano se deslizó a acariciar la hondonada entre mis costillas y mi cadera. Cuando su mano bajó a mi estómago, solté su dedo y me volví hacia él. Me puso de costado, de cara a él y empezó a besarme. Los besos eran suaves y lentos, acompasados con el ritmo de sus manos que exploraban mi cuerpo, que se deslizaban por mis costados, mi espalda, mis brazos, mis hombros, mis muslos y mis caderas. Mantuve cenados los ojos, flotando en algún punto entre el sueño y el despertar. Me apreté a él, disfruté del calor de su piel y de los planos suaves y los tejidos de su cuerpo. Cuando sentí su dureza contra mi estómago, no había dudas de qué hacer a continuación. Mi cuerpo respondió sin instrucciones: se puso de espaldas, separé las piernas y…