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– Excelente predicción.

– Pero no me deshice de él. Si lo quieres, es tuyo. Sin condiciones. Te quedaría bien, un gesto irónico que sabrías apreciar.

– Sabes, me sorprende que estés involucrado en esto -dije.- Creí que no te gustaba Daniel.

Marsten suspiró teatralmente.

– ¿Tenemos que hablar de negocios?

– Nunca te imaginé anarquista

– ¿Anarquista? -rió-. Difícil. Los otros tienen sus motivaciones para querer liquidar a la Jauría, la mayoría de las cuales tiene que ver con poder practicar algunos hábitos sociales más bien malévolos. A mi la Jauría nunca me trajo problemas. Por supuesto que tampoco nunca hicieron nada por mi. Así que, como gesto de reciprocidad, no me importa lo que pase con la Jauría. Sólo quiero mi territorio.

– ¿Si tuvieras eso te retirarías de la pelea?

– ¿Y abandonar a mis compañeros anarquistas? Eso me convertiría en un ser despreciable e inconsciente. Alguien al que sólo le interesa su bienestar, a expensas de los demás. ¿Te suena como algo que yo haría?

Le Blanc hizo un ruido de impaciencia a mi lado. Antes de que pudiera retomar el tema con Marsten, agité la mano para llamar la atención del otro.

– Éste quería conocerte -dijo Marsten-. Cuando vinos que seguías a la policía hasta el pueblo, decidió que quería hablar contigo. Vine para presentartelo. Si empieza a aburrirte, grita~ Yo leeré una revista. -Marsten tomó una de la pila – Revista de caza, hummm. Quizás encuentre buenos consejos.

Marsten se acomodó en su silla y abrió la revista Le Blanc le dirigió una mirada de desprecio. Obviamente había decidido ya que Marsten era un licántropo de tercera, que apenas merecía el título. Se equivocaba. Karl Manten era el segando callejero más peligroso del mundo, después de Daniel. ¿De dónde había sacado la reputación? ¿Matando más humanos que cualquier otro? Atormentando a la Jauría o causándonos problemas? No y no. Marsten era uno de los pocos callejeros que no mataba humanos. Como tantas cosas, eso no era digno de él. En cuanto a la Jauría, cuando se encontraba con nosotros era tan cortés y amable como lo había sido ahora conmigo. Pero lo seguíamos más de cerca que a cualquier otro callejero fuera de Daniel. ¿Por qué? Porque poseía un poder de concentración y una fuerza de voluntad comparables con los de Clay. Cuando Marsten se mudaba a un pueblo nuevo, tomaba contacto con los licántropos que hubiera en el área, los llevaba a cenar a lugares caros, charlaba con ellos, les avisaba que debían irse del pueblo, y luego los mataba si no se iban para medianoche. Lo que Marsten quería, Marsten tomaba… sin sentirse compungido y sin rencor. Yo tenía una idea de por qué Marsten se había unido a Daniel. Quería territorio. Por varios años había estado diciendo que quería establecerse en un lugar, bromeando con que estaba llegando a la edad de jubilarse. La Jauría lo había ignorado. Ahora Marsten estaba cansado de esperar. Hoy se sentaría a mi lado y hablaría del trabajo y me ofrecería joyas. Mañana, si me ponía en su camino me "sacaría del juego». Nada personal. Era su manera de trabajar.

IMPRESIONES

Durante al menos diez minutos Le Blanc me estudió como si estuviera examinado alguna nueva especie de insecto. Quería irme. Tal vez era ése el plan. Dejar que esta basura se me quedara mirando suficiente tiempo como para que yo corriera al baño a lavarme las manos, donde él y Marsten pudieran arrinconarme. Traté de recordar únicamente que Le Blanc había matado a Logan, pero no pude. No dejaba de pensar en las mujeres que él había matado, los detalles que leí en su cuaderno de recortes. Por Logan quería matarlo. Por las otras lo quería muerto, pero no quería hacerlo yo misma, dado que eso exigiría tener contacto físico.

Me obligué a olvidar estas cosas y a concentrarme en analizarlo a él. La vida no se había portado bien con Thomas Le Blanc en los últimos años. Había caído muy abajo, comparado con el hombre acicalado que se vela en la foto de su arresto. Eso no quiere decir que estuviera sucio o sin afeitar o que tuviera mal aliento, cualquiera de las cosas que la persona promedio espera de un psicópata asesino serial. En cambio, se vela como un trabajador de treinta y tantos con jeans sin marca, una remera descolorida y zapatillas de Wall-Mart. Había aumentado de peso. Desgraciadamente en músculos, no en grasa.

– ¿Quieres hablar conmigo? -dije finalmente.

– Me preguntaba por qué tanto lío. – Dijo, con una mirada que indicaba que aún seguía preguntándose eso.

Volvió a quedar en la posición de mirada silenciosa tuvo que hacer un gran esfuerzo para permanecer junto a él. Me esforcé por mantener una visión amplia de las cosas: era un licántropo nuevo; yo era una mujer loba experimentada. No tenía por qué preocuparme. Pero a cada momento me cambiaba el marco de referencia. Él atacaba a mujeres; yo era mujer. Por más que lo racionalizara, por más que tratara de mostrarme dura, ese hombre me asustaba. Me asustaba en el fondo de las tripas, allí donde no llegaban la lógica ni la razón.

Pasados unos minutos, vi moverse una sombra en el cuarto al otro lado del vidrio espejado. Con ganas de una distracción, me levanté y fui hasta allí. Clay estaba en el otro cuarto. Solo. Estaba sentado frente a la mesa e inclinaba su silla hacia atrás con las piernas estiradas hacia adelante. No estaba esposado ni vigilado ni lastimado. Hasta ahí, todo bien.

– ¿Es él? -dijo Le Blanc detrás de mi-. El infame Clayton Danvers. Di que no.

Seguí observando a Clay.

– Maldito Dios -murmuró Le Blanc-. ¿Dónde los encontró a ustedes dos la Jauría? ¿En un campeonato do vóleibol? Lindo bronceado, me encantan esos rizos rubios -Le Blanc sacudió la cabeza-. Ni siquiera es tan alto como yo. ¿Qué mide, un metro ochenta? ¿Cien kilos con botas con puntera de hierro? Carajo. Esperaba un monstruo horrible, más grande que Cain, y con qué me encuentro? La próxima estrella de Baywatch. Su inteligencia podría ser lo suficientemente escasa. ¿Puede mascar chicle y atarse el zapato al mismo tiempo?

Clay dejó de jugar con su silla y lentamente se volvió hacia el espejo. Se levantó, miró el cuarto y se paré delante de mi. Yo estaba inclinada hacia delante, con una mano contra el vidrio. Clay puso sus dedos a la altura de los míos y sonrió. Le Blanc dio un salto atrás.

– Carajo -dijo-. Creí que era vidrio espejado.

– Lo es.

Clay volvió la cabeza hacia Le Blanc y dijo tres palabras. Entonces se abrió la puerta detrás de él y uno de los agentes lo llamó. Clay se encogió de hombros, me dirigió una última sonrisa y se fue con el agente. Cuando se iba sentí una confianza renovada.

– ¿Qué dijo? -preguntó Le Blanc.

– Espérame.

– ¿Qué?

– Es un desafio -dijo Marsten desde el otro lado del cuarto. No alzó la vista- de la revista. -Te invita a quedarte para conocerlo.

– ¿Tú te vas a quedar? -dijo Le Blanc.

Los labios de Marsten formaron una sonrisa.

– A mi no me invitó.

Le Blanc resopló.

– Para ser un montón de monstruos asesinos, todos ustedes no son más que una broma, con sus reglas, desafíos y poses. -Agitó una mano hacia mi. -Como tú. Parada allí tan tranquila, haciendo de cuenta que no estás preocupada en lo más mínimo por tenernos a nosotros dos en el cuarto.

– No lo estoy.

– Deberías. ¿Sabes lo rápido que podía matarte? Estás parada a menos de un metro de mi. Si tuviera una pistola o un cuchillo en el bolsillo, estarías muerta antes de que tuvieras tiempo de gritar.