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– Tomaré un taxi para volver al coche.

– Tonterías. El agente especial Shipstad le llevará. Will, tengo curiosidad por saber dónde ha pasado las últimas veinticuatro horas el teniente.

– Señor, yo diría que ha estado con una mujer de mil demonios o luchando contra un oso.

– Muy agudo, Will. Y la sangre de la camisa apunta hacia lo segundo. ¿Sabes cómo podríamos averiguarlo?

– No, señor.

– Manteniéndonos a la escucha de las llamadas por homicidios en el Southside y observando cuáles de ellos intenta tapar Edmund Exley.

– Me gusta la idea, señor.

– Estaba seguro de que te gustaría. La experiencia nos dice que es un buen sistema, ya que los dos sabemos que aquí, Dave, se cargó a Sanderline Johnson. Me parece que estamos ante una empresa familiar. Dave hace el trabajo sucio y su hermana, Meg, invierte el dinero. ¿Cómo es ese dicho? «La familia que asesina unida, permanece…»

Me abalancé sobre él. Las piernas me fallaron. Shipstad me levantó en vilo por la espalda. Los pulgares en mi carótida, arrastrado por el pasillo mientras perdía el conocimiento…

Encerrado, recuperándome rápidamente. Enseguida, despierto del todo. Una sala de cuatro por seis, paredes acolchadas, sin sillas ni mesa. Un altavoz en la pared y una mirilla acristalada, con vista a la habitación contigua.

Una celda acolchada/puesto de observación. Aprovechar la ocasión:

Cristal agrietado, cierta distorsión. Chirrido del altavoz; le di un golpe. Mejor ahora. Pegué el ojo a la mirilla: al otro lado, Milner y Abe Voldrich. Milner:

– …lo que digo es que, o bien J.C. y Tommy son acusados, o bien les llevará a la ruina la publicidad que se crearán cuando facilitemos a la prensa las actas del gran jurado. Narcóticos va a ser amputada por las rodillas y creo que Ed Exley es consciente de ello, porque no ha tomado ninguna medida para protegerles o para ocultar pruebas. Escucha, Abe: sin Narcóticos, los Kafesjian no son más que un puñado de estúpidos que dirigen un negocio de lavado en seco que les produce un beneficio mínimo.

Voldrich:

– Yo… no… soy… ningún chivato.

– No, tú eres un refugiado lituano de cincuenta y un años con una carta verde que podemos cancelar en cualquier momento. Abe, ¿te gustaría vivir tras el telón de acero? ¿Sabes qué te harían los comunistas?

– No soy ningún soplón.

– No, pero te gustaría serlo. Vas dejando caer indicios. Tú mismo me has dicho que secabas marihuana en una de las máquinas de la tienda.

– Sí, y también dije que J.C., Tommy y Madge no sabían nada.

Humo de cigarrillos. Rostros borrosos. Milner:

– Sabes perfectamente que J.C. y Tommy son basura. Tú siempre te esfuerzas por diferenciar a Madge del resto de la familia. Es una buena mujer y tú eres un hombre básicamente decente que ha ido a parar entre mala gente.

Voldrich:

– Madge es una mujer extraordinaria que, por muchas razones…, en fin, que necesita a Tommy y a J.C, eso es todo.

– ¿Es verdad que Tommy se cargó al conductor borracho que atropelló y mató a la hija de un policía de Narcóticos?

– Me acojo a eso de la Quinta Enmienda.

– Tú y todo el mundo, maldita sea. No deberían haber trasmitido las sesiones del jucio Kefauver. Abe…

– Agente Milner, por favor: acúseme de algo o suélteme.

– Te dejamos hacer tu llamada por teléfono y escogiste hablar con tu hermana. Si hubieras llamado a J.C, él te habría buscado un abogado listo que te sacara pronto con un mandamiento. Me parece que tienes ganas de hacer lo que debes. El señor Noonan te ha explicado el pacto de inmunidad y te ha prometido una recompensa federal por el servicio. Creo que lo deseas. El señor Noonan quiere llevar ante el gran jurado a tres testigos principales, y uno de ellos eres tú. Y lo mejor de todo es que, si los tres declaráis, todos los que podrían causarte algún daño quedarán acusados y condenados.

– No soy ningún soplón.

– Abe, ¿Tommy y J.C. han tenido que ver con la muerte del sargento George Stemmons, Jr.?

– No. -Ronco.

– El sargento murió de sobredosis de heroína. Tommy y J.C. podrían haber preparado algo así.

– No. Quiero decir, no sé.

– ¿Cuál de los dos?

– Quiero decir, no lo creo.

– Abe, no tienes precisamente cara de póquer. Bien, siguiendo con lo que hablábamos, sabemos que Tommy toca el saxo en el Bido Lito's. ¿Es un habitual del local?

– Quinta Enmienda.

– Eso déjalo para la televisión. Hasta los chicos que rompen una ventana se acogen a la Quinta Enmienda. Abe, ¿hasta qué punto los Kafesjian conocían a Junior Stemmons?

– Quinta Enmienda.

– Stemmons y un tal teniente David Klein les estaban incordiando acerca de un robo que se produjo en la casa hace un par de semanas. ¿Qué sabes de eso?

– Quinta Enmienda.

– ¿Esos policías intentaron extorsionar a los Kafesjian?

– No…, quiero decir: Quinta Enmienda.

– Abe, eres un libro abierto. Vamos, Stemmons era un yonqui y Klein, el policía más sucio que puede existir.

Voldrich tosió; el altavoz cogió estática.

– No. Quinta Enmienda.

Milner:

– Cambiemos de tema.

– ¿Hablamos de política?

– Hablemos de Mickey Cohen. ¿Lo conoces?

– Nunca me he encontrado con él.

– Tal vez, pero tú eres un veterano del Southside. ¿Qué sabes del negocio de Mickey con las tragaperras?

– No sé nada del negocio. Sé que las máquinas tragaperras son para gente con mentalidad de pordioseros, lo cual explica su atractivo para esos negros estúpidos.

– Hablemos de otra cosa -Milner.

– ¿De los Dodgers, por ejemplo? Si yo fuera mexicano, me alegraría de abandonar Chavez Ravine.

– ¿Qué me dices de Dan Wilhite?

– Quinta Enmienda.

– Hemos echado un vistazo a sus declaraciones de impuestos, Abe. J.C. le cedió el veinte por ciento de la tienda de la cadena en Alvarado.

– Quinta Enmienda.

– Abe, todos los hombres que trabajan en Narcóticos tienen propiedades que no pueden permitirse con su sueldo y pensamos que las han conseguido por medio de J.C. Hemos hecho una auditoría de las declaraciones de renta y, cuando llamemos a los agentes para que nos expliquen la procedencia de esos bienes y les digamos, «Cuéntanos cómo los conseguiste y te dejaremos en paz», J.C. se verá hasta el cuello con veinticuatro cargos por soborno y fraude fiscal federal.

– Quinta Enmienda.

– Abe, voy a darte un consejo: siempre que te acojas a la Quinta, hazlo desde el principio hasta el final. Eso de intercalar respuestas explícitas entre las apelaciones a la Quinta sólo sirven para subrayar las respuestas que indican un conocimiento culposo.

Silencio.

– Abe, te estás poniendo un poco verde.

Ninguna respuesta.

– Abe, hemos oído que Tommy andaba buscando a un tipo llamado Richie. No sabemos el apellido, pero hemos oído que Tommy y él solían tocar jazz y robar cosas juntos.

Seguí con el ojo aplicado a la mirilla. Humo, distorsión.

– Quinta Enmienda.

– Abe, tú nunca has ganado un centavo jugando al póquer.

Apretado contra la mirilla, forzando la vista, aguzando el oído.

– Estoy convencido de que quieres colaborar con nosotros, Abe. Cuando te decidas a admitirlo, te sentirás mucho mejor.

Ruidos en la puerta de la estancia. Me aparté de la pared. Dos federales flanqueando a Welles Noonan. Yo hablé primero:

– Noonan, usted quiere presentarme como testigo, ¿verdad?

Noonan se atusó el cabello.

– Sí, y mi mujer está a favor de usted. Vio su foto en los periódicos y está impresionada.

– ¿Favor por favor?

– No está lo bastante desesperado, pero pruebe.

– Richie no sé qué. Dígame qué sabe de él.

– No. Y le voy a dar una buena bronca al agente Milner por dejar conectado ese altavoz.