– ¿Qué reputación?
– Ya sabes a qué me refiero.
– ¿A eso?
– A eso.
– …¡Oh, mierda, David!
– Sí, «¡Oh, mierda!»
– Ahora suenas cansado.
– Lo estoy. Dime…
– Yo sabía que responderías así.
– Y yo sigo colgada de este alemán, y Mickey me ha pedido que me case con él. Me ha dicho que me «dejaría libre» en cinco años y que me convertiría en una estrella, y últimamente está más evasivo que David Douglas Klein en sus mejores momentos. Está metido en no sé qué extraña actuación y no deja de hablar de su «interpretación» y de su «llamada a escena».
– ¿Y?
– ¿Cómo sabes que hay más?
– Lo intuyo.
– Chico listo.
– Y Chick Vecchio me ha estado lanzando indirectas. Es casi como…
– …como si su actitud hubiera cambiado de la noche a la mañana.
– Chico listo.
– No te preocupes, me encargaré de ello.
– Pero no me vas a decir de qué se trata, ¿verdad? No me lo vas a decir.
– Espera unos días más, solamente.
– ¿Porque todo va a resolverse?
– Porque todavía queda una oportunidad para que pueda forzar las cosas a nuestro favor.
– ¿Supón que no puedes?
– Entonces, al menos lo sabré.
– Vuelvo a notar un tono de resignación.
– Es hora de saldar deudas. Lo presiento.
L.A. Herald-Express, 21/11/58:
LA MATANZA DE HANCOCK PARK SACUDE A LA
CIUDAD
El asesinato del acaudalado ingeniero químico Phillip Herrick, de 52 años, y de sus hijas Laura, de 24, y Christine, de 21, sigue estremeciendo el Southland y tiene confundido al departamento de Policía de Los Angeles por su tremenda brutalidad.
La policía supone que, hacia media tarde del 19 de noviembre, un hombre irrumpió en la acogedora mansión de estilo Tudor donde vivía el viudo Phillip Herrick con sus dos hijas. Según la reconstrucción de los hechos realizada por expertos forenses, el hombre accedió al interior por una puerta trasera poco protegida y envenenó a los dos perros de la familia; luego, disparó contra Phillip Herrick y empleó unas herramientas de jardinería encontradas en la propiedad para causar terribles mutilaciones tanto al cuerpo del señor Herrick como a los animales. Según todos los indicios, Laura y Christine llegaron en aquel momento y sorprendieron al asesino, que les dio muerte de manera parecida. Después, el hombre se duchó para limpiarse de sangre y cogió ropas limpias pertenecientes al señor Herrick. Por último, dejó la casa, no se sabe si a pie o en coche, tras haber llevado a cabo estos brutales asesinatos en un silencio casi completo. El empleado de Correos, Roger Denton, que acudió a la casa para entregar un paquete de entrega especial, vio sangre en la ventana del cuarto de trabajo y llamó de inmediato a la policía desde una casa vecina.
«Me quedé de piedra -relató Denton a los reporteros del Herald-. Porque los Herrick eran buena gente que ya habían tenido suficientes desgracias.»
Una familia nada ajena a la tragedia
Mientras la policía empezaba una encuesta casa por casa en busca de posibles testigos y los técnicos de Criminología cerraban la casa para buscar indicios, los vecinos congregados ante la propiedad en un estado de horrorizada perplejidad relataron al reportero Todd Walbrect los trágicos sucesos padecidos por la familia en los últimos tiempos.
Durante muchos años, los Herrick parecieron disfrutar de una vida feliz en el barrio acomodado de Hancock Park. Phillip Herrick, químico de profesión y propietario de una industria de productos químicos que abastecía de disolventes industriales a lavanderías y establecimientos de limpieza en seco del Southside, era miembro activo del Lions Club y del Rotary Club; Joan (Renfrew) Herrick se dedicaba a las obras de caridad y encabezaba las campañas para proporcionar cenas especiales a los indigentes habituales de los barrios bajos el día de Acción de Gracias. Laura y Christine se matricularon en la cercana Escuela Femenina Marlborough y, después, en UCLA, mientras que el hijo mayor, Richard, ahora de 26 años, estudió en escuelas públicas y tocó en sus bandas musicales. Sin embargo, negros nubarrones se cernían sobre la familia: en agosto de 1955, «Richie» Herrick, entonces de 23, fue detenido en Bakersfield: le vendió marihuana y «speedballs» de heroína-cocaína a un agente de policía encubierto. En el juicio, fue condenado a cuatro años en la prisión de Chino, una sentencia muy dura para ser el primer delito, impuesta por un juez deseoso de labrarse una fama de severidad.
Los vecinos afirman que el encarcelamiento de Richie le rompió el corazón a su madre. Joan Herrick empezó a beber y a descuidar sus labores caritativas y pasaba muchas horas sola, escuchando discos de jazz que Richie le recomendaba en sus extensas cartas desde la cárcel. En 1956, intentó suicidarse; en septiembre de 1957, Richie Herrick escapó de la sección de mínima seguridad de Chino y permanece huido, según la policía, sin que desde entonces volviera a ponerse en contacto con su madre. Joan Herrick se sumió en lo que varios conocidos han denominado «estado de amnesia» y, el 14 de febrero de este año, se suicidó con una sobredosis de somníferos. Según el cartero, Roger Denton, «es una desgracia terrible que hayan caído tantas calamidades sobre una buena familia como ésa. Recuerdo cuando el señor Herrick instaló esas gruesas ventanas emplomadas. No soportaba el ruido y, ahora, la policía dice que esas ventanas contribuyeron a amortiguar el ruido del asesino mientras hacía su trabajo. Echaré de menos a los Herrick y rezaré por ellos».