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– ¿Y?

– Y Stemmons… En fin, Stemmons sentía a la vez atracción y repulsión por los homosexuales. Y Johnny le hacía tilín, lo cual ponía rabioso al muchacho, porque Johnny es un tipo muy macho. Así pues, Johnny cogió a la banda de ladrones de maricas y la policía militar de Marines consiguió pruebas contra los tipos. Johnny se graduó en la Academia y fue destinado inmediatamente a la brigada de Detectives, porque el caso de los maricas le hacía parecer muy adecuado y porque ser un campeón de los Guantes de Oro le proporcionaba un prestigio muy conveniente. En cualquier caso, ese irlandés…, ya sabe, Dudley Smith, le tomó simpatía y le destinó a la unidad Antibandas, porque un ex boxeador le venía de perlas para el trabajo violento al que se dedican.

Las cosas iban encajando; ninguna sorpresa, de momento.

– ¿Y?

– Y, de algún modo, Stemmons descubrió que Exley estaba, como usted dice, manipulando a Johnny. Y le montó ese numerito de marica celoso. Y eso disgustó a Johnny, pero Johnny no le sacudió a ese puto maricón como se merecía, porque Stemmons era su antiguo profesor de obtención y recogida de pruebas y porque podía destapar todo el jodido chanchullo que Johnny tenía montado con Exley.

Amagando golpes, salpicando sudor; pequeños movimientos sincronizados con sus palabras.

– ¿Y?

– ¡Y! Ustedes, la policía, siempre ponen ese «¿Y?» para hacer que la gente siga hablando.

– Entonces, probemos con «¿Qué más?»

– ¿Qué más? Bien, calculo que fue por esos días cuando Johnny se enredó en el asunto de las pieles. Dijo que tenía ayuda desde dentro y nos contrató a mí y a mis hermanos para hacer el trabajo de carga, solamente. Johnny estaba metido al mismo tiempo en otros asuntos presuntamente turbios y di por sentado que era algún trabajo de matón para Antibandas, pero Johnny me dijo que era algo mucho peor, tan malo que incluso temía contárselo a su buen amigo, Exley. Ese jodido Stemmons no hacía más que soltarle a Johnny todo ese rollo sobre su mente de genio del crimen y, no sé, de algún modo, descubrió lo del golpe de las pieles.

Ruiz, comemierda sonriente; unas fintas, unos soplidos.

– ¿Cuándo te contó Johnny todo eso?

– Después del golpe de las pieles. Cuando nos pusimos los guantes y me dijo que le diera esa paliza como penitencia.

– Y más o menos para entonces, Stemmons intentó hincar el diente a la parte del botín de Johnny.

– Exacto.

– Vamos, Reuben… Exacto, ¿y?

– Y Johnny me dijo que el trabajo de las pieles era un montaje de Exley desde el principio. Era parte de lo que podría llamarse «sus trabajos encubiertos» y Exley estaba de acuerdo con ese Sol Hurwitz. Hurwitz era una especie de jugador arruinado y ese jodido ricacho de Exley le compró todas las pieles y le dijo a Johnny cómo simular el robo.

AUDAZ.

Faltaban piezas por encajar.

El robo, Exley. La investigación, Dudley Smith. ¿Por qué Exley había destinado a alguien tan bueno?

Cronología de los eslabones pendientes (meras suposiciones):

Johnny ofrece pieles calientes a Mickey Cohen.

Dud encuentra la pista Cohen y deja a Mickey cagado de miedo.

Exley intercede.

Exley manipula a Mickey. ¿Con qué intención?

Mickey, actuando en dos frentes: magnate del cine/chapucero de barrios bajos. ¡Seguía sin retirar de la circulación sus tragaperras del Southside!

Chick Vecchio: vinculado a Mickey.

Chick, delator: entrada en escena de los Kafesjian.

Mickey y Chick, conectados con:

ELLOS/Narcóticos/Dan Wilhite.

Conexiones:

Desaparecidas/ocultas/disimuladas/tergiversadas LOOOCAS.

Reuben; nuevas fintas, sonriente:

– Bien, supongo que todo esto quedará entre nosotros dos. Entre dos testigos colegas.

– Supones bien.

– ¿Y Johnny? ¿Muerto?

– Sí.

– Es una pena que no estuviese casado. Mea jodida culpa, porque podría haberle regalado un bonito abrigo de visón a su viuda.

Nuevos crujidos. Otra chabola derruida.

37

Tiro de piedra: de Chavez Ravine a Silverlake. Una ronda hasta la casa de Jack Woods. Su coche ante la puerta.

Verdeazulado, reluciente: el amor de Jack.

La puerta delantera, entornada. Llamé con los nudillos.

– ¡Está abierto! ¡Estoy en la ducha!

Entré. Descarado Jack: teléfonos y papeletas de apuestas a plena vista. Una foto en la pared: Jack, Meg y yo, el Mocambo, 1949.

– ¿Recuerdas esa noche? A Meg le dio por los brandy alexander.

Meg sentada entre los dos; difícil de saber de quién era la chica.

– Estás recorriendo la calle de los recuerdos muy deprisa, colega.

Me volví:

– Un par de días antes, te habías cargado a un tipo para Mickey. Estabas muy satisfecho, así que te encargaste de la nota.

Jack se ajustó el albornoz:

– ¡Mira quién habla!

– ¿Te cargaste a Abe Voldrich?

– Sí, ¿por qué? ¿Te importa?

– No, exactamente.

– Entonces, has venido sólo para recordar viejos tiempos.

– Se trata de Meg, pero no me importaría una explicación.

Jack encendió un cigarrillo.

– Chick Vecchio me encargó el trabajo de parte de Mickey. Dijo que Narcóticos y Dan Wilhite lo querían. Voldrich era el maletero de la familia Kafesjian para el LAPD. Chick dijo que era idea de Mickey, que los federales habían convencido a Voldrich para que testificara y Mickey quería cortar sus relaciones con los Kafesjian. Diez de los grandes, muchacho. Mi premio de consolación por ese camello que se me escapó, ese Stemmons.

– Me temo que no me convence.

– ¿Qué más da? Los negocios son los negocios, y Mickey y esos armenios tienen muchas cosas en marcha en el barrio negro.

– Hay algo que no concuerda. Mickey ya no se carga a nadie y tampoco tiene diez de los grandes ni para salvar su vida.

– Entonces, fueron directamente los Kafesjian, o Dan Wilhite a través de Chick. Oye, ¿qué te importa quién…?

– Apostaría a que Wilhite no conoce a Chick personalmente.

El amante de mi hermana, aburrido.

– Mira, Chick se aprovechó de que tú y yo somos amigos. Dijo que Voldrich podía soplar a los federales algo de ti, y que si no quería ganar diez de los grandes y ayudar a un compañero. Y ahora, ¿quieres decirme cómo has sabido que el trabajo era mío?

Piezas: ocultas/disimuladas/manipuladas…

– Dave…

– Los federales vieron un coche como el tuyo cerca de casa de Voldrich. No tienen la matrícula, o ya habrías tenido noticias de ellos.

– Entonces, sólo fue una conjetura informada.

– Eres el único matón que conozco con un coche verdeazulado.

– ¿Y qué hay de Meg?

– Primero, dime qué hay entre vosotros dos.

– Parece que está pensando en dejar a su marido y buscar un sitio para los dos.

– ¿Una pensión con teléfono? ¿Algún piso para partidas de dados?

– Hace muchos años que dejamos de parecerle tipos serios y formales, de modo que no hagas como si Meg no conociera el paño.

Aquella foto: una mujer, dos asesinos.

– Los federales me tienen cogido por las pelotas. Pasado mañana voy a entrar en custodia y, si intentan apretarme las clavijas en el trato de inmunidad que hemos pactado, Meg podría salir malparada. Quiero que le digas que saque nuestro dinero del banco y quiero que la ocultes en lugar seguro hasta que te llame.

– Muy bien.

– ¿Sólo «muy bien»?

– Muy bien, envía postales desde el escondite que te busquen los federales; desde hace un par de semanas ya tenía la impresión de que te estaban presionando.

Aquella imagen…

Jack sonrió.

– Meg dijo que iba a hacer esa investigación del título de propiedad que le pediste, y que cada vez que hablas con ella por teléfono suenas menos como un tipo duro.