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Selma Lagerlöf

Jerusalén

Traducción de Caterina Pascual Söderbaum

Título originaclass="underline" Jerusalem

Prólogo de la traductora

Una nebulosa noche de verano de 1880, es decir, un par de años antes de que el maestro construyese su templo y Hellgum regresara de América, el vapor de pasajeros galo L'Univers cruzaba el Atlántico en su travesía desde Nueva York a El Havre.

Así no arranca Jerusalén, el relato que el lector tiene en sus manos, pero la correspondencia de Selma Lagerlöf revela que inició su redacción tirando de ese hilo, el hundimiento de un vapor en el que viajaba una tal Anna Spafford, la Mrs. Gordon de la novela, quien no sólo sobrevivió a la mayoría de los seiscientos pasajeros y doscientos tripulantes de la nave, incluidos sus cuatro hijos, sino que, además, aquella noche espeluznante recibió un mensaje de Dios. Las grandes tragedias tienen ecos prolongados, y el efecto mariposa de ese naufragio ocurrido en medio del Atlántico acabará conmocionando a una diminuta población sueca dieciséis años más tarde.

En efecto. Eran treinta y siete los campesinos -diecisiete de ellos niños, la mayoría mujeres- que tras subastar sus granjas y todo cuanto de valor pudieran poseer, el día 23 de julio de 1896 abandonaron su terruño a lomos de caballos y carretas para iniciar un viaje sin retorno. El pueblo era Nås, una pequeña comunidad en el corazón de Dalecarlia, cuna de la nación y símbolo de lo sueco por excelencia, y su destino Jerusalén, la ciudad santa de Dios, según la Biblia que aquellos labriegos austeros y recalcitrantes conocían tan bien. En Jerusalén les esperaba Olof Larsson, el predicador Hellgum de la novela, y Anna Spafford, que, siguiendo el mandato de Dios, había fundado la American Colony, una comuna de cristianos que practicaban una especie de socialismo. Pero ante todo, lo que quizá les alentaba era el sueño de ver con sus propios ojos la ciudad de las siete puertas y las elevadas murallas, la Jerusalén descrita en las revelaciones del Apocalipsis, la dorada Sión. En los últimos días del siglo xix eran muchos los que confiaban en que el nuevo siglo traería de vuelta al Mesías, y fueron a su santa tierra, también entonces convulsa y dividida, a esperar su llegada.

En una carta a Sophie Elkan, su «compañera en la vida y en la escritura» a quien está dedicada Jerusalén, Selma Lagerlöf escribe:

«Son una gente muy rara. Les había venido la inspiración de que debían marcharse, lo vendieron todo, alquilaron un barco en Gotemburgo y enviaron a un hombre a que comprara tierra en Jerusalén. Se encuentran muy a gusto, pero muchos mueren, aunque supongo que no les importa. Los turcos los aprecian y les protegen, pues nunca antes han conocido a occidentales que quieran trabajar. Allí viven en comunidad, todos los lazos matrimoniales están disueltos. Seguramente viven una vida conventual de celibato. Los esposos ya no forman una unidad. Pero se encuentran de maravilla.»

Una epopeya-río

Selma Lagerlöf tenía cuarenta y dos años y Sophie Elkan, en su época reputada escritora de un género por entonces nuevo, la novela histórica, hoy recordada únicamente por su relación con Lagerlöf, cuarenta y cinco cuando en marzo del año 1900 llegaron a Palestina para entrevistar a los protagonistas de aquel éxodo.

Aunque Jerusalén es la novela más documental de todas cuantas escribió Selma Lagerlöf, no es una novela realista; Nås, por ejemplo, no se menciona ni una sola vez, y la American Colony aparece bajo otro nombre. Marguerite Yourcenar, gran admiradora de Jerusalén, dice de ella que es «una epopeya-río, que surge de las fuentes mismas del mito.» Y Lagerlöf confirma que su estilo -sencillo y cristalino-, y la caracterización de los personajes -hombres y mujeres parcos, que se rigen por un código ético ancestral ligado a la tierra-, bebe de las sagas islandesas, los relatos tan admirados por Borges que, aunque escritos en el siglo xiii, narran en clave épica la emigración y las gestas de los campesinos noruegos a Islandia a mediados del siglo x. Y es que, curiosamente, el protagonista principal de lo que podríamos llamar saga de los Ingmarsson, es uno de los campesinos que no emigró, que en esa pugna entre la tradición y los nuevos tiempos que Lagerlöf retrata, obedece la voz de sus ancestros y toma el partido de la tierra. Los que se enfrentan son, de hecho, dos sistemas opuestos: el patriarcal que rige la vida en el campo desde tiempos inmemoriales, y el sistema igualitario e idealista, donde se ha abolido la propiedad privada, de la colonia Gordonista, en cierto modo, un matriarcado. Quien encabeza esta nueva vía es la hermana de Ingmar, Karin Ingmarsdotter, notable personaje que lidera el éxodo. En el corazón de este duelo entre hermanos, y en el centro del libro, está la granja familiar que ha ido pasando de primogénito en primogénito, cuyo nombre obligado es siempre Ingmar, y que por su gran protagonismo, en esta versión castellana de la obra, en ocasiones aparece con su nombre propio originaclass="underline" Ingmarsgården.

Pero que nadie se asuste, lejos de ser una novela de ideas, Jerusalén es una historia de personajes vivos, llenos de cuitas, dilemas y pasiones. En última instancia, o tal vez, ante todo, Jerusalén contiene también una inolvidable historia de amor de la que aquí no se anticipará nada.

Dos partes y dos versiones

Jerusalén apareció en dos volúmenes por separado, en el primero, Jerusalén. En Dalecarlia, de 1901, se cuenta el trasfondo de ese éxodo a través de tres generaciones de Ingmarssons. El éxito de esa primera entrega fue rotundo, la elogiaron incluso aquellos que se habían mostrado contrarios cuando, diez años antes, con la carnavalesca Saga de Gösta Berling, el debut literario más sonado de la historia de Suecia, Selma Lagerlöf derrocó el realismo. El segundo tomo, Jerusalén. En Tierra Santa, apareció en 1902, y se tradujo a siete lenguas simultáneamente a su publicación en Suecia. Jerusalén II transcurre mayoritariamente en la antigua Palestina, donde tenemos ocasión de seguir los avatares de Karin Ingmarsson y el resto de los emigrantes. La recepción de la segunda parte fue más tibia y Selma Lagerlöf enseguida se puso a pensar en cómo mejorarla. Así, aprovechando una edición popular de sus obras completas en 1909, la modificó sustancialmente. La comparación de las versiones da por resultado dos relatos harto diferentes. Aparte de algunas grandes mejoras desde el punto de vista narrativo, como es la eliminación del primer capítulo, muy farragoso, y de algún personaje, lo que distingue la segunda versión de la primera es sobre todo el tono; la versión revisada introduce un pragmatismo moral del tipo «no hay mal que por bien no venga» del que carecía la versión de 1902, en la que las fuerzas destructivas del cambio son algo más gratuito y oscuro. Hay quienes sostienen que el nuevo tono de la obra se debería a un hecho decisivo en la vida de Selma Lagerlöf: en 1907 está ya en condiciones económicas de recuperar su Mårbacka natal, la finca familiar que se había ido a la ruina en manos de su padre y que tras la muerte de éste, su madre se había visto obligada a malvender. Mårbacka, con todo lo que representa de infancia idealizada y de pérdida traumática, constituye uno de los ejes del universo poético lagerlöfiano. En 1908 comenzaron las reformas de la deteriorada finca y gran parte del premio Nobel que recibió en 1909 fue invertido en intentar realizar los sueños del padre difunto, es decir, convertir la propiedad en una rentable finca agrícola. A partir de 1910, Selma Lagerlöf viviría permanentemente en Mårbacka, cubriendo con los cuantiosos ingresos que le brindaba la literatura el déficit constante de sus actividades agrícolas.