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– ¿Mi madre está enterada de esto? -preguntó él horrorizado-, ¿Quién más lo sabe? ¿Lo sabe la esposa de Phillip?

– No tengo ni idea -contestó ella encogiéndose de hombros-. Supongo que deberíamos decírselo, si es que voy a tener este bebé.

Al decirle estas palabras lo estaba poniendo a prueba, porque no quería tener un hijo de nadie, a menos naturalmente que Phillip consintiera en divorciarse de Cecily y casarse con ella. En tal caso quizás admitiera dar a luz. Si contaba con un incentivo suficientemente poderoso, quizá lo consintiera.

Julian la miraba con expresión desgarrada.

– Mi hermano se hizo una vasectomía hace años porque su esposa no quería tener más hijos -dijo en tono indiferente-. ¿Acaso no te lo dijo? ¿O no se molestó en hacerlo?

Julian sabía ahora cuándo había ocurrido y podía estar seguro de que se trataba de su hijo. Todo había ocurrido la noche en la que ella se había olvidado de tomar la píldora y la había forzado.

Pero entonces se le ocurrió pensar algo más y la miró con expresión de cólera y odio.

– No comprendo cómo has podido hacerme esto ni por qué. Yo jamás te habría hecho una cosa así. -Y no lo habría hecho porque él era una persona decente-. Pero te voy a decir algo ahora, y será mejor que me creas. Si te casaste conmigo por mi dinero, no tendrás un maldito céntimo mío a menos que tengas ese niño. Si te libras de él me ocuparé de que no consigas jamás un céntimo, ni de mí, ni de mi familia, y te aconsejo que no te engañes, porque mi hermano tampoco te ayudará. Ese niño que llevas dentro es una persona, tiene una vida real…, y es mío. Y lo quiero. Una vez que lo hayas tenido, podrás marcharte. Puedes ir detrás de Phillip si así lo quieres. De todos modos, él nunca se casará contigo. No tiene agallas suficientes para abandonar a su esposa. Pero podrás hacer lo que quieras, y te ofreceré una asignación decente, incluso grande. Pero si matas a mi hijo, Yvonne, todo habrá terminado. No verás un céntimo mío. Y lo digo muy en serio.

– ¿Me estás amenazando? -preguntó, mirándole con tanto odio que incluso le resultó difícil pensar que ella le hubiera amado alguna vez.

– Sí, te amenazo. Te digo que si no tienes ese bebé, si lo pierdes, aunque sea por accidente, no te voy a dar un céntimo. Consérvalo, procura darlo a luz, entrégamelo a mí y podrás divorciarte, obtener una asignación generosa, con honor… ¿De acuerdo?

– Tendré que pensármelo.

Él se levantó de la cama, cruzó la habitación hacia ella, sintiéndose violento con una mujer por primera vez en su vida, la agarró por el cabello rubio y tiró de él, echándole la cabeza hacia atrás.

– Pues será mejor que te lo pienses rápido, porque si te libras de mi bebé te juro que te mato.

La arrojó lejos de sí, con un empujón, y luego abandonó la casa. Estuvo fuera durante muchas horas, bebiendo y llorando, y cuando regresó estaba tan borracho que casi se había olvidado de la rabia que sentía, aunque no del todo. A la mañana siguiente, ella le dijo que seguiría adelante y tendría el niño. Pero que antes quería llegar con él a un acuerdo por escrito. Le dijo que llamaría a sus abogados en cuanto llegara a su despacho, pero le dejó bien claro que tenía que vivir con él. Podía instalarse si quería en la habitación de los invitados, pero deseaba saber si cuidaba de sí misma y quería estar presente cuando tuviera el niño.

Ella le miró con expresión venenosa y luego dijo algo con un tono de voz duro y maligno que no dejó en su mente la menor duda acerca de lo que sentía por él o por su bebé.

– Te odio.

Y odió también cada instante de su embarazo. Phillip acudió a visitarla por primera vez desde hacía varios meses, pero finalmente, después de Navidades, resultó demasiado violento. Había dejado de ser una diversión para él, y la situación era demasiado complicada. No le importó saber que Julian estaba enterado de todo; antes al contrario, eso le agradó. Pero sabía que su madre también estaba enterada, y no quería tener que enfrentarse con ella. Le dijo a Yvonne que se marcharían juntos de vacaciones en el mes de junio, una vez que hubiera dado a luz. Después de eso, ella odió todavía más a Julian. En su opinión, él lo había echado todo a perder, y le impedía conseguir todo lo que deseaba. Deseaba a Phillip más que a nada en la vida y quería ser su duquesa. Él le había dicho que finalmente abandonaría a su esposa, pero que en aquellos momentos no era oportuno pues su madre se encontraba muy enferma y estaba terriblemente alterada, y con el bebé en camino… Le dijo que esperara y que mantuviera la calma, y el oírle decir eso no hizo sino ponerla más histérica y enojada con Julian. Luego empezó a llamar a Phillip casi a diario, bromeando con él, burlándose. Lo llamaba al despacho, a casa, y en los momentos más incómodos posible le recordaba las cosas que habían hecho juntos y, de nuevo, él volvía a rogarle, palpitante, anhelante y apenas sí podía esperar a que llegara el mes de junio. Yvonne había logrado volverle loco de nuevo, y ahora la espera hasta junio ya no le parecía a ella tan dolorosa. Hablaban por teléfono a diario, a veces incluso en varias ocasiones, y siempre de sexo, mientras ella le decía las cosas que le haría cuando se marcharan juntos, una vez que tuviera el niño. Eso era lo que Phillip quería de ella, y le encantaba.

Ella y Julian apenas se dirigían la palabra. Yvonne se instaló en otra habitación y se sentía tan mal como indicaba su aspecto. Estuvo vomitando durante seis meses, y al cabo de dos meses volvió a sentir arcadas. Julian estaba convencido de que ello se debía al resentimiento y a la cólera. Veía en la cuenta telefónica las constantes llamadas que hacía a Phillip, pero no decía nada. No tenía ni la menor idea de lo que ocurriría entre ellos y trataba de decirse a sí mismo que no le importaba, pero en el fondo sí le importaba. Toda aquella experiencia había sido increíblemente dolorosa. Y lo único que le consolaba era saber que el niño iba a nacer y que sería suyo. Ella no deseaba la custodia del niño, ni derechos de visita, ni que se le garantizara ningún derecho sobre él. El bebé sería por completo de Julian. A cambio de un millón de dólares. O lo tomas o lo dejas. Y Julian aceptó pagarlos, aunque después de que ella hubiera dado a luz.

Sólo mantuvo una conversación con su madre acerca de todo el asunto. Tuvo que hacerlo, aunque sólo fuera para explicarle por qué vendería algunas de las acciones que poseía de la compañía. Pagarle a Yvonne agotaría por completo todos sus ahorros, pero sabía que valía la pena.

– Siento haberme metido en este jaleo -se disculpó un día ante Sarah.

Ella le dijo que eso era absurdo, que se trataba de su vida y que no tenía que disculparse ni justificarse ante nadie.

– Tú eres el único que ha salido herido con todo esto. Y lo único que siento es que haya ocurrido -le dijo.

– Yo también…, pero al menos tendré a mi hijo -dijo, sonriendo con tristeza y regresando a la guerra fría que se desarrollaba en su apartamento.

Ya había contratado a una niñera para el bebé, había dispuesto a tal fin una habitación, e Isabelle le había prometido venir desde Roma para ayudarle. No sabía cómo cuidar a un niño, pero estaba dispuesta a aprender. Yvonne ya había dicho que, cuando saliera del hospital, iría directamente a su propio apartamento. El trato se cerraría entonces, y en su cuenta bancaria habría un millón de dólares más.

No esperaban al niño hasta el mes de mayo, pero a finales de abril ella empezó a preparar sus cosas, como si ya no pudiera esperar más a marcharse. Julian la observó, desconcertado.