– No podría soportarlo. Ya será bastante malo cuando tengas que regresar a Nueva York. Aprovechemos este mes que nos queda, y disfrutémoslo.
La rodeó con sus brazos y la besó de nuevo, justo en el instante en que sus padres empezaban a subir la escalera. Se detuvieron de pronto y los miraron, extrañados. Al principio, no vieron de quién se trataba, y sólo observaron a su hija en brazos de un hombre, pero Edward Thompson no tardó en darse cuenta de quién se trataba y les sonrió con una expresión satisfecha. Subieron lentamente la escalera y un momento más tarde estaban todos juntos. El rostro de Sarah se hallaba arrebolado por la felicidad, y todavía sostenía la mano de William entre las suyas cuando sus padres llegaron junto a ellos.
– Por lo que veo, ha venido para servirnos de guía por Italia -dijo Edward con divertido retintín-. Muy considerado por su parte, Su Gracia. Le agradezco mucho que lo haya hecho.
– Me ha parecido que ése era mi deber -dijo William con una expresión de felicidad y un tanto de timidez.
– Nos alegramos mucho de verle -añadió Edward hablando por todos ellos, y especialmente por Sarah, que irradiaba felicidad-. Seguro que ahora será un viaje mucho más placentero. Me temo que a Sarah no le ha gustado mucho el Coliseo.
Sarah se echó a reír. De hecho, había odiado aquella visita sin la compañía de William.
– Intentaré que las cosas salgan mejor mañana, papá.
– Estoy convencido de que así será. -Luego, volviéndose hacia William, preguntó-: Supongo que dispone de habitación, ¿verdad?
Se estaban haciendo buenos amigos y William agradaba mucho a los Thompson.
– En efecto, señor, dispongo de una suite completa. Es muy elegante. Mi secretario se hizo cargo de la reserva, aunque sólo Dios sabe lo que tuvo que decirles para conseguirlo. Si he de juzgar por lo que han hecho, debió situarme por lo menos en el segundo puesto de la línea de sucesión al trono.
Los cuatro se echaron a reír y subieron la escalera, charlando amigablemente sobre adónde irían a cenar aquella noche. Y mientras caminaban, William apretaba con suavidad la mano de Sarah, sin dejar de pensar en el futuro.
9
El tiempo en Roma pareció pasar volando, dedicados a visitar catedrales, museos, la colina Palatina y visitando a algunos de los amigos de William, que vivían en villas encantadoras. Fueron a la playa, en Ostia, y cenaron en restaurantes elegantes, con algunas escapadas ocasionales a alguna trattoria popular.
Al final de la semana se trasladaron a Florencia para seguir haciendo lo mismo. Hasta que, finalmente, durante la tercera semana, fueron a Venecia. Para entonces, William y Sarah se sentían muy cerca el uno del otro, cada vez más enamorados. Parecían moverse y pensar como un solo ser. A las personas que les observaban y que no les conocían les habría sido difícil creer que no estuvieran casados.
– Ha sido todo tan agradable -dijo Sarah, sentados ante la piscina del Royal Danieli, a últimas horas de la tarde-. Me encanta Venecia.
Todo el viaje había sido como una verdadera luna de miel, a excepción de la presencia de sus padres, y a pesar de que ella y William no hicieron nada indebido, lo que por otra parte no les habría resultado nada fácil. Pero se habían prometido desde el principio que ambos se comportarían correctamente.
– Te amo desesperadamente -dijo él, con una expresión de felicidad, a la vez que trataba de absorber todo aquel sol. Jamás se había sentido tan feliz en toda su vida, y ahora estaba seguro de que nunca la dejaría-. Creo que no deberías regresar a Nueva York con tus padres -añadió medio en broma, aunque abrió un ojo para observar la reacción de ella.
– ¿Y qué sugieres que haga? ¿Instalarme con tu madre, en Whitfield?
– Eso es una buena idea. Pero, francamente, preferiría que te instalaras conmigo, en mi casa de Londres.
Ella le sonrió. Nada le habría gustado más, pero se trataba de un sueño que jamás se convertiría en realidad.
– Desearía poder hacerlo, William -dijo gentilmente, al tiempo que se giraba y se apoyaba sobre los codos para seguir la conversación.
– ¿Y por qué no puedes hacerlo? Recuérdamelo.
Ella tenía una larga lista de objeciones que él siempre se encargaba de rechazar. La primera de ellas era la del divorcio, y la segunda lo de su sucesión al trono.
– Ya sabes por qué. -Pero él no quería saberlo. Finalmente, ella le besó, rogándole que se sintiera agradecido por lo que tenían en aquellos momentos -. Es mucho más de lo que algunos consiguen en una vida.
Ella se sentía infinitamente agradecida por cada uno de los momentos que compartían. Sabía muy bien que aquellos momentos eran extraordinariamente preciosos y raros, y que tal vez no volverían a repetirse nunca.
Entonces, él se sentó a su lado y contemplaron los botes y las góndolas en la distancia, con las agujas de la catedral de San Marcos elevándose hacia el cielo.
– Sarah… -dijo, tomándola de la mano-. No estoy jugando.
– Lo sé.
Se inclinó sobre ella y la besó con suavidad en los labios y entonces dijo algo que hasta entonces nunca le había dicho de una forma tan directa.
– Quiero casarme contigo.
La volvió a besar de una forma con la que quiso darle a entender que hablaba muy en serio, pero ella se apartó al cabo de un instante y sacudió la cabeza, con una expresión angustiada.
– Sabes que no podemos hacer eso -susurró.
– Claro que podemos. No voy a permitir que nos lo impida ni el lugar que ocupo en la línea de sucesión al trono, ni tu divorcio. Eso sería algo absolutamente absurdo. En Inglaterra, a nadie le importa lo más mínimo lo que yo haga o deje de hacer. La única persona que me importa es mi madre, y ella te adora. Le dije que quería casarme contigo, incluso antes de presentártela, y una vez que te hubo conocido me comentó que le parecía una idea razonable, ante la que se muestra totalmente de acuerdo.
– ¿Le dijiste eso antes de que me llevaras a almorzar a Whitfield? -preguntó Sarah incrédula mientras él sonreía con expresión traviesa.
– Pensé que ella debía saber lo importante que eras para mí. Nunca le había dicho nada similar hasta entonces, y me expresó lo agradecida que estaba por haber vivido el tiempo suficiente para verme enamorado de una mujer tan agradable como tú.
– De haber sabido que ibas a llevarme allí, me habría bajado del coche y regresado a pie a Londres. ¿Cómo pudiste hacerle eso a tu madre? ¿Se ha enterado ella de lo de mi divorcio?
– Ahora ya lo sabe -contestó él con seriedad-. Se lo dije después. Mantuvimos una seria conversación antes de que tú partieras de Londres, y está completamente de acuerdo conmigo. Dijo que esta clase de sentimientos sólo aparecen una vez en la vida, y que, en nuestro caso, deben de ser ciertos. Ya tengo casi treinta y seis años, y nunca había sentido nada por nadie, excepto algún deseo ocasional y un frecuente aburrimiento.
Sarah se echó a reír ante estas palabras y sacudió la cabeza, aturdida, pensando en lo impredecible, en lo maravillosa y extraña que era la vida a veces.
– ¿Y si te conviertes en un marginado por mí causa?
Sentía que tenía una responsabilidad por él, aunque experimentaba también un gran alivio al saber la reacción de su madre.
– En tal caso, vendremos aquí y nos instalaremos a vivir en Venecia. De hecho, puede tratarse de una buena idea.
No parecía afectarle ninguna de sus objeciones. No le preocupaban lo más mínimo.
– William, tu padre fue un hombre importante en la Cámara de los Lores. Piensa en la desgracia que producirías a tu familia y que también caería sobre tus antepasados.