Sarah se volvió y terminó lo que estaba haciendo. Luego se sentó a su lado, sobre el suelo, y aceptó el pañuelo perfectamente planchado que él le tendió.
– Lo siento…, no debería llorar así después de tanto tiempo.
Pero siempre que acudía allí recordaba aquel pequeño cuerpo caliente apretado contra el suyo, las pequeñas manos rodeándole el cuello, hasta que se quedó quieta y dejó de respirar.
– Yo también lo siento -dijo él sonriéndole-. Quizá debiéramos tener otro hijo.
Sarah sabía que sólo bromeaba y le sonrió.
– A Phillip le encantaría.
– Podría sentarle muy bien. Es un joven muy egocéntrico.
En esta ocasión, al mostrarse tan impaciente y poco amable con su madre, le había molestado.
– No sé a quién puede parecerse. Tú, desde luego, no eres así, yo espero que tampoco. Julian adora a todo el mundo, y tu madre era tan dulce. Mis padres también fueron personas muy amables, así como mi hermana.
– Tiene que haber en mi pasado algún rey visigodo, o un normando salvaje. No lo sé. Pero no cabe la menor duda de que Phillip es Phillip.
Lo único que le importaba ahora era Whitfield, Cambridge y la tienda de Londres. Eso le fascinaba, y siempre que estaba allí le hacía a Nigel mil preguntas, que divertían al hombre. Procuraba contestarlas todas, le enseñaba todo lo que sabía sobre las piedras y le aleccionaba sobre las cuestiones más importantes relacionadas con el tamaño, la calidad, la claridad y los engarces. Pero Phillip tenía otras muchas cosas que hacer antes de que pudiera pensar en entrar a trabajar en Whitfield's.
– Quizá debiéramos irnos a alguna parte este año -dijo Sarah mirando a William, y observó que tenía aspecto de cansado. A sus 52 años, había soportado mucho en la vida y a veces lo acusaba. Iba detrás de ella de un lado a otro, de París a Londres y vuelta a empezar. Pero al año siguiente, cuando Julian empezara a ir a la escuela en La Marolle, tendrían que pasar más tiempo en el château. Este sería el último año en el que realmente podrían viajar-. Me gustaría ir a Birmania y a Thailandia para ver algunas piedras -añadió con aire pensativo.
– ¿De veras? -preguntó William, sorprendido.
Ella había ido adquiriendo unos conocimientos sorprendentes sobre piedras preciosas durante los seis años que llevaban en el negocio, y demostraba una gran capacidad de selección acerca de lo que compraba y a quién. Gracias precisamente a eso, Whitfield's había adquirido una reputación impecable. Las cifras de ventas habían aumentado tanto en Londres como en París. La reina había vuelto a comprarles en varias ocasiones, así como el duque de Edimburgo, y confiaban en que no tardarían en obtener el certificado real.
– Me encantaría viajar. Incluso podríamos llevarnos a Julian con nosotros.
– Qué romántico -se burló William, aunque sabía muy bien que a ella le gustaba tenerlo siempre cerca-. En ese caso, ¿por qué no organizo algo para los tres? Y podríamos llevarnos a una niñera para que nos ayudara con Julian. Podríamos viajar al Oriente y estar de regreso para Navidades.
Sería un viaje largo, y ella sabía que cansado para él, pero les sentaría bien a ambos.
Partieron en noviembre y llegaron a Inglaterra en Nochebuena, cuando se encontraron con Phillip en Whitfield. Habían estado fuera durante más de seis semanas y tenían muchas anécdotas que contarle sobre cacerías de tigres en la India, visitas a la playa en Thailandia y Hong Kong, innumerables templos y rubíes y esmeraldas…, y joyas maravillosas. Sarah se había traído consigo una verdadera fortuna en piedras preciosas. Y Phillip se mostró fascinado con ellas y con todo lo que le contaron sus padres. Por una vez, fue agradable con su hermano menor.
A la semana siguiente, cuando Sarah le enseñó todos sus tesoros a Nigel, éste los contempló con respeto y le aseguró que había sabido comprar bien. A Emanuelle le encantaron algunas joyas compradas a un marajá indio, que se llevó a París, y también quedaron encantadas las damas que terminaron por comprarlas.
Había sido un viaje fabuloso y un otoño productivo para ellos, pero todos se sintieron felices de regresar al château. La muchacha que se habían llevado consigo tuvo maravillosas historias que contar a su familia, y a Julian le encantó estar de nuevo en el hogar, con sus amigos, lo mismo que a Sarah. Había hablado poco al respecto, pero lo cierto era que, aun cuando William parecía haber mejorado de salud durante el viaje, ella había pillado algún microbio en la India y no se lo podía quitar de encima. Le ocasionaba continuas molestias en el estómago e hizo lo posible por no quejarse, pero cuando llegaron al château estaba muy preocupada. No quería que William se preocupara también, y trató de tomárselo a la ligera, pero incluso estando en casa apenas si podía comer. Finalmente, a la siguiente ocasión que fueron a París, a finales de enero, fue al médico, que le hizo unos análisis, le dijo que no se trataba de nada grave y le pidió que volviera a verle. Para entonces, sin embargo, ya se encontraba un poco mejor.
– ¿Qué cree usted que es? -le preguntó al doctor, realmente preocupada ya que apenas había probado una comida decente desde noviembre.
– Creo que se trata de algo muy sencillo, madame -le contestó el médico con serenidad.
– Eso es reconfortante.
Pero seguía molesta consigo misma por haberlo contraído, fuera lo que fuese. Gracias a Dios, Julian no se había visto afectado, aunque ella había llevado mucho cuidado con lo que comía y bebía. No quería que el pequeño se pusiera enfermo en el extranjero. Pero con ella misma había sido mucho menos cuidadosa.
– ¿Tiene usted algún plan para el próximo verano, madame? -preguntó el médico con una ligera sonrisa.
Sarah empezó a sentir pánico. ¿Estaría sugiriendo acaso una operación quirúrgica? Pero para entonces todavía faltaban siete meses y, entonces, de repente, creyó entenderlo. Pero no podía ser. Otra vez no. Esta vez no podía ser.
– No sé…, ¿por qué? -contestó confusa.
– Porque creo que tendrá usted un hijo en agosto.
– ¿Yo? -A su edad, no lo podía creer. Cumpliría 40 años en agosto. Había oído contar historias raras con anterioridad y ella todavía no había alcanzado la menopausia. Seguía teniendo el mismo aspecto de siempre, pero no se puede engañar al calendario. Y 40 años… eran 40 años-. ¿Está seguro?
– Así lo creo. Aunque quisiera hacerle una prueba más para asegurarme del todo.
Se la hizo y, en efecto, estaba embarazada. Se lo comunicó a William en cuanto el médico lo confirmó.
– Pero a mi edad…, ¿no te parece absurdo?
En cierta medida, esta vez, se sentía como un poco avergonzada.
– No es nada absurdo -dijo él, muy entusiasmado-. Mi madre tenía muchos más años que tú cuando me tuvo a mí, y me encuentro perfectamente bien y ella sobrevivió. -La miró con expresión de felicidad-. Además, ya te dije que deberíamos tener otro hijo.
Y, en esta ocasión, él también deseaba que fuera niña.
– Vas a volver a enviarme a aquella espantosa clínica, ¿verdad? -preguntó Sarah mirándole rencorosa, y él se echó a reír.
Había momentos en que Sarah seguía pareciéndole como una niña, aunque fuera una mujer muy hermosa.
– Bueno, no estoy dispuesto a actuar nuevamente de comadrona, y menos a tu edad -dijo bromeando y ella fingió enfadarse.
– ¿Lo ves? Piensas que ya soy demasiado vieja. ¿Qué pensará la gente?
– Que somos muy afortunados… y que no nos hemos comportado muy bien, me temo -siguió bromeando.
Sarah no tuvo más remedio que echarse a reír. Tener un hijo a los 40 años le parecía un poco ridículo, pero debía admitir que también se sentía sumamente complacida. Había disfrutado mucho con Julian, pero ya no era un bebé, a los cinco años, y en septiembre empezaría a ir a la escuela.