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– ¿Cómo es posible que sólo tenga un hijo razonable? -se quejó Sarah a William una tarde, a finales de noviembre.

– Quizá te faltó alguna vitamina durante el embarazo -bromeó él, trasteando con la radio de la cocina, en el château.

Acababan de visitar a un médico en París, quien sugirió un clima cálido y mucho cariño. Sarah se disponía a sugerir que hicieran un viaje al Caribe, o quizá a California, para ver a su hermana.

Pero ambos enmudecieron al oír las noticias. Acababan de disparar contra el presidente Kennedy. En los días que siguieron, mientras escuchaban y seguían las noticias, como el resto del mundo, se sintieron consternados. Todo les parecía tan increíble, incluida aquella pobre mujer con sus dos hijos pequeños. Sarah lloró por ellos al ver las noticias más tarde en la televisión, y estaba asombrada ante un mundo capaz de hacer una cosa así. Pero a lo largo de su vida había visto cosas mucho peores, la guerra, las torturas de los campos de concentración. A pesar de ello, lloraron la pérdida de ese hombre, que pareció extender un manto fúnebre sobre ellos y sobre el mundo hasta las Navidades.

Durante las vacaciones fueron a visitar la tienda de Londres para ver cómo le iban las cosas a Phillip, y quedaron muy contentos al comprobar que empezaba a entenderse con Nigel. Era lo bastante listo para comprender lo valioso que había sido Nigel para ellos, y parecía haber encontrado su sitio en Whitfield's. Aún no dirigía propiamente la tienda, pero poco a poco lo iba haciendo. Los beneficios alcanzados en Navidades fueron mucho más que excelentes, lo mismo que en París.

Finalmente, en febrero, Sarah y William emprendieron el viaje que habían planeado. Estuvieron fuera durante un mes, en el sur de Francia. Al principio hacía frío, pero desde allí se trasladaron a Marruecos y regresaron por España para ver a unos amigos. A todas partes a donde iban, Sarah bromeaba con William sobre la posibilidad de abrir una nueva sucursal de Whitfield's. No podía evitar preocuparse por él. Parecía tan cansado, tan pálido…, y ahora sufría dolores con frecuencia. Dos semanas después de su retorno, y a pesar de las agradables vacaciones, William se sentía muy cansado y débil, y Sarah estaba absolutamente aterrorizada.

Se encontraban en el château cuando sufrió un ligero ataque cardiaco. Después de la cena, dijo que no se sentía bien, que tal vez se trataba de una ligera indigestión y poco después empezó a tener dolores en el pecho y Sarah llamó en seguida al médico, que se presentó de inmediato, aunque esta vez lo hizo con mucha mayor rapidez que cuando nació Isabelle. Pero al llegar William ya se sentía algo mejor. Al día siguiente, cuando lo sometieron a un examen, dijeron que había sido un ligero ataque cardiaco o, como dijo el médico, «una especie de advertencia». Le explicó a Sarah que su esposo había pasado muchas calamidades durante la guerra y que eso había afectado a todo su organismo, y que el dolor que sufría ahora no hacía sino afectarlo más.

Dijo que William debía tener mucho cuidado, llevar una vida reposada, y cuidarse todo lo posible. Ella estuvo de acuerdo, sin la menor vacilación, aunque no así William.

– ¡Qué disparate! No supondrás que he sobrevivido a todo eso para pasarme el resto de mi vida sentado en un rincón, bajo una manta. Por el amor de Dios, Sarah, si no ha sido nada. La gente sufre esta clase de ataques cardiacos todos los días.

– Pues bien, tú no. Y no voy a permitir que sigas agotándote. Te necesito a mi lado durante los próximos cuarenta años, así que será mucho mejor que te calmes y escuches al médico.

– ¡Caracoles! -exclamó contrariado y ella se echó a reír, aliviada al ver que se sentía mejor, pero decidida a no permitir que cometiera excesos.

Le hizo quedarse en casa durante todo el mes de abril, y se sentía muy preocupada por él. También lo estaba por el comportamiento de Phillip con respecto a su padre. Sus otros dos hijos lo querían, e Isabelle lo adoraba. Permanecía sentada con él un rato todos los días, después de la escuela, leyéndole. Julian también hacía todo lo posible por distraerlo. Phillip había venido en una ocasión desde Inglaterra para verlo, y después sólo llamó una vez para interesarse por su estado de salud. Según los periódicos, parecía estar demasiado ocupado persiguiendo a las jovencitas, para preocuparse por su padre.

– Es el ser humano más egoísta que he conocido -se enojó Sarah con él, conversando una tarde con Emanuelle, que siempre lo defendía.

Lo había querido mucho de niño y era la que menos admitía sus faltas. Sin lugar a dudas, Nigel podría haber catalogado unas cuantas, a pesar de lo cual había logrado establecer una cierta relación con él, y los dos trabajaban muy bien juntos. Sarah se sentía agradecida por ello, pero todavía se enfadaba ante la falta de cariño que demostraba con su padre. Cuando llegó, la miró consternado y le dijo a Sarah que tenía peor aspecto que su padre.

– Tienes un aspecto horrible, mamá -dijo Phillip con frialdad.

– Gracias -replicó Sarah, realmente herida por el comentario.

Emanuelle le dijo lo mismo en un viaje posterior a París. Estaba prácticamente verde, de tan pálida. A Emanuelle le preocupaba mucho verla así. Pero el ataque cardiaco de William la había asustado mucho. Lo único de lo que estaba segura en su vida era de que no podía vivir sin él.

En julio todo parecía haber vuelto a la normalidad, al menos en apariencia. William seguía sufriendo dolores, pero ya se había resignado a ellos y rara vez se quejaba. Por otra parte, parecía más saludable que antes de haber sufrido lo que él denominaba «su pequeño problema».

Pero durante esa época los problemas de Sarah no hicieron sino aumentar. Fue una de esas épocas en las que nada parecía salir bien y tampoco uno se encuentra bien. Tenía dolores de espalda, de estómago y, por primera vez en su vida, terribles dolores de cabeza. Fue en una de esas ocasiones en que las tensiones acumuladas durante los últimos meses se apoderaron de ella con su venganza.

– Necesitas unas vacaciones -le dijo Emanuelle.

Y lo que realmente deseaba hacer era irse a Brasil y a Colombia para buscar esmeraldas, pero no creía que William estuviera lo bastante recuperado como para realizar ese viaje. Y ella tampoco quería dejarlo.

Se lo mencionó a la tarde siguiente y él se mostró evasivo. No le gustaba el aspecto que tenía su esposa, y creía que aquél también sería un viaje extenuante para ella.

– ¿Por qué no nos vamos a Italia? Podemos comprar joyas, para variar.

Ella se echó a reír, pero tuvo que reconocer que le agradó la sugerencia. En estos últimos tiempos necesitaba algo nuevo, de tan deprimida como estaba. Ya se había producido su cambio hormonal y eso contribuía a que se sintiera vieja y poco atractiva. El viaje a Italia le permitió sentirse joven de nuevo y pasaron unos días maravillosos recordando cuando él se le declaró, en Venecia. Todo eso parecía haber ocurrido hacía mucho tiempo. En buena medida, la vida se había portado bien con ellos y los años habían pasado. Ya hacía mucho tiempo que habían muerto sus padres, que su hermana había emprendido una nueva vida, y Sarah se había enterado varios años antes que Freddie murió en un accidente de tráfico en Palm Beach, después de regresar del Pacífico. Todo eso formaba parte de otra vida, una vida de capítulos cerrados. Durante años, William había sido todo para ella, William, los niños, las tiendas… Se sintió renovada al regresar del viaje, pero molesta por el peso adquirido después de dos semanas de comer pasta.