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Parecía un momento extraño para decírselo, y quizá no le había comentado nada por eso. Había querido hablarles de Cecily durante las fiestas navideñas, pero había visto tan enfermo a su padre, que no lo había mencionado.

– ¿Alguien especial?

– Más o menos -contestó vagamente ruborizándose.

– Quizá podamos cenar juntos antes de que me marche de Inglaterra.

– Me gustaría mucho -dijo su hijo con timidez.

Ahora era diferente al resto de la familia, a pesar de lo cual ella continuaba siendo su madre.

Se lo volvió a recordar a Phillip dos semanas más tarde, cuando empezaba a pensar en regresar a París. Emanuelle había tenido algunos problemas con la tienda, e Isabelle debía reanudar sus clases. Se había quedado con ella en Whitfield, aunque Julian ya había regresado hacía varias semanas, para proseguir sus estudios.

– ¿Qué hay de esa amiga con la que querías que cenara? -le

preguntó con amabilidad, ante lo que él se mostró evasivo.

– Oh, eso… Probablemente no tendrás tiempo antes de partir.

– Lo tengo -le contradijo-. Siempre tengo tiempo para ti. ¿Cuándo te gustaría que fuera?

Phillip lamentaba ahora habérselo mencionado, pero ella trató de que se sintiera cómodo, y acordaron una cita para ir a cenar al Connaught. La joven a la que conoció allí aquella noche no la sorprendió en absoluto, aunque hubiera querido que fuese distinta. Era tan típicamente inglesa… Alta, enjuta y pálida, y no hablaba casi nunca. Era extremadamente bien educada, totalmente respetable y la joven más aburrida que Sarah hubiera creído conocer. Se trataba de lady Cecily Hawthorne. Su padre era un importante ministro del Gabinete y ella era una joven muy amable, muy conveniente y bien educada, pero Sarah no dejaba de preguntarse cómo podría Phillip soportarla. No tenía ningún atractivo sexual, no mostraba nada cálido ni coqueto y, desde luego, no era una persona con la que resultara fácil reír. Antes de marcharse, a la mañana siguiente, Sarah trató de decírselo con tacto.

– Es una joven encantadora -dijo durante el desayuno.

– Me alegra que te guste.

Parecía muy contento, y Sarah se preguntó hasta qué punto sería una relación seria y si debía preocuparse. Todavía tenía entre las manos un hijo que llevaba pañales y ya tenía que empezar a preocuparse por sus nueras, y William se había marchado para siempre. Pensó que no había justicia en el mundo y trató de adoptar una actitud natural ante Phillip.

– ¿Es algo serio? -le preguntó, haciendo esfuerzos por no atragantarse con un trozo de tostada cuando él asintió-, ¿Muy serio?

– Podría serlo. Sin duda se trata de la clase de joven con la que a uno le gustaría casarse.

– Comprendo por qué dices eso, querido -dijo ella, tratando de mantener la calma, preguntándose si él la creía-. Y es una joven encantadora…, aunque ¿es lo bastante divertida? También hay que pensar en eso. Tu padre y yo siempre nos lo pasamos muy bien juntos. Eso es algo muy importante en un matrimonio.

– ¿Divertida? -replicó él con expresión de asombro-. ¿Divertida? ¿Y qué importancia tiene eso? No te comprendo, madre.

– Phillip… -Decidió ser franca con él, confiando en no lamentarlo más tarde-. La buena educación no lo es todo. Necesitas algo más…, un poco de carácter, alguien con quien quieras estar en la cama.

Phillip ya tenía edad suficiente para oírle decir la verdad y, al fin y al cabo, corría el año 1966, y no el 1923. Los jóvenes se marchaban a San Francisco y se ponían collares de cuentas y flores en el pelo. Sin lugar a dudas, su hijo no podía ser tan anticuado. Pero lo extraño fue que lo era. Pareció aterrado mientras escuchaba a su madre.

– Bueno, que tú y papá lo practicarais no significa que yo tenga que elegir a mí esposa por los mismos baremos.

Y en ese preciso instante Sarah supo que si su hijo se casaba con esta joven cometería un error irreparable. Pero también sabía que, si se lo decía así, jamás la creería.

– ¿Todavía crees en llevar una doble vida, Phillip? ¿Eres capaz de jugar con una cierta clase de joven y casarte con otra? ¿O te gustan acaso las que son serias y bien educadas? Porque si te gusta jugar con las que son atractivas y divertidas y te casas con una seria, te encontrarás con un montón de problemas.

Era lo mejor que podía hacer en aquellas circunstancias, aunque se dio cuenta de que él había captado el mensaje.

– Tengo que pensar en mi posición -dijo como si se sintiera muy molesto con ella.

– También lo hizo así tu padre. Y se casó conmigo. Y no creo que lo lamentara. Eso espero, al menos.

Le sonrió tristemente a su hijo mayor, sintiéndolo como si fuera un completo extraño.

– Tú procedías de una familia perfectamente buena, aunque te hubieras divorciado. -Ella misma se lo había contado hacía años, para que ninguna otra persona lo hiciera antes que ella-. ¿Quiere esto decir que no te gusta Cecily? -preguntó fríamente, levantándose y preparándose para abandonar la mesa.

– Me gusta mucho. Sólo creo que si piensas en casarte con ella, debes reflexionar seriamente sobre lo que deseas en la vida. Es una joven muy agradable, pero muy seria y muy insulsa.

Sarah siempre había sabido que a su hijo le gustaban las jóvenes más activas, aunque sin compromisos, sobre todo a juzgar por las historias que había oído contar en Londres y París. Le gustaba que lo vieran y lo fotografiaran con la clase de jóvenes «correctas», al mismo tiempo que disfrutaba con las otras. Y no cabía la menor duda de que Cecily pertenecía a las primeras.

– Será una excelente duquesa de Whitfield -dijo Phillip con expresión austera.

– Supongo que eso es importante. Pero ¿es suficiente? -se sintió impulsada a preguntarle.

– Creo que soy yo el que mejor puede juzgar eso -replicó. Ella asintió, confiando en que tuviera razón, pero convencida de que no la tenía.

– Sólo quiero lo mejor para ti -le dijo, besándolo.

Phillip se marchó a la ciudad y ella regresó a París esa misma tarde, con sus dos hijos pequeños. Los llevó al château, dejándolos con Julian y luego volvió a París para pasar unos días atendiendo el negocio. Pero ya no ponía el corazón en lo que hacía y lo único que deseaba era regresar al château y visitar su tumba, lo que, según le comentó Emanuelle, era mórbido.

Tardó mucho tiempo en volver a ser ella misma, y sólo durante ese verano empezó a comportarse medio normal. Entonces, Phillip les anunció a todos que se casaba con Cecily Hawthorne. Sarah lo lamentó por él, pero jamás lo habría dicho a nadie. Iban a vivir en el piso que él tenía en Londres, y pasarían mucho tiempo en Whitfield, donde ella dejaría los caballos que poseía. Phillip le aseguró a su madre que podía utilizar el pabellón de caza siempre que quisiera. Él y Cecily ocuparían la casa principal, por supuesto. No dijo ni una sola palabra sobre sus hermanos.

Sarah no tuvo que hacer planes para la boda, ya que los Hawthorne se ocuparon de todo, y la ceremonia se celebró en su residencia familiar en Staffordshire. Los Whitfield llegaron todos juntos, con Sarah del brazo de Julian. Fue una boda de Navidad y ella se puso un traje de lana beige de Chanel.

Isabelle llevaba un delicado vestido de terciopelo blanco, con un abrigo a juego ribeteado de armiño, y Xavier un pequeño traje de terciopelo azul de La Châteleine, de París. Julian tenía un aspecto increíblemente elegante con su traje de gala, lo mismo que Phillip. La novia estaba muy simpática, con un vestido de encaje que había pertenecido a su abuela. Era un poco alta para el vestido, y el velo le colgaba de un modo curioso sobre la cabeza. Si Sarah hubiera tenido a su lado a alguien con quien cuchichear, como Emanuelle, que no asistió, habría admitido que tenía un aspecto horrible, como un palo largo y seco, sin ningún encanto ni atractivo sexual. Ni siquiera se había molestado en maquillarse. Pero Phillip parecía muy complacido con ella. La boda se celebró la semana antes de Navidad y pasarían la luna de miel en las Bahamas.