Sintió pena por él. Había algo desesperadamente triste en aquel hombre, como si la vida le hubiera golpeado mucho y estuviera irremisiblemente solo. Le ofreció una copa de vino y luego fue a comprobar cómo estaban los niños. Isabelle y Xavier estaban cenando en la cocina, con la criada, y Julian había subido a su habitación para llamar a su amiga. Ella deseaba presentárselos a Joachim, pero antes quería hablar un rato más con él. Tenía la extraña sensación de que había venido a verla por algún motivo en concreto.
Regresó al salón y lo encontró mirando los libros. Tras un momento, se dio cuenta de que había encontrado el libro que él le había regalado veinte años antes, por Navidad.
– Todavía lo tienes -dijo, satisfecho, y ella le sonrió-. Yo aún conservo tu fotografía, en mi mesa de despacho, en Alemania.
Pero eso, a ella, también le pareció triste. Había pasado tanto tiempo. A estas alturas, debería tener la foto de otra persona sobre su mesa, y no la de Sarah..
– Yo también conservo, la tuya. La tengo guardada. -Pero aquella fotografía no tenía sitio en una vida con William, y Joachim lo sabía-. ¿A qué te dedicas ahora?
Tenía un aspecto distinguido, acomodado, aunque tampoco daba la impresión de tener mucho dinero. ;
– Soy profesor de literatura inglesa en la universidad de Heidelberg – contestó con una sonrisa, y ambos recordaron las largas conversaciones que habían mantenido sobre Keats y Shelley.
– Estoy segura de que serás muy bueno.
Se sentó con la copa de vino, y se acercó más a ella.
– Quizá sea un error haber venido, Sarah, pero he pensado mucho en ti. Parece como si sólo hubiera sido ayer cuando me marché. -Pero no había sido ayer, sino que ya había transcurrido toda una vida-. Tenía que volver a verte…, saber si tú también recuerdas, si todavía sigue significando tanto para ti como significó para los dos en aquel entonces.
Era pedir demasiado. La vida de Sarah había sido tan plena y, por lo visto, la de Joachim tan vacía.
– Ha pasado mucho tiempo desde entonces, Joachim…, pero siempre te he recordado. -Tenía que decírselo-. En aquel entonces te amé, y quizá si las cosas hubieran sido diferentes, si no hubiera estado casada con William… Pero lo estaba, y él regresó. Lo amaba mucho, y no me imagino que pueda amar a ningún otro hombre, nunca.
– ¿Ni siquiera a uno al que habías amado antes? -preguntó con la mirada llena de esperanza y de sueños perdidos.
Pero Sarah no podía ofrecerle la respuesta que deseaba oír, y sacudió la cabeza con tristeza.
– Ni siquiera a ti, Joachim. No podía entonces, y no puedo ahora. Estoy casada con William para siempre.
– Pero ahora ha muerto -dijo él con suavidad, preguntándose si no habría llegado demasiado pronto.
– No lo está en mi corazón, como tampoco lo estaba entonces. Me sentí agradecida, y lo sigo estando… No puedo comportarme de otro modo, Joachim.
– Lo siento -dijo él con el aspecto de un hombre roto.
– Yo también -dijo ella en voz baja.
En ese momento llegaron los niños. Isabelle estuvo adorable al saludarlo, mientras Xavier corría por la estancia, destruyendo todo lo que podía. Después, también bajó Julian para preguntar si podía salir con unos amigos, y Sarah se lo presentó a Joachim.
– Tienes una familia muy hermosa -dijo él una vez que se hubieron ido los niños-. El pequeño se parece un poco a Phillip. -Xavier tenía ahora la misma edad que había tenido Phillip durante la ocupación, y ella pudo observar en sus ojos el cariño que había sentido por su hijo, y por Lizzie. Sabía que también pensaba en ella, y asintió cuando él añadió-: A veces también pienso en ella. En cierto modo, fue como nuestra hija.
– Lo sé. -William también lo había pensado. En cierta ocasión le había dicho que llegó a sentir celos de Joachim porque había conocido a Elizabeth y él no-. Era una niña tan dulce. Julian es un poco como ella, y Xavier lo es de vez en cuando. Isabelle, en cambio, es muy suya.
– Eso parece -afirmó él sonriendo-. Y tú también, Sarah. Todavía te amo. Siempre te amaré. Eres exactamente tal y como yo imaginaba que serías ahora, excepto quizá más hermosa y bondadosa. Quizá desearía que no lo fueras tanto.
– Lo siento -dijo ella riendo, por toda respuesta.
– William fue un hombre muy afortunado. Espero que lo supiera.
– Creo que los dos lo sabíamos. Pero fue un tiempo que ahora me parece muy corto; sólo desearía que hubiera durado más.
– ¿Cómo estaba después de la guerra? Los periódicos dijeron que sobrevivió de milagro.
– Así fue. Resultó gravemente herido y fue torturado.
– Hicieron cosas terribles -concluyó él sin vacilar-. Por una vez, me avergoncé de decir que era alemán.
– Lo único que hiciste fue ayudar a tus hombres mientras estuviste aquí. Lo demás lo hicieron otros. No tienes nada de qué avergonzarte.
Lo había amado, y lo respetaba, a pesar de ser de bandos opuestos.
– Tendríamos que haber detenido todo aquello mucho antes. El mundo jamás nos perdonará que no lo hiciéramos, y hace bien. Los crímenes que cometieron fueron inhumanos.
No podía estar en desacuerdo con él, pero al menos ambos sabían que su conciencia estaba limpia. Era un buen hombre, y había sido un soldado honorable.
Finalmente, se levantó y volvió a contemplar la estancia por un momento, como si deseara recordar cada rincón, cada detalle después de marcharse.
– Regresaré ahora a París. Seguramente Mi hermano me estará esperando.
– Vuelve otra vez -le dijo ella acompañándole hasta la puerta.
Pero ambos sabían que ya no volvería. Caminó lentamente junto a él, acompañándole hasta el coche y al llegar, él se detuvo y se volvió a mirarla de nuevo. El hambre que había en su corazón se reflejaba en su mirada, de tanto anhelo como sentía por tocarla.
– Me alegro de haberte visto otra vez. Lo deseaba desde hacía mucho tiempo -dijo, sonriéndole, y le acarició con delicadeza la mejilla como había hecho en otra ocasión.
Entonces, ella se inclinó y lo besó suavemente en la mejilla, le acarició también el rostro y después, retrocedió un paso. Fue como retroceder un último paso desde el pasado para volver al presente.
– Cuídate mucho, Joachim…
Él vaciló un momento y a modo de conclusión hizo un gesto de conformidad. Subió al coche, le dirigió un ligero saludo y ella no vio las lágrimas en sus ojos al marcharse. Lo único que pudo ver fue el coche… y el hombre que antes había sido. Ahora sólo podía pensar en los recuerdos de William. Joachim ya había salido de su vida años antes, desapareció. Y en ella ya no había ningún lugar para él. No lo había habido desde hacía años. Y cuando ya no pudo distinguir viendo el coche, se dio media vuelta y entró en su hogar, con sus hijos.
25
En 1972, cuando Julian se graduó en la Sorbona con una licenciatura en filosofía y letras, Sarah se sintió muy orgullosa de él. Todos acudieron a la ceremonia, excepto Phillip, que estaba muy ocupado en Londres comprando una famosa colección de joyas, entre las que se incluía una tiara de leyenda. Emanuelle acudió a la graduación, muy digna en su traje azul oscuro de Givenchy, y adornada con un maravilloso juego de zafiros de Whitfield's. Se había convertido en una mujer importante. Su relación con el ministro de Finanzas ya era un secreto a voces. Llevaban juntos varios años, y él la trataba con respeto y afecto. Su esposa había estado enferma durante muchos años, sus hijos eran ya mayores y no hacían ningún comentario. Se comportaban con discreción, él era muy amable y ella le amaba. Varios años antes le había comprado un hermoso apartamento en la avenida Foch, y allí era donde le recibía y daba fiestas a las que la gente rogaba asistir. Las personas más interesantes de París acostumbraban pasar por allí, y su puesto como directora de Whitfield's despertaba una gran fascinación e interés. Ella vestía impecablemente, y tenía un gusto exquisito, como las joyas que ahora escogía ella misma, con todo cuidado…, lo mismo que las que él le regalaba.