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Jenny no se resistió, ni le dirigió una sola palabra. Neumann la ató con las manos por delante para que pudiera sentarse con más comodidad. Comprobó los nudos para cerciorarse de que no estaban excesivamente apretados. Luego le ató los pies. Cuando hubo terminado, la llevó a la parte trasera de la furgoneta y la introdujo en el vehículo.

Vertió en el depósito otro bidón de gasolina y arrojó al prado la lata vacía.

Entre la casita de campo y el pueblo no encontraron indicio alguno de vida en todo el camino. Evidentemente, las detonaciones habían pasado inadvertidas en Hampton Sands. Cruzaron el puente, dejaron atrás el chapitel de la iglesia de St. John y continuaronpor la calle mayor, hundida en las tinieblas. Imperaba tal quietud en el lugar que lo mismo podían haberlo evacuado.

Sentada junto a Neumann, silenciosa, Catherine se dedicó a recargar la Mauser.

Neumann pisó a fondo el acelerador y Hampton Sands desapareció a sus espaldas.

56

Londres

La mirada de Arthur Braithwaite se clavó en la mesa de trazado mientras aguardaba el expediente del U-509. No es que a Braithwaite le hiciese mucha falta aquel historial, creía saber todo lo que había que saber acerca del oficial al mando del submarino y probablemente podría recitar de memoria todas las misiones que el buque había realizado. Sólo deseaba confirmar un par de detalles antes de llamar por teléfono al MI-5.

Los movimientos del U-509 le tenían desconcertado desde varias semanas atrás. El buque parecía estar de patrulla sin rumbo fijo por el mar del Norte, navegando hacia ningún destino en particular, dejando transcurrir largos períodos de tiempo sin ponerse en contacto con el BdU. Cuando lo hacía era para informar de su situación en las proximidades de la costa británica, frente a Spurn Head. Diversas fotografías aéreas lo habían localizado en una estación de submarinos del sur de Noruega. Ninguna observación de superficie, ningún ataque a mercantes o buques de guerra aliados.

Braithwaite pensó: «Así que estás ahí al acecho, dando vueltas sin ninguna misión concreta. Bueno, pues eso no cuela, Kapitänleutnant Hoffman».

Lanzó un vistazo al severo rostro de Donitz y murmuró:

– ¿Por qué ibas a permitir que un estupendo buque en perfectas condiciones y una no menos estupenda tripulación se desaprovechara de esa manera?

El ayudante regresó un momento después con la carpeta pedida.

– Aquí lo tenemos, señor.

Braithwaite no la cogió; en vez de hacerlo, empezó a recitar su contenido.

– El nombre de su capitán es Max Hoffman, si la memoria no me es infiel.

– Exacto, señor.

– Cruz de Caballero en 1942, Hojas de Roble un año más tarde.-Que le impuso el propio Führer en persona.

– Ahora, aquí viene la parte importante. Creo que sirvió en el estado mayor de Canaris en la Abwehr durante un breve espacio detiempo antes de la guerra.

El ayudante hojeó el expediente.

– Sí, aquí está, señor. Hoffman estuvo destinado en el cuartel general de la Abwehr en Berlín del 38 al 39. Cuando estalló la guerra lo trasladaron de nuevo a la Kriegsmarine y le dieron el mando del U-509.

Braithwaite estaba mirando de nuevo la mesa de mapas.

– Patrick, si tuvieses un importante espía alemán que necesitara salir de Gran Bretaña, ¿no preferirías que se hiciera cargo de él y lo trasladara un viejo amigo?

– Desde luego, señor.

– Telefonea al MI-5 y pregunta por Vicary. Me parece que tenemos que charlar un poco.

57

Londres

De pie frente a un mapa de las Islas Británicas de dos metros y cuarenta centímetros de altura, Alfred Vicary bebía té y fumaba un cigarrillo tras otro. Pensó: «Ahora sé cómo tiene que sentirse Adolf Hitler». Sobre la base de la clamada telefónica del comandante Lowe de la estación del Servicio Y de Scarborough, era bastante acertado suponer que los espías trataban de esfumarse de Inglaterra huyendo a bordo de un submarino. Pero a Vicary se le planteaba un problema tan sencillo como serio. Sólo tenía una vaga idea del cuándo e incluso una todavía más vaga idea del dónde.

Daba por sentado que los espías tenían que llegar al submarino antes del alba; para el sumergible sería demasiado peligroso permanecer en la superficie cerca de la costa después de las primeras luces del día. Era posible que el submarino dispusiera de una lancha neumática en la que una partida de desembarco llegase a la orilla -así fue como la Abwehr introdujo en Gran Bretaña a muchos agentes-, pero Vicary dudaba de que lo intentasen en aquella ocasión, ya que la mar estaba más que picada. Robar una barca tampoco era tan sencillo como pudiera parecer. La Armada Real se había incautado de casi todo lo que se encontraba en condiciones de mantenerse a flote. La pesca en el mar del Norte se había reducido mucho a causa de la enorme cantidad de minas sembradas en las aguas costeras. Un par de espías fugitivos tendrían enormes dificultades para encontrar a corto plazo una embarcación adecuada, sobre todo con la tormenta y el oscurecimiento complicando las cosas.

Pensó: «Quizá los espías cuentan ya con una barca».

La cuestión más peliaguda era el dónde. ¿Desde qué punto de la costa zarparían? Vicary contempló el mapa. El Servicio Y no pudo precisar la localización exacta del transmisor. Todo lo más que podía hacer Vicary, en plan orientativo, era optar por el centro de la amplia zona que se le había dado. Deslizó el dedo por el mapa hasta llegar a la costa de Norfolk.

Sí, eso era lógico. Vicary conocía el horario de sus trenes. Un agente podría ocultarse en uno de los pueblos del litoral y plantarse en Londres en tres horas, desde Hunstanton, utilizando el servicio ferroviario directo.

Vicary supuso que dispondrían de un buen vehículo y combustible en abundancia. Ya habían recorrido una distancia sustancial desde Londres y, dada la numerosa presencia de agentes de la ley en los ferrocarriles, tuvo la certeza virtual de que no lo hicieron viajando en tren.

Pensó: «Entonces, ¿qué distancia pueden recorrer desde la costa de Norfolk antes de subir a una embarcación y lanzarse mar adentro?».

Probablemente el submarino no se acercaría a la costa hasta situarse a menos de unas cinco millas. Para los espías cubrir esas cinco millas les representaba una hora de navegación, seguramente más. Si el submarino debía sumergirse con las primeras claridades de la aurora, los espías tendrían que zarpar hacia las seis de la mañana, lo más tarde, para contar con ciertas garantías. El mensaje se radió a las diez de la noche. Eso les dejaba un margen potencial de ocho horas al volante. ¿Qué distancia podrían recorrer en ese tiempo? Teniendo en cuenta las condiciones meteorológicas, el oscurecimiento y las deficientes condiciones de las carreteras, de ciento sesenta a doscientos cuarenta kilómetros.

Vicary observó el mapa, abatido. Aún quedaba una enorme extensión de costa británica, que se iba desde el estuario del Támesis, por el sur, hasta el río Humber, por el norte. Sería poco menos que imposible cubrirla toda. El litoral estaba salpicado de pequeños puertos, muelles y aldeas de pescadores. Vicary había pedido a todas las fuerzas de policía locales que destinasen todos los hombresque pudieran a la cobertura de sus distritos. El mando costero de la RAF había accedido a realizar misiones aéreas de búsqueda en cuanto asomaran las primeras luces, a pesar incluso de que Vicary temía que para entonces ya fuera demasiado tarde. Corbetas de la Armada Real vigilaban la posible aparición de pequeñas embarcaciones, aunque resultaba prácticamente imposible localizarlas en aquel mar y en una noche lluviosa y sin luna. De no contar con alguna otra pista -una segunda señal de radio interceptada o un avistamiento- escasísimas eran las esperanzas de atraparlos.

Repicó el teléfono.

– Vicary.

– Aquí, el comandante Arthur Braithwaite, de la Sala de Rastreo de Submarinos. Al llegar hoy a mi puesto de servicio he visto su alerta y creo que puedo prestarle una ayuda interesante.

– La Sala de Rastreo de Submarinos dice que, desde hace unos quince días, el U- 509 ha estado entrando y saliendo en nuestras aguas, frente a la costa del condado de Lincoln -anunció Vicary. Boothby había bajado a compartir con Vicary la vela ante el mapa-. Si volcamos sobre Lincolnshire nuestros hombres y recursos, es posible que contemos con buenas probabilidades de detenerlos.

– Queda una barbaridad de línea costera por cubrir,

Vicary volvía a tener la vista clavada en el mapa.

– ¿Cuál es la ciudad más importante de ahí arriba?

– Grimsby, diría yo.

– Qué apropiada… Grimsby. ¿Cuánto tiempo cree que tardarían en llevarme allí?

– La sección de transporte puede encargarse de trasladarte, pero eso llevaría horas.

Vicary hizo una mueca. La sección de eso transporte reservaba unos cuantos vehículos para casos como aquel. Disponía de conductores expertos, especializados en persecuciones a gran velocidad; un par de ellos habían competido antes de la guerra en carreras de automóviles para profesionales. Vicary pensaba que tales pilotos, si bien brillantes, eran demasiado temerarios. Recordaba la noche en que atrapó a aquel espía de la playa de Cornualles; recordaba la loca carrera a toda marcha, a través de la negra noche cómica, en la parte trasera de un Rover trucado, sin dejar de rezar pidiendo a Dios vivir lo suficiente para llevar a cabo el arresto.

– ¿Y un avión? -dijo Vicary.

– Estoy seguro de que podría conseguir que la RAF te llevara. Hay una pequeña base de caza en los aledaños de Grimsby. Podrían ponerte allí en cuestión de una hora y podrías utilizar la base como puesto de mando. ¿Pero has echado un vistazo por la ventana últimamente? Hace una noche de perros para volar.