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Vicary había tratado de reprimir las inevitables comparaciones entre aquellos días y la actualidad, pero era algo ineludible. No creía en el destino, sin embargo, algo o alguien le había concedido otra oportunidad, una oportunidad para redimirse de su fallo de aquel día del otoño de 1916.

Vicary pensó que la fiesta que se celebraba en la taberna que había enfrente de la sede del MI-5 le ayudaría a quitarse aquel caso de la cabeza. No fue así. Se quedó al margen del jolgorio, con la imaginación en Francia y la mirada en el fondo de la cerveza de la jarra, mientras los otros funcionarios coqueteaban con las mecanógrafas bonitas. Al piano, Nicholas Jago ofrecía más o menos lo mejor de sí mismo.

Salió sobresaltado de su trance cuando una de las Reinas del Registro empezó a cantar Saldré contigo. Era una rubia atractiva, de labios carmesíes, llamada Grace Clarendon. Vicary sabía -era allí de dominio público- que Harry y ella tuvieron un lío amoroso a principios de la guerra. Vicary tenía plena conciencia de sus encantos. Grace era inteligente, ingeniosa y más lista que el resto de las chicas del Registro. Pero también estaba casada, y Vicary no podía aprobar aquella relación. No le dijo a Harry lo que sentía, no era asunto suyo. Pensó: «Además, ¿quién soy yo para dar lecciones en cuestiones amorosas?». Sospechaba que había sido Grace quien le contó a Harry la verdad sobre Boothby y el expediente de Vogel.

Entró Harry, envuelto en su abrigo. Dedicó un guiño a Grace y luego se acercó a Vicary.

– Volvamos al despacho. Tengo que hablarte -dijo.

– Se llamaba Beatrice Pymm. Vivía sola en una casita de campo de las afueras de Ipswich. -Harry inició su relato cuando marchaban escaleras arriba hacia el despacho de Vicary. Había pasado varias horas en Ipswich, investigando el pasado de Beatrice Pymm-. No tenía amistades ni familia. Su madre falleció en 1936,

– Le dejó la casita y una razonable suma de dinero. Beatrice Pymm no tenía trabajo, ni amantes, ni siquiera gato. Lo único que hacía era pintar.

– ¿Pintar? -preguntó Vicary.

– Sí, pintar. Las personas con las que he hablado me dijeron que pintaba casi todos los días. Salía de casa por la mañana temprano, recorría la campiña de los alrededores y se pasaba el día pintando. Un detective de la policía de Ipswich me enseñó sus cuadros: paisajes. Estupendos, la verdad.

Vicary enarcó las cejas.

– Ignoraba esa aptitud tuya para valorar el arte, Harry.

– ¿Crees que los chicos de Battersea no somos capaces de apreciar las cosas bellas? Para tu buen gobierno, te informaré de que mi santa madre me arrastraba con regularidad a la National Gallery.

– Lo siento, Harry. Continúa, por favor.

– Beatrice no tenía coche. Iba a pie, en bicicleta o en autobús. A veces, pintando, perdía la noción del tiempo, especialmente durante el verano, cuando la luz era buena, y se le escapaba el último autobús de vuelta. Sus vecinos la vieron llegar en muchas ocasiones bien entrada la noche, andando y cargada con sus trastos de pintar. Dicen que otras veces se pasaba la noche en lugares espantosos, sólo para captar la salida del sol.

– ¿Qué creen que le pasó?

– La versión oficial de la historia: se ahogó accidentalmente. Encontraron sus pertenencias, incluida una botella de vino vacía, a orillas del río Orwell. La policía supone que debió de empinar el codo más de la cuenta, perdió pie, se cayó al agua y se ahogó. No se encontró el cuerpo. Aunque investigaron durante cierto tiempo no descubrieron prueba alguna que demostrase cualquier otra teoría. Declararon que la mujer murió por ahogamiento accidental y cerraron el caso.

– Parece una historia verosímil.

– Desde luego, muy bien pudo ocurrir así. Pero lo dudo. Beatrice Pymm conocía bien esa comarca. ¿Por qué aquel día en particular iba a beber un poco más de la cuenta y caerse al río?

– ¿Teoría número dos?

– La teoría número dos se desarrolla como sigue: nuestro espía la aborda una vez oscurecido, le asesta una cuchillada en el corazón y carga el cadáver en una camioneta. Deja las cosas de la muchacha en la orilla del río para que todo indique que hubo un ahogamiento accidental. En realidad, el cadáver se traslada a través de la región, se mutila y se entierra en los aledaños de Whitchurch.

Llegaron al despacho de Vicary y tomaron asiento; Vicary detrás de su mesa, Harry frente a él. Harry se echó hacia atrás en la silla y apuntaló los pies.

– ¿Todo eso que has dicho es hipótesis pura o cuentas con algún hecho que apoye tu teoría?

– Mitad y mitad, pero todo encaja con tu sospecha de que asesinaron a Beatrice Pymm para ocultar la entrada de la espía en el país.

– Oigámoslo.

– Empezaré por el cadáver. Se descubrió el cuerpo en agosto de 1939. He hablado con el patólogo del Ministerio del Interior que lo examinó. A juzgar por el estado de descomposición en que se hallaba, calculó que había permanecido enterrado de seis a nueve meses. Lo cual coincide más o menos con la fecha de la desaparición de Beatrice Pymm. Los huesos de la cara habían sido casi completamente destrozados. No había piezas dentarias que comparar con historial odontológico alguno. Las manos se encontraban en tal estado de descomposición que no fue posible sacar huellas dactilares. El patólogo no pudo establecer la causa de la muerte. Aunque encontró un indicio interesante, una muesca en la costilla inferior del lado izquierdo. Ese corte está acorde con la posibilidad de una cuchillada en el pecho.

– ¿Dices que el asesino pudo haber empleado una camioneta? ¿Qué pruebas tienes?

– Pedí a las fuerzas de la policía local todos los informes relativos a cuantos delitos o alteraciones se hubieran producido por las cercanías de Witchurch la noche del asesinato de Beatrice Pymm. Casualmente, habían abandonado e incendiado intencionadamente una furgoneta en las proximidades de una aldea llamada Alderton. Comprobaron la matrícula del vehículo.

– ¿Y?

– Robado en Londres dos días antes.

Vicary se levantó y empezó a pasear por el despacho.

– De modo que nuestra espía está en mitad de la nada con una furgoneta en llamas al lado de la carretera. ¿A dónde se dirige ahora? ¿Qué hace?

– Supongamos que vuelve a Londres. Para a un coche o a un camión que pasa por la carretera y pide que la lleve. O quizá se llega andando hasta la estación más cercana y coge el primer tren que va a Londres.

– Demasiado peligroso -dijo Vicary-. Una mujer sola, en medio del campo, de madrugada, sería demasiado extraño. Corre el mes de noviembre, así que también hace frío. Puede que la descubra la policía. El asesinato de Beatrice Pymm fue perfectamente planeado y ejecutado. La homicida no dejó nada al azar.

– ¿Qué me dices de una moto en la caja de carga de la furgoneta?

– Buena idea. Compruébalo, a ver si hay denuncias de motocicletas, robadas por aquellas fechas.

– Rueda hasta Londres y se desembaraza de la motocicleta.

– Exacto -dijo Vicary-. Y cuando estalla la guerra no nos ponemos a buscar a una mujer holandesa llamada Christa Kunt porque damos por supuesto incorrectamente que ha muerto.

– Infernalmente ingenioso.

– Más despiadado que ingenioso. Imagínate, matar a una inocente civil para encubrir mejor a una espía. No se trata de un agente ordinario y Kurt Vogel no es un controlador ordinario. Estoy convencido de eso. -Vicary, hizo una pausa para encender un cigarrillo-. ¿Te ha proporcionado alguna pista la fotografía?

– Nada.

– Creo que eso deja la investigación en punto muerto.

– Temo que tienes razón. Haré unas cuantas llamadas más esta noche.

Vicary sacudió la cabeza.

– Tómate libre el resto de la noche. Baja a la fiesta. -Añadió a continuación-: Pasa un buen rato con Grace.

Harry alzó la cabeza.

– ¿Cómo lo supiste?

– Este lugar está lleno de funcionarios del servicio de información, por si no te habías dado cuenta. Las cosas circulan, la gente le da a la lengua. Aparte de que ustedes dos no son precisamente discretos. Tú solías dejar a la telefonista el número del piso de Grace por si alguien te buscaba.

El rostro de Harry se puso como la grana.

– Ve con ella, Harry. Te echa de menos, cualquier tonto lo ve.

– También yo la echo de menos. Pero está casada. Rompí porque me sentía como un completo canalla.

– Puedes hacerla feliz y ella te hace feliz a ti. Cuando su marido vuelva a casa, si es que vuelve, las cosas volverán a normalizarse.

– ¿Y eso dónde me deja a mí?

– A ti te corresponde determinarlo.

– Me deja con el corazón destrozado, ahí es donde me deja. Estoy loco por Grace.

– Entonces ve con ella y disfruta de su compañía.

– Hay algo más. -Harry le habló del otro aspecto de su sentimiento de culpa por el lío que vivía con Grace: el hecho de que él se encontraba en Londres persiguiendo espías mientras el esposo de Grace y otros muchos hombres se jugaban la vida en el ejército-. No sé qué haría en el frente, bajo el fuego enemigo, cómo reaccionaría. Si actuaría con valor o sería un cobarde. Tampoco sé si hago aquí algo condenadamente aprovechable. Podría nombrarte un centenar de detectives capaces de hacer lo mismo que hago yo. A veces me entran ganas de ir a Boothby, presentarle mi dimisión y alistarme en el ejército.

– No seas ridículo, Harry. Al cumplir con tu trabajo como es debido salvas vidas en el campo de batalla. La invasión de Francia se habrá ganado y se habrá perdido antes de que el primer soldado ponga pie en una playa francesa. Millares de vidas pueden de pender de lo que tú hagas. Si crees que no cumples tu parte, considéralo desde ese punto de vista. Además, te necesito. Aquí, eres la única persona en la que confío.

Permanecieron sentados, sumidos en un silencio momentáneo, torpe y embarazoso, tal como les suele ocurrir a los ingleses después de haber compartido unos cuantos pensamientos íntimos. Luego, Harry se puso en pie, fue hasta la puerta, donde se detuvo y se volvió.

– ¿Qué me dices de ti, Alfred? ¿Por qué no hay nadie en tu vida? ¿Por qué no bajas también a la fiesta y te buscas una mujer simpática y cariñosa con la que pasar un buen rato?

Vicary se palpó los bolsillos de la pechera, en busca de las gafas de leer de media luna y se las puso en la nariz.