– ¿Cómo se llamaban?
– Uno se llamaba Leamann. No recuerdo el nombre del otro.
– ¿Ambos eran norteamericanos?
– Leamann era estadounidense. El otro era británico.
– Pero usted no recuerda su nombre.
– No.
– ¿Qué aspecto tenía?
– Era alto y delgado.
– Bueno, eso reduce la cuestión a la mitad del país, más o menos. ¿Qué ocurrió cuando fue usted a Washington?
– Cuando llegó mi acreditación de seguridad, me aleccionaron respecto a Mulberry y me mostraron los planos.
– ¿Por qué le necesitaban a usted?
– Querían alguien con experiencia en proyectos de construcciones importantes. Mi empresa ha construido algunos de los mayores puentes del este.
– ¿Cuál fue su primera impresión?
– Pensé que Mulberry era factible técnicamente, pero también pensé que los programas de construcciones eran una farsa… excesivamente optimistas. Comprendí en seguida que habría retrasos.
– ¿Y qué conclusiones ha sacado de la inspección que ha efectuado hoy?
– Que el proyecto está peligrosamente retrasado. Que realmente las probabilidades de tener terminados los Fénix en la fecha prevista son una entre tres.
– ¿Compartió esas conclusiones con Catherine Blake?
– Por favor. No volvamos a eso otra vez.
– No ha contestado a mi pregunta.
– No. No hice partícipe de mis conclusiones a Catherine Blake.
– ¿La vio antes de que le recogiéramos en la plaza de Grosvenor?
– No. Fui directamente a la JSFEA desde los centros de construcción.
Vicary introdujo la mano en su cartera y puso dos fotogragfa encima de la mesa, una de Robert Pope y la otra de Dicky Dobbs,
– ¿Ha visto alguna vez a estos hombres?
– Me resultan vagamente familiares, pero no puedo decir si los he visto antes o no.
Vicary abrió el expediente de Jordan y lo hojeó hasta llegar a una página.
– Hábleme de la casa en que vive.
– Mi padre político la compró antes de la guerra. Pasaba bastante tiempo en Londres, tanto por negocios como por placer, y deseaba disponer de un lugar confortable donde vivir durante sus estancias en la ciudad.
– ¿Alguna otra persona utiliza la casa?
– Margaret y yo solíamos ocuparla cuando veníamos de vacaciones a Europa.
– ¿Su padre político tenía inversiones bancarias en Alemania?
– Sí, varias. Pero la mayoría de ellas las liquidamos antes de la guerra.
– ¿Supervisó personalmente esa liquidación?
– Casi toda esa labor la hizo un hombre llamado Walker Hardegen. Es el número dos del banco. Habla con fluidez el alemán y conoce el país por dentro y por fuera.
– ¿Trabajó en Alemania antes de la guerra?
– Sí, en varias ocasiones.
– ¿Le acompañó usted?
– No, yo no tengo nada que ver con los negocios de mi suegro.
– ¿Utilizó Walker Hardegen la casa de Londres?
– Es posible. No estoy seguro.
– ¿Hasta qué punto conoce usted a Walker Hardegen?
– Le conozco muy bien.
– Supongo, entonces, que son buenos amigos, ¿no?
– No, la verdad es que no.
– ¿Le conoce usted bien pero no son amigos?
– Exacto.
– ¿Son enemigos, pues?
– Enemigos es una palabra fuerte. Simplemente no nos llevamos bien.
– ¿Por qué no?
– Salía con mi esposa antes de que yo la conociera. Creo que siempre estuvo enamorado de ella. Bebió mucho más de la cuenta en mi fiesta de despedida. Me acusó de haberla matado para conseguir un buen negocio.
– Me parece que alguien que hace un comentario como ese respecto a mí se convertiría automáticamente en mi enemigo.
– En aquellos momentos pensé en sacudirle una buena paliza.
– ¿Se culpa usted de la muerte de su esposa?
– Sí, siempre he tenido remordimientos. Si no le hubiese pedido que fuera a la ciudad y me acompañara en aquella maldita cena de negocios, aún estaría viva.
– ¿Cuánto sabe Walker Hardegen acerca del trabajo de usted?
– Nada.
– Pero sí sabe que es usted un ingeniero de lo más competente.
– Eso sí.
– ¿Y sabe que le enviaron a Londres para colaborar en un proyecto secreto?
– Probablemente lo dedujo, sí.
– En las cartas que ha escrito a su gente de los Estados Unidos,¿ha citado alguna vez la Operación Mulberry ?
– Nunca. Todas las revisa un censor.
– ¿Ha hablado alguna vez de la Operación Mulberry a otro miembro de su familia?
– No.
– ¿Y a alguno de sus amigos?
– No.
– Ese compadre suyo, Shepherd Ramsey, ¿se lo ha dicho a él?
– No.
– ¿Y no le ha preguntado?
– No hace otra cosa… en plan de broma, claro.
– ¿Tenía usted intención de ver de nuevo a Catherine Blake?
– Ahora no. No deseo volver a verla en la vida.
– Bueno, eso tal vez resulte imposible, capitán de fragata Jordan.
– ¿Qué pretende decir?
– A su debido tiempo. Es tarde. Creo que nos vendría bien un poco de sueño. Continuaremos por la mañana.
Vicary se levantó y fue hacia donde estaba sentado Boothby. Se inclinó sobre él y dijo:
– Creo que deberíamos hablar.
– Sí -convino Boothby-. Vamos ala habitación de al lado, ¿no? Boothby se desenroscó del asiento y cogió a Vicary por el codo.
– Le has trabajado de maravilla -encomió Boothby-. Dios mío, Alfred, ¿cómo y cuándo llegaste a convertirte en un hijo de puta de tal calibre?
Boothby abrió una puerta y la mantuvo de par en par para que entrase primero Vicary. Éste pasó junto a sir Basil y entró en la estancia. No pudo dar crédito a sus ojos.
– ¡Hola, Alfred! -le saludó Winston Churchill-. Es un placer volver a verte. Me gustaría que fuese en otras circunstancias. Permíteme presentarte a un amigo mío. Profesor Alfred Vicary… General Eisenhower.
Dwight Eisenhower se levantó del sillón y tendió la mano.
Tiempo atrás, la habitación había sido gabinete de trabajo. Cubrían las paredes estanterías para libros, contaba con una mesa escritorio y con un par de sillones de orejas, ocupados en aquel momento por Churchill y Eisenhower. En la chimenea ardía alegremente un fuego de leña, que a pesar de todo no lograba eliminar totalmente el frío de la habitación. Una manta de lana cubría las rodillas de Churchill. Mordisqueaba la húmeda punta de un cigarro puro y bebía coñac. Eisenhower encendió un cigarrillo y tomó un sorbo de café. Encima de la mesa, entre ellos, había un pequeño altavoz por el que habían escuchado el interrogatorio de Jordan. Vicary lo supo porque los micrófonos continuaban en marcha y se oía el ruido de las sillas al arrastrarse por el suelo y el murmullo de voces que llegaban de la habitación contigua. Boothby se deslizó hacia adelante y bajó el volumen. Se abrió la puerta y entró en la estancia un quinto hombre. Vicary reconoció al general de brigada Thomas Betts, alto, gigantesco como un oso, subjefe de información de la JSFEA y encargado de la salvaguardadel secreto de la invasión.
– ¿Ha dicho la verdad, Alfred? -preguntó Churchill.
– No estoy seguro -respondió Vicary, que se servía una taza decafé en el aparador-. Deseo creerle, pero hay algo que me incordia. Y maldito si sé qué es.
– En su pasado -dijo Boothby-, nada sugiere que sea un agente alemán o que nos traicione espontáneamente. Después de todo, fuimos nosotros quienes acudimos a él. Se le reclutó para que trabajase en Mulberry, no se presentó voluntario. De haber sido un agente desde el principio, habría llamado a nuestra puerta en cuando se desencadenó la guerra, intentando situarse en una posición importante.
– Estoy de acuerdo -convino Eisenhower.
– Su historial es excelente -continuó Boothby-. Ya ha visto su expediente. La ficha del FBI no presenta el menor dato negativo. Tiene todo el dinero del mundo. No es comunista. No sodomiza niños. No hay motivo alguno para sospechar que simpatice con la causa alemana. En resumen, no hay ninguna razón para sospechar que ese hombre sea un espía o que lo hayan coaccionado para que se dedique al espionaje.
– Todo eso es cierto -dijo Vicary, pensativo. ¿Cuándo diablos se convirtió Boothby en el presidente del club de fanáticos de Peter Jordan?-. ¿Pero qué me dicen de ese otro, Walker Hardegen? ¿Se le hizo una revisión completa antes de que Jordan ingresara en el equipo Mulberry?
– Un examen a fondo -declaró el general Betts-. Al FBI le preocupaban esos contactos alemanes mucho antes de que el departamento de Guerra pensara en abordar a Jordan con vistas a esa colaboración en Mulberry. Examinaron con lupa los antecedentes de Hardegen. No descubrieron ningún maldito detalle negativo. Hardegen está tan limpio como una patena.
– Bueno, me quedaría más tranquilo si echasen otra mirada -dijo Vicary-. ¿Cómo rayos supo esa mujer que era la persona a la que tenía que liar? ¿Y cómo se hizo con el material? He estado dentro de la casa. Es posible que ella accediese a los documentos sin que él se enterase, pero le resultaría muy peligroso. ¿Y qué hay de su amigo Shepherd Ramsey? Me gustaría que lo pusieran bajo vigilancia y que el FBI examinara su historial más profundamente.
– Estoy seguro de que el general Eisenhower no tendrá problemas en ese aspecto, ¿verdad, general? -dijo Churchill.
– No -repuso Eisenhower-. Deseo que ustedes, caballeros, den los pasos que consideren necesarios.
Churchill se aclaró la garganta.
– Esta conversación es muy interesante, pero no enfoca nuestro problema más apremiante -expuso-. Parece que ese muchacho, intencionadamente o no, ha puesto una parte muy significativa de los planes de la Operación Mulberry directamente en manos de una espía alemana. Ahora, ¿qué vamos a hacer en cuanto a eso?¿Basil?
Boothby miró al general Betts.
– ¿Qué pueden discernir de ese documento los alemanes respecto a la Operación Mulberry ?