– Es difícil de determinar -respondió Betts-. El documento que Jordan llevaba en la cartera no daba un cuadro completo, sólo un fragmento condenadamente importante del conjunto. Mulberry está formada por muchos componentes, como seguramente todos ustedes saben. El documento sólo les informará de los Fénix. Si verdaderamente se encuentra camino de Berlín, se volcarán sobre él los analistas e ingenieros alemanes. Si son capaces de determinar el propósito de los Fénix, no les resultará difícil descubrir el secreto del proyecto de los puertos artificiales. -Betts titubeó, grave la expresión-. Y, caballeros, si llegan al convencimiento de que estamos construyendo un puerto artificial, es muy posible que den el salto definitivo y lleguen a la conclusión de que vamos a lanzarnos por Normandía, no por Calais.
– Creo -intervino Vicary- que debemos asumir que tal es el caso y proceder en consecuencia.
– Sugiero utilizar a Jordan como señuelo para inducir a Catherine Blake a salir a terreno descubierto -propuso Boothby-. La arrestamos, la ponemos bajo las deslumbrantes luces de los focos y la hacemos trabajar para nosotros. La utilizamos como embudo para proyectar el humo hacia los alemanes, devolvérselo y confundirlos, para intentar convencerlos de que Mulberry es cualquier cosa menos un puerto artificial construido para desembarcar en Normandía.
Vicary carraspeó levemente y dijo:
Estoy de acuerdo con la segunda parte de su proposición, sir Basil. Pero sospecho que la primera no va a ser tan fácil como parece.
– ¿Su opinión, Alfred?
– Todo lo que sabemos acerca de esa mujer indica que es un elemento altamente preparado y absolutamente implacable. Dudo de que podamos convencerla para que colabore con nosotros. No es como los demás.
La experiencia me ha demostrado que todo el mundo colabora cuando se enfrenta a la perspectiva de morir ahorcado, Alfred. ¿Pero qué sugieres?
Sugiero que Peter Jordan continúe viéndola. Pero a partir de ahora controlaremos lo que haya dentro de la cartera y lo que guarde en la caja de caudales de su casa. Le daremos carrete a esa mujer sin dejar de vigilarla. Descubriremos el sistema que emplea para hacer llegar el material a Berlín. Descubriremos a los otros agentes de la red. Luego la arrestaremos. Si embaucamos limpiamente a la red, nos pondremos en condiciones de enviar directamente material de Doble Cruz a las más altas instancias de la Abwehr… hasta la invasión.
¿Qué opinas del plan de Alfred, Basil? -preguntó Churchill.
– Es brillante -dijo Boothby-. ¿Pero y si son correctos los temores del propio Alfred acerca del capitán de fragata Jordan? ¿Y si es en realidad un agente alemán? Jordan se encontraría en situación de ocasionar un daño irreparable.
– Ocurriría lo mismo también en el caso de su plan, sir Basil. Me temo que es un riesgo que vamos a tener que correr. Pero Jordan no estará a solas con ella ni con nadie más durante un solo segundo. A partir de ahora, se le vigilará las veinticuatro horas del día. A donde vaya, iremos nosotros. Si vemos u oímos algo que no nos guste, entraremos en acción, arrestaremos a Catherine Blake, y haremos las cosas al modo que usted propugna.
Boothby asintió.
– ¿Cree que Jordan se prestará al juego? Después de todo, ha reconocido que estaba enamorado de esa mujer. Ella le traicionó. No creo que bajo ninguna condición se muestre dispuesto a seguir manteniendo relaciones sentimentales con ella.
– Bueno, la cuestión es que simplemente ha de seguir manteniéndolas -dijo Vicary-. Es él quien nos ha metido en este lío, y es el único que puede sacarnos de él. No es como si con un simple cambio de sillas pudiéramos introducir en el caso a un profesional.Lo eligieron a él. Ningún otro lo hará. Ellos creerán lo que vean en la cartera de Jordan.
Churchill miró a Eisenhower.
– ¿General?
Eisenhower aplastó su cigarrillo, reflexionó unos segundos y dijo:
– Si verdaderamente no hay otro modo de hacerlo, apoyo el plan del profesor. El general Betts y yo nos encargaremos de que cuenten ustedes con la ayuda necesaria de la JSFEA para llevar a cabo la tarea.
– Entonces, asunto concluido -dijo Churchill-. Y que Dios se apiade de nosotros si no funciona.
– A propósito, me llamo Vicary. Ése es Harry Dalton…, trabaja conmigo. Y ese otro caballero es sir Basil Boothby. Dirige la operación.
Era a la mañana siguiente, temprano, una hora después del alba. Caminaban por un estrecho sendero entre los árboles: Harry unos cuantos pasos por delante, como un explorador, Vicary y Jordan codo con codo, Boothby detrás, casi en plan de ominoso vigilante. Había dejado de llover durante la noche, pero una densa capa de nubarrones ocultaba el cielo. La niquelada claridad invernal blanqueaba todos los colores, tanto los árboles como las colinas. La gasa de la niebla cubría el suelo en las zonas bajas y el aire olía al humo de la leña que se quemaba en los fuego encendidos dentro de la casa. La mirada de Jordan se posó brevemente en cada uno de ellos, al serle presentados, pero no les tendió la mano. Vicary y él continuaron con las manos hundidas en los bolsillos del chaquetón impermeable que les habían dejado en el cuarto, junto con un par de pantalones de lana y un grueso jersey de lana.
Avanzaron en silencio por el sendero durante un tiempo, como viejos compañeros de clase que pasean para digerir un desayuno copioso. El frío era un clavo que se hundía en la rodilla de Vicary. Andaba despacio, con las manos cogidas a la espalda, gacha la cabeza como si buscase algún objeto perdido. Concluyó la arboleda y el Támesis apareció ante ellos. A la orilla del río había un par de bancos de madera. Harry se sentó en uno. Vicary y Jordan ocuparon el otro. Boothby permaneció de pie.
Vicary le explicó a Jordan lo que se deseaba que hiciera. Jordan le escuchó, sin mirar a ninguno de ellos. Sentado inmóvil, aún con las manos en los bolsillos, estiradas las piernas al frente y los ojos clavados en algún punto oscuro de la superficie del río. Cuando Vicary terminó, Jordan dijo:
– Busquen algún otro modo de hacerlo. Yo no estoy preparado para eso. Serían unos insensatos si me utilizaran a mí.
– Créame, capitán de fragata Jordan, si hubiese algún otro modo de subsanar el daño ocasionado, lo emplearíamos. Pero no lo hay. Debe hacer lo que le pedimos. Nos lo debe. Se lo debe a todos los hombres que arriesgarán la vida al lanzarse al asalto de lasplayas de Normandía. -Hizo una pausa momentánea y siguió la dirección de la mirada de Jordan hacia las aguas-. Y se lo debe a sí mismo, capitán de fragata Jordan. Cometió un terrible error. Ahora tiene que reparar el daño.
– ¿Se supone que eso es una arenga?
– No, no creo en las arengas. Es la verdad.
– ¿Cuánto tiempo durará?
– Todo el que haga falta.
– Eso no es responder a mi pregunta.
– Exacto. Pueden ser seis días y pueden ser seis meses. No lo sabemos. Esto no es una ciencia exacta. Pero pondré fin a ello tan pronto como pueda. Tiene usted mi palabra.
– No creo que la verdad cuente mucho en su profesión, señor Vicary.
– Normalmente, no. Pero en este caso, sí.
– ¿Respecto a mi trabajo en la Operación Mulberry ?
– Seguirá actuando como si fuese miembro activo del equipo, pero lo cierto es que eso se ha acabado para usted. -Vicary se levantó-. Tenemos que volver a la casa, capitán de fragata Jordan. Tiene usted que firmar unos cuantos documentos antes de que nos vayamos.
– ¿Qué clase de documentos?
– Oh, sólo algunos papeles que le comprometerán a no soltar una sola palabra sobre este asunto durante el resto de su vida. Jordan se apartó del río y, por último, miró a Vicary.
– Créame, no necesita preocuparse de eso.
38
Rastenberg (Alemania)
A Kurt Vogel le molestaba el cuello de la guerrera. Se había puesto el uniforme de la Kriegsmarine por primera vez en más tiempo de lo que podía recordar. Le sentaba muy bien antes de la guerra pero Vogel, como casi todo el mundo, había adelgazado. La guerrera le caía ahora como una chaquetilla de prisionero.
Estaba infernalmente nervioso. Hasta entonces no le habían presentado al Führer; a decir verdad, ni siquiera había estado nunca en la misma habitación que aquel hombre. Personalmente, pensaba que Hitler era un lunático y un monstruo que había llevado a Alemania al borde de la catástrofe. Pero se dio cuenta de que estaba deseoso de conocerle y, por algún motivo inexplicable, quería causarle una buena impresión. Le hubiera gustado tener la voz en mejores condiciones. Encadenó los cigarrillos para calmar los nervios. No había dejado de fumar en todo el vuelo desde Berlín y ahora volvía a fumar en el coche. Al final, Canaris le rogó que dejase de una vez aquel maldito cigarrillo, aunque sólo fuera por los perros. Iban echados a los pies de Vogel como gruesas salchichas, alzada la vista hacia él para mirarle con ojos malévolos. Vogel bajó un par de centímetros el cristal de la ventanilla y arrojó el pitillo hacia los remolinos que formaban los copos de nieve.
El Mercedes oficial se detuvo en el punto de control exterior del Wolfschanze de Hitler. Cuatro guardias de las SS se abalanzaron sobre el automóvil, abrieron el capó y el maletero y utilizaron espejos para revisar los bajos. Los hombres de las SS agitaron los brazos, indicándoles que siguieran adelante, y el coche recorrió ochocientos metros en dirección al recinto. Aunque la tarde estaba bastante avanzada, el suelo del bosque brillaba con la luz blanca de los arcos voltaicos. Guardias con perros alsacianos patrullaban por los senderos.
El automóvil se detuvo a la entrada del perímetro y los hombres de las SS se aprestaron a la revista. Esa vez, la inspección de personal. Se les ordenó que salieran del coche y los registraron. A Vogel no dejó de impresionarle ver a Wilhelm Canaris, jefe del servicio de información alemán, de pie, manos arriba, mientras un miembro de las SS le cacheaba a conciencia como si fuese un borrachín de cervecería.
Un guardia exigió ver la cartera de Vogel, que se la entregó de mala gana. Contenía las fotos del documento aliado y el análisis que de él hiciera a toda prisa el personal técnico de la Abwehr en Berlín. El miembro de las SS introdujo su mano enguantada en la cartera. La retiró a continuación y devolvió la cartera a Vogel, satisfecho al comprobar que no llevaba armas ni explosivos.