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Recordó la mañana en que corría por la playa y vio a Jenny emergiendo de las dunas. Volvió a ver en su memoria el aspecto de la muchacha, que parecía haber pasado la noche durmiendo en la playa. Estaba seguro de que Jenny tenía alguna clase de escondrijo cerca, al que iba cuando las cosas se ponían feas en su casa. Estaba asustada, huida y sola. Iría a refugiarse al lugar que mejor conocía, tal como suelen hacer los niños. Neumann llegó al sitio que utilizaba en sus entrenamientos como meta imaginaria, se detuvo allí y luego reanudó la marcha hacia las dunas.

En la ladera contraria encendió la linterna, vio la vereda sembrada de pisadas y siguió por ella. Le condujo a una pequeña depresión, resguardada del viento por los árboles y un par de grandes peñascos. Dirigió el foco de la linterna hacia la hondonada y el rayo de luz cayó sobre el rostro de Jenny Colville.

– ¿Cuál es tu verdadero nombre? -le preguntó Jenny cuando regresaban a la casa de Dogherty.

– Mi verdadero nombre es teniente Horst Neumann.-¿Cómo es que hablas tan bien el inglés?

– Mi padre era inglés y nací en Londres. Mi madre y yo nos trasladamos a Alemania cuando él murió.

– ¿Eres un espía alemán?

– Algo así.

– ¿Qué les pasó a Sean y a mi padre?

– Utilizábamos la radio en el granero de Sean cuando tu padre cargó contra nosotros. Sean intentó detenerle y tu padre lo mató. Catherine y yo matamos a tu padre. Lo siento, Jenny. Todo sucedió muy deprisa.

– ¡Cállate! ¡No quiero que me digas que lo sientes!

Neumann guardó silencio.

– ¿Y ahora qué? -preguntó Jenny.

– Vamos a marchar costa arriba, hacia el río Humber. Allí abordaremos una barca y navegaremos al encuentro de un submarino.

– Espero que te cojan. Y espero que te maten.

– Yo diría que existen muchas y claras probabilidades de ello.

– ¡Eres un hijo de mala madre! ¿Por qué te enzarzaste por mí en aquella reyerta con mi padre?

– Porque me gustas mucho, Jenny Colville. Te he mentido en todo lo demás, pero eso es cierto. Ahora haz todo lo que te diga y no te sucederá nada. ¿Me entiendes?

Jenny asintió con la cabeza. Neumann dobló hacia la casa de Dogherty. Se abrió la puerta y por ella salió Catherine. Se acercó a la furgoneta, miró al interior y vio a Jenny. Después dirigió la vista hacia Neumann y ordenó en alemán:

– Átala y ponla detrás. Nos la llevaremos. Nunca se sabe cuándo puede venir de perlas un rehén.

Neumann movió la cabeza negativamente y respondió, también en alemán:

– Déjala aquí. No nos va a servir de nada y puede resultar herida.

– ¿Olvidas que tengo un rango superior al tuyo, teniente?

– No, comandante -repuso Neumann, con un matiz de sarcasmo en la voz.

– Muy bien. Pues átala y larguémonos con viento fresco de este maldito lugar dejado de la mano de Dios.

Neumann entró otra vez en el granero, en busca de un trozo de cuerda. Lo encontró, cogió el quinqué y se dispuso a salir. Lanzó una última mirada al cuerpo de Dogherty, tendido en el suelo, cubierto por la vieja arpillera. Neumann no pudo evitar sentirse responsable de la cadena de acontecimientos que desembocaron en la muerte de Sean. Si no se hubiese peleado con Martin, éste no habría ido aquella noche al granero armado con una escopeta. Sean se habría marchado con ellos a Alemania y no estaría tumbado en el suelo de aquel granero, con la mitad del pecho volado. Apagó la lámpara de queroseno, dejó los cadáveres envueltos en la oscuridad, salió del granero y cerró la puerta tras de sí.

Jenny no se resistió, ni le dirigió una sola palabra. Neumann la ató con las manos por delante para que pudiera sentarse con más comodidad. Comprobó los nudos para cerciorarse de que no estaban excesivamente apretados. Luego le ató los pies. Cuando hubo terminado, la llevó a la parte trasera de la furgoneta y la introdujo en el vehículo.

Vertió en el depósito otro bidón de gasolina y arrojó al prado la lata vacía.

Entre la casita de campo y el pueblo no encontraron indicio alguno de vida en todo el camino. Evidentemente, las detonaciones habían pasado inadvertidas en Hampton Sands. Cruzaron el puente, dejaron atrás el chapitel de la iglesia de St. John y continuaronpor la calle mayor, hundida en las tinieblas. Imperaba tal quietud en el lugar que lo mismo podían haberlo evacuado.

Sentada junto a Neumann, silenciosa, Catherine se dedicó a recargar la Mauser.

Neumann pisó a fondo el acelerador y Hampton Sands desapareció a sus espaldas.

56

Londres

La mirada de Arthur Braithwaite se clavó en la mesa de trazado mientras aguardaba el expediente del U-509. No es que a Braithwaite le hiciese mucha falta aquel historial, creía saber todo lo que había que saber acerca del oficial al mando del submarino y probablemente podría recitar de memoria todas las misiones que el buque había realizado. Sólo deseaba confirmar un par de detalles antes de llamar por teléfono al MI-5.

Los movimientos del U-509 le tenían desconcertado desde varias semanas atrás. El buque parecía estar de patrulla sin rumbo fijo por el mar del Norte, navegando hacia ningún destino en particular, dejando transcurrir largos períodos de tiempo sin ponerse en contacto con el BdU. Cuando lo hacía era para informar de su situación en las proximidades de la costa británica, frente a Spurn Head. Diversas fotografías aéreas lo habían localizado en una estación de submarinos del sur de Noruega. Ninguna observación de superficie, ningún ataque a mercantes o buques de guerra aliados.

Braithwaite pensó: «Así que estás ahí al acecho, dando vueltas sin ninguna misión concreta. Bueno, pues eso no cuela, Kapitänleutnant Hoffman».

Lanzó un vistazo al severo rostro de Donitz y murmuró:

– ¿Por qué ibas a permitir que un estupendo buque en perfectas condiciones y una no menos estupenda tripulación se desaprovechara de esa manera?

El ayudante regresó un momento después con la carpeta pedida.

– Aquí lo tenemos, señor.

Braithwaite no la cogió; en vez de hacerlo, empezó a recitar su contenido.

– El nombre de su capitán es Max Hoffman, si la memoria no me es infiel.

– Exacto, señor.

– Cruz de Caballero en 1942, Hojas de Roble un año más tarde.-Que le impuso el propio Führer en persona.

– Ahora, aquí viene la parte importante. Creo que sirvió en el estado mayor de Canaris en la Abwehr durante un breve espacio detiempo antes de la guerra.

El ayudante hojeó el expediente.

– Sí, aquí está, señor. Hoffman estuvo destinado en el cuartel general de la Abwehr en Berlín del 38 al 39. Cuando estalló la guerra lo trasladaron de nuevo a la Kriegsmarine y le dieron el mando del U-509.

Braithwaite estaba mirando de nuevo la mesa de mapas.

– Patrick, si tuvieses un importante espía alemán que necesitara salir de Gran Bretaña, ¿no preferirías que se hiciera cargo de él y lo trasladara un viejo amigo?

– Desde luego, señor.

– Telefonea al MI-5 y pregunta por Vicary. Me parece que tenemos que charlar un poco.

57

Londres

De pie frente a un mapa de las Islas Británicas de dos metros y cuarenta centímetros de altura, Alfred Vicary bebía té y fumaba un cigarrillo tras otro. Pensó: «Ahora sé cómo tiene que sentirse Adolf Hitler». Sobre la base de la clamada telefónica del comandante Lowe de la estación del Servicio Y de Scarborough, era bastante acertado suponer que los espías trataban de esfumarse de Inglaterra huyendo a bordo de un submarino. Pero a Vicary se le planteaba un problema tan sencillo como serio. Sólo tenía una vaga idea del cuándo e incluso una todavía más vaga idea del dónde.