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Sonó uno de los teléfonos de la mesa de Schellenberg. Era una llamada que debía atender. Durante cinco minutos, mientras Vogel esperaba, estuvo gruñendo y hablando cautelosamente en clave. La nevada de hollín había amainado. Las ruinas de Berlín relucían bajo el sol abrileño. Los añicos de vidrio centelleaban como cristales de hielo.

Continuar en la Abwehr y colaborar con el nuevo régimen tenía sus ventajas. Vogel había trasladado discretamente a Gertrude, Nicole y Uzbet de Baviera a Suiza. Como un buen agente corredor, había financiado la operación a través de un complejo juego de prestidigitación, transfiriendo fondos de las cuentas secretas de la Abwehr en Suiza a una cuenta personal de Gertrude, cubriendo luego tales cambios con su propio dinero en Alemania. Había sacado del país suficientes fondos para vivir holgadamente un par de años, tras la guerra. Tenía otro activo, la información que guardaba en su mente. Británicos y estadounidenses, estaba seguro, se la pagarían bien en dinero y protección.

Schellenberg colgó el teléfono e hizo una mueca como si le doliera el estómago.

– Bien -dijo-. Esta es la razón por la que le he pedido que venga hoy aquí, capitán Vogel. Tengo noticias apasionantes de Londres.

– ¿Sí? -Vogel alzó una ceja.

– Sí. Nuestra fuente dentro del MI-5 posee una información muy interesante.

Schellenberg sacó la copia de un comunicado y, con un floreo, se la presentó a Vogel. Mientras la leía, Vogel pensó: «Formidable, la sutileza de la manipulación». Terminó la lectura y tendió el papela Schellenberg, por encima de la mesa.

– Para el MI-5 -dijo Schellenberg-, el hecho de tomar una medida disciplinaria contra un hombre que es amigo personal y confidente de Winston Churchill no deja de ser extraordinario. Y la fuente es impecable. La recluté yo personalmente. No es uno de los lacayos de Canaris. Me parece que demuestra que la información sustraída por su agente era genuina, capitán Vogel.

– Sí, creo que tiene usted razón, herr Brigadefübrer.

– Es preciso informar de esto al Führer de inmediato. Esta noche se reúne en Berchtesgaden con el embajador japonés, al que informará de los preparativos del desembarco. Estoy seguro de que querrá que le pasen esto.

Vogel asintió.

– Dentro de una hora parto en avión hacia Templehof. Me gustaría que me acompañase usted e informara personalmente al Führer. Al fin y al cabo fue usted quien inició la operación. Además, le cae usted bien. Tiene un brillante futuro, capitán Vogel.

– Gracias por la invitación, herr Brigadeführer, pero creo que es usted quien debe dar al Führer la noticia.

– ¿Está seguro, capitán Vogel?

– Sí, herr Brigadeführer, completamente seguro.

62

Oyster Bay (Long /sland)

Era el primer día espléndido de primavera: sol cálido, suave brisa del Sound. El anterior había sido frío y húmedo. A Dorothy Lauterbach le inquietó la posibilidad de que el frío echase a perder la ceremonia del funeral y la recepción. Se aseguró de que todas las chimeneas de la casa contaran con una buena provisión de leña y ordenó a los proveedores que tuviesen preparado café caliente en abundancia para cuando llegasen los invitados. Pero a media mañana el sol ya había liquidado a la última nube y la isla aparecía radiante. Dorothy se apresuró a trasladar la recepción del interior de la casa al césped que dominaba el Sound.

Shepherd Ramsey había llevado de Londres las cosas de Jordan: su ropa, sus libros, sus cartas, los papeles personales que dejaron los hombres de seguridad. Sentado en el avión de transporte que lo condujo desde Londres, Ramsey hojeó las cartas a fin de cerciorarse de que en ninguna de ellas se mencionaba a la mujer que Peter frecuentaba en Londres antes de su muerte.

Se cumplió la ceremonia junto a la tumba. No había cadáver que enterrar, pero colocaron una lápida junto a la de Margaret. Asistió toda la nómina del banco de Bratton y casi todo el personal de la Compañía de Puentes del Nordeste. También acudieron los numerosos miembros de la colonia de la Costa Norte: los Blakemore y los Brandenberg, los Carlisle y los Dutton, los Robinsony los Tellinger. Billy estaba junto a Jane y ésta se apoyaba en Walker Hardegen. Bratton aceptó la bandera estadounidense que le entregaba un representante de la Armada. El viento arrancaba flores de los árboles y las arrojaba sobre los reunidos como si fuera confeti.

Un hombre permanecía ligeramente separado del resto, con las manos cogidas a la espalda y la cabeza agachada respetuosamente. Era alto y flaco y su traje cruzado, de lana gris, resultaba demasiado grueso para aquel tiempo cálido de primavera.

Walker Hardegen fue el único de los presentes que lo reconoció.

Pero Hardegen ignoraba su verdadero nombre. El hombre siempre utilizaba un seudónimo tan ridículo que Hardegen tenía dificultades para pronunciarlo sin que se le escapara la risa.

El hombre era el oficial de control de Hardegen, y el seudónimo que empleaba era Broome.

Shepherd Ramsey llevó la carta del hombre de Londres. Dorothy y Bratton pasaron a la biblioteca y la leyeron durante la recepción. Dorothy la leyó primero, temblorosas las manos. Ahora era mayor, tenía más años y más canas. Se había roto la cadera al sufrir en diciembre una caída en los escalones de la casa de Manhattan. La cojera consecuente le había robado su antigua prestancia física. Al concluir la lectura sus ojos estaban húmedos, pero no derramó una lágrima. Dorothy siempre hacía las cosas con moderación. Tendió la carta a Bratton, que lloró al leerla.

Querido Billy:

Escribo esta carta con una inmensa tristeza. Tuve el placer de trabajar con tu padre y comprobé que era uno de los hombres más extraordinarios que jamás he conocido. Colaboró en uno de los proyectos más importantes de la guerra. A causa de las exigencias de la seguridad, sin embargo, es posible que no te digan nunca qué hizo exactamente tu padre.

Yo puedo decirte una cosa: la tarea realizada por tu padre salvará innumerables vidas y hará posible que Europa se desembarace de Hitler y de los nazis de una vez por todas. Realmente, tu padre dio su vida para que muchos otros puedan vivir. Fue un héroe.

Pero nada de lo que hizo tu padre le procuró tanta satisfacción y felicidad como tú, Billy. Cuando tu padre hablaba de ti, su rostro se transfiguraba. Sonreía y le brillaban los ojos, por agotado que estuviera. No he sido lo bastante afortunado como para tener la bendición de un hijo. Al escuchar a tu padre hablar de ti, comprendía la inmensidad de mi desgracia.

Afectuosamente

Alfred Vlcary

Bratton devolvió la carta a Dorothy. Ella la dobló, la introdujo de nuevo en el sobre y la guardó en el cajón superior de la mesa de Bratton. Fue a la ventana y miró afuera.

Todo el mundo comía, bebía y parecía pasárselo en grande. Más allá del gentío, vio a Billy, Jane y Walker sentados en la hierba, cerca del embarcadero. Jane y Walker eran ya más que amigos. Habían empezado a verse en plan sentimental y Jane hablaba ya de matrimonio. ¿No sería perfecto? Billy volvería a tener una auténtica familia.

Aquello tenía una elegancia primorosa, una conclusión cabal que a Dorothy le parecía reconfortante. Hacía calor de nuevo y pronto sería verano. Las casas no tardarían en abrirse otra vez y empezarían las fiestas. La vida sigue, se dijo. Margaret y Peter han desaparecido, pero, desde luego, la vida sigue.

63

Condado de Gloucester (Inglaterra), septiembre de 1944