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– Cundió el pánico en el Mando Supremo aliado. Al menos en la superficie -añadió Boothby, ufano-. Un reducido grupo de oficiales conocía la treta de Timbal y comprendió que era justo el último acto. Eisenhower envió a Washington un cable en el que solicitaba cincuenta naves de escolta para proteger a las Mulberry y rescatar a sus equipos humanos en el caso de que hundieran las unidades de hormigón durante la travesía del Canal. Tuvimos buen cuidado en comprobar que los alemanes se enterasen de ello. A petición de Eisenhower, Tate, nuestro agente Doble Cruz con fuente ficticia en la Jefatura Superior de la Fuerza Expedicionaria Aliada, transmitió un informe a su controlador de la Abwehr. Al cabo de unos días, el embajador japonés visitó las defensas costeras y Rundstedt le informó acerca de la existencia de las Mulberry y le explicó que un agente de la Abwehr había averiguado que se trataba de torres de artillería antiaérea. El embajador cablegrafió esa información a sus señores de Tokio. Lo mismo que todos sus comunicados, el mensaje se interceptó y descodificó. En ese momento, supimos que Timbal había funcionado.

– ¿Quién llevó toda la operación?

– El MI-6. La iniciaron, la concibieron y dejamos que se encargaran de ella.

– ¿Quién estaba dentro del departamento?

– Yo mismo; el director general, Masterman, de la comisión de Doble Cruz.

– ¿Quién era el oficial al mando?

Boothby miró a Vicary.

– Broome, naturalmente..

– ¿Quién es Broome?

– Broome es Broome, Alfred.

– Hay una cosa que no comprendo. ¿Por qué era necesario engañar al oficial del caso?

Boothby sonrió lánguidamente, como si le inquietara un recuerdo un sí en no es desagrable. Un par de faisanes remontaron el vuelo desde el seto vivo y cruzaron el cielo de color gris peltre. Boothby se detuvo y contempló las nubes.

Parece que va a llover -comentó-. Quizá deberíamos emprender el regreso.

Dieron media vuelta y echaron a andar.

– Te engañamos, Alfred, porque queríamos que el otro bando se convenciera de que todo era real. Deseábamos que dieses los mismos pasos que hubieras podido dar en un caso normal. Tampoco te hacía ninguna falta saber que Jordan estaba trabajando para nosotros desde el principio. No era necesario.

– ¡Dios mío! -saltó Vicary-. Así que me han utilizado, lo mismo que a cualquier otro agente. Me utilizaron.

– Puedes expresarlo de ese modo, sí.

– ¿Por qué me eligieron a mí? ¿Por qué no cualquier otro?-Porque tú, lo mismo que Peter Jordan, eras perfecto.

– ¿Le importaría explicarme eso?

– Te elegimos porque eras inteligente, ingenioso y, en circunstancias normales, les habrías dejado satisfechos por el precio que hubieran pagado. Dios mío, estuviste a punto de calar el engaño mientras la operación estaba en pleno desarrollo; te faltó muy poco. También te elegimos porque la tensión entre nosotros dos era legendaria. -Boothby hizo una pausa y bajó la vista sobre Vicary-. Tú no has sido precisamente discreto a la hora de ponerme verde ante el resto del personal. Pero, lo más importante, te elegimos a ti porque eras amigo del primer ministro y la Abwehr lo sabía.

– Y cuando me despidió, comunicó la noticia a los alemanes vía Gavilán y Pelícano. Esperaba que el sacrificio de un amigo personal de Winston Churchill estimularía la confianza de los alemanes, induciéndoles a creer en la autenticidad del material de Timbal.

– Exactamente, eso era parte del guión.

– ¿Y Churchill estaba enterado?

– Sí, lo sabía. Lo aprobó personalmente. Tu viejo amigo te traicionó. Le gusta la magia negra, a nuestro Winston. Si no hubiese sido primer ministro, creo que habría sido oficial de engaño. Me parece que más bien disfrutó con todo esto. He oído que la pequeña arenga que te dirigí en las Salas de Guerra del Subsuelo es un clásico.

– Hijos de puta -murmuró Vicary- Cabrones manipuladores. Claro que, de cualquier modo, debo considerarme afortunado. Podría estar muerto como los otros. ¡Dios mío! ¿Se da cuenta de cuántas personas han muerto por su jueguecito? Pope, su chica, Rose Morely, los dos hombres de la Sección Especial en Earl’s Court, los cuatro policías en Louth, otro en Cleethorpes, Sean Dogherty, Martin Colville.

– Te olvidas de Peter Jordan.

– ¡Por el amor de Dios, mató usted a su propio agente!

– No, Alfred, lo mataste tú. Fuiste tú quien le envió en aquella barca. Debo reconocer que el asunto más bien me complace. El hombre cuya negligencia personal casi nos cuesta perder la guerra muere al salvar la vida de una joven y expía sus pecados. Así es como lo hubiera filmado Hollywood. Y así es como los alemanes creen que sucedió en realidad. Y, además, el número de vidas que se han perdido no es nada en comparación con la carnicería que hubiera tenido efecto si Rommel nos hubiese estado esperando en Normandía.

– ¿Es cuestión de Debe y Haber? ¿Así es como usted lo mira? ¿Como una gigantesca hoja de contabilidad? ¡Me alegro de estar fuera! ¡No deseo ninguna participación en eso! No, si ello significa hacer cosas de esa clase. Dios, hace mucho tiempo que deberíamos de haber quemado en la pira a las personas como usted.

Coronaron una última colina. La casa de Vicary apareció frente a ellos, a lo lejos. Las florecientes enredaderas se derramaban por encima de la protectora tapia de piedra caliza. Deseaba estar de regreso en la casa, cerrar la puerta de golpe, sentarse junto al fuego y no volver a pensar en nada de aquello. Sabía que eso era imposible ahora. Quería desembarazarse cuanto antes de Boothby. Apretó el paso, pisando fuerte monte abajo, y en un tris estuvo de perder el equilibrio. Con su alto cuerpo y sus piernas atléticas, Boothby tuvo que esforzarse para no quedar rezagado.

– La verdad es que no es eso lo que sientes, ¿eh, Alfred? Te gustaba. Te seducía. Te encantaba la manipulación y el engaño. Tu colegio universitario quiere que vuelvas y tú no estás seguro de desear volver porque comprendes que todo en lo que siempre has creído es mentira y mi mundo, este mundo, es el mundo real.

– Usted no es el mundo real. No estoy seguro de lo que es usted, pero no es real.

– Ahora puedes decir eso, pero me consta que lo echarás de menos desesperadamente. La clase de trabajo que hacemos es más bien como una amante. A veces no te gusta demasiado. A veces tampoco te gusta la cosa cuando estás con ella. Los momentos en los que disfrutas son fugaces. Pero cada vez que intentas dejarla, siempre algo tira de ti y te obliga a volver.

– Me temo que, aplicada a mí, esa es una metáfora perdida, sir Basil.

– Ahí vuelves a estar tú, pretendiendo ser superior, mejor que el resto de nosotros. Hubiera pensado que a estas alturas ya habrías aprendido la lección. Necesitas a las personas como nosotros. El país nos necesita.

Franquearon el portillo de la cerca y avanzaron por el acceso a la casa. La gravilla crujió bajo sus pies. Lo cual recordó a Vicary la tarde en que le convocaron a Chartwell y le dieron el trabajo en el MI-5. Recordó la mañana en las Salas de Guerra del Subsuelo, las palabras de Churchilclass="underline" «Debe desprenderse de los restos de moral y de ética que aún le queden, prescindir de cuantos sentimientos de bondad humana posea todavía y hacer lo que sea necesario para alcanzar la victoria».

Al menos, alguien había sido sincero con él, incluso aunque fuese mentira en aquel momento.

Se detuvieron al llegar al Humber de Boothby.

– Lo comprenderá si no le invito a un refresco -dijo Vicary-. Me gustaría entrar y lavarme la sangre que mancha mis manos.

– Eso es lo bonito, Alfred. -Boothby alzó sus enormes zarpas para que Vicary las observara-. También yo tengo las manos manchadas de sangre. Pero no puedo verla, como tampoco puede verla nadie. Es una mancha secreta.