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– Estás hablando con alguien -dijo Mari, pasando una mano por su sien. Había acusación en su voz y reprimenda en sus ojos.

– Con mi hermano. ¿No dijiste que hablabas constantemente con tu hermana cuando estabais juntas?

Mari frunció el ceño, pensando en eso. Había sido hace tanto tiempo. La telepatía era fuerte entre ellas. Por supuesto que habían hablado, apenas sin pensarlo, compartiendo cada pensamiento. ¿Estaba celosa de su hermano y de esa fuerte unión? ¿O era suspicaz porque era el enemigo? Debería saberlo, pero si era honesta consigo misma, no tenía ni idea de cuál era la respuesta.

Sospechaba que era envidia.

Frustrada y avergonzada por su falta de disciplina, trató de mover la pierna. Una agonía desgarradora se deslizaba por su vientre. Ahogó un gemido apretando un puño contra la boca y mordiendo fuertemente su mano, le dio la espalda a Ken, incapaz de parar las lágrimas que ardían en sus ojos.

Su mano estaba allí, balanceándose sobre ella.

– Coge aire. Debes necesitar tus medicinas otra vez. Te han disparado. Tuvimos que operarte después que a Nico, y al estar alterados genéticamente, debéis cicatrizar rápidamente, pero vais a tener que tomaros un tiempo.

Jack, necesitamos medicinas aquí, ahora. Está tan pálida que parece que va a desfallecer.

Ya voy. Sujétate los pantalones.

– No tengo tiempo. ¿No me oyes?

Ella no podía recordar lo que le había contado sobre las otras mujeres. Si no regresaba, entonces Whitney les podría hacer daño. No tendría más oportunidades; tenía que regresar. El dolor aumentaba, expandiéndose a través de su sistema, haciéndola incapaz de enfocar la mirada correctamente. Había algo acerca del sistema genéticamente realzado que les permitía eliminar el efecto de la droga mucho más rápido, pero en esta ocasión no era un beneficio.

– Por ahora Whitney sabe que te dispararon. Tratará de atravesar la cadena de mando para localizarte. Cualquiera que pertenezca a nuestros equipos le va a encerrar y fustigar con preguntas y más preguntas. Whitney no tocará a las otras mujeres porque no las puede reemplazar. Los hombres son prescindibles, las mujeres no.

– Whitney mató a mi amiga Cami cuando trató de escapar.

Él guardó silencio un momento.

– ¿Hay algún testigo que lo presenciara?

Negó con la cabeza.

– Sólo la sangre que quedó después.

– Tú no viste su cuerpo y Whitney es un maestro de la ilusión. Mi sospecha es que fue llevada a otra de las instalaciones.

– Pero tú no lo sabes.

– No, pero nosotros hemos tenido un montón de tiempo para estudiar a Whitney.

– ¿De verdad? -Su voz sonó con sorna-. Pasé mi vida en sus instalaciones, con sus experimentos. Es un megalómano. Cree que las reglas no valen para él y que es más listo que cualquiera. Cree que todos los demás son ovejas y que las puede manipular sin dificultad. Y puede… lo hace continuamente.

– Es sólo un hombre, Mari -dijo amablemente.

– Si los hombres como el senador y Jacob Abrams no le pueden mantener bajo control, ¿cómo podemos nosotros? Si ordenó un golpe contra uno de ellos, entonces cuenta con los medios para poder terminarlo.

– Tal vez -dijo Ken.

¿Qué diablos te entretiene tanto, Jack? Ella esta temblando y comienza a sudar.

Jack apareció en la habitación.

– Lo siento. Llamó Kadan.

– Podía esperar. -La voz de Ken fue brusca. Clavó la aguja en el intravenoso-. Te sentirás mejor en unos pocos minutos -reconfortó a Mari, con su pulgar deslizándose sobre su piel como si fuera de forma casual-. En caso contrario, llamaremos al doctor.

Había preocupación en su voz, pero su cara era tan inexpresiva como siempre.

No la ayudaba a comprenderle mirar la cara de su hermano. Jack tenía un par de cicatrices que le recorrían un lado de la cara, como si Ekabela hubiera colocado sus manos y las hubiera arrastrado por ella. Sólo servían para añadir más belleza a su cara. Le daban un aspecto rudo que era intrigante. La cara de Ken era una cuadrícula de cicatrices, dándole la apariencia de alguien muy atemorizante. Un niño correría al verle.

Ella sintió su mirada y giró la cabeza para clavarle la mirada con un brillo intenso. Mostró una pequeña sonrisa.

– Vosotros dos tenéis la misma mirada. Hace el mismo gesto con la mandíbula que tú.

Él sumergió un trapo en agua fresca y limpió las gotas de sudor de su frente.

– ¿Cuánto tiempo crees que tenemos antes de que encuentren este lugar?

– ¿Con las conexiones de Whitney? Si usara un helicóptero o cualquier empleado militar o personal de los soldados robots, tendrá la información en pocas horas.

– Eso pensaba. Te trasladamos una vez después de la operación, pero tuvimos que usar un helicóptero. Vamos a tener que trasladarte nuevamente.

– Déjales que me atrapen.

– No. -Su voz fue suave con un siseo bajo y enviando escalofríos a través de su cuerpo-. Ya hemos llamado al helicóptero. Cuando te despiertes, estaremos en otro refugio.

– Y será cuestión de horas que tenga esa información. De todas formas nos alcanzará y alguien resultará muerto.

– Tendremos que esperar para poder quitarte el intravenoso. El doctor dice que otras veinticuatro horas. Podemos esperar.

A ella le impactó lo que dijo: Cuando te despiertes.

– Me has drogado.

– No soy estúpido. En el momento que pensaras en tus seres queridos, usarías la telepatía para llamarlos. Por supuesto que te drogué. ¿Piensas que no vi tu cuerpo cuando cortaron totalmente tu ropa? Alguien se ensañó como un diablo golpeándote con un bastón.

Su voz era tan baja que apenas podía fijarse en los destellos de furia reprimida. Él se subió despacio la camisa para mostrar el cruce de cicatrices, grandes y profundas, como formando un mosaico con trozos de varios colores en su cuerpo.

– Sé lo que se siente al haber sido cortado y despellejado como un animal, que te traten como si no tuvieras derechos ni sentimientos, al final no eres nada.

– Detenlo.

Ken se dio media vuelta, así que pudo ver el desastre de su espalda, las numerosas suturas en la piel y las terribles cicatrices que permanecían en el que una vez fue un hombre bello.

Se dio la vuelta aproximándose, su cara cerca de la de ella, sus ojos plateados feroces, estables y completamente implacables.

– He visto lo que te hicieron y no vas a volver allí.

– Detenlo -susurró-. No digas nada más.

La había reducido a una criatura indefensa, gateando a través del suelo, dando a entender que nunca mendigaría misericordia. Nunca la pidió. Se vio a sí misma a través de esos ojos plateados, no al soldado que le ordenó respeto, pero ese animal, medio loco por el dolor y la desesperación, roto y sangrante, sin esperanza.

De toda la gente en el mundo, tenía que ser Ken el que viera el desastre que Brett había hecho de su cuerpo. “Puedo esperar toda la noche, Mari; me darás lo que quiero de todas maneras. Puedo hacer bastante más daño, pero eso no me importa”. Avergonzada, empujó la manta más cerca a su alrededor, mientras las palabras de Brett hicieron eco en su mente. Por supuesto que no había tocado su cara. Whitney le habría matado, pero tarde o temprano, las amenazas de Whitney no serían suficientes para disuadir a Brett. En cierto modo sintió lástima por él. Whitney lo había programado, le había convertido en un animal que ya no distinguía lo malo de lo bueno, solamente lo que quería, y él quería a Mari. Integraría el equipo que iría por ella, y mataría a cualquiera que se interpusiera en su camino.

Estiró la mano para tocarse la cadera. Había un vendaje allí. Habían encontrado y quitado el dispositivo rastreador que Whitney le había implantado. Debería haber sabido que lo encontrarían. Sabía que su equipo podría encontrarla rápidamente, usando ese sistema rastreador, pero ahora tendrían que confiar en Whitney o en Abrams y sus contactos militares y eso llevaría bastante tiempo. Allí había pocas huellas que condujeran hacia los Caminantes Fantasmas y nadie llevaba identificación. Si murieran durante una misión, serían enterrados silenciosamente, sin que nadie se enterara, porque nadie sabía de su existencia.