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– No puedo responder a eso.

Ningún parpadeo de impaciencia cruzó su cara. Él no parpadeó, mirándola atentamente con ojos fríos y helados. No tenía miedo de él del modo en que sabía que debería.

– Déjame ayudarte a sentarte. Te hemos dado fluidos, pero no debes intentar beber sola. Perdiste mucha sangre.

Antes de que pudiera protestar, deslizó un brazo bajo su espalda y la ayudó a sentarse, arreglando las almohadas detrás de ella.

Ella respiró su olor y sintió al instante una corriente eléctrica entre ellos. Juró que pequeñas chispas bailaban sobre su piel. Su gentileza la desarmó. Era un autentico asesino. Ella había sido soldado toda su vida y reconocía a un letal depredador cuando lo veía, pero cuando la tocaba, no había signos de agresión o la necesidad de tratar brutalmente o dominar. Simplemente la ayudaba cuando podría haber retrocedido y mirar su lucha.

– ¿Ken? -La voz vino de la otra habitación y su captor dio media vuelta para encarar la puerta-. Briony dice que traigas a su hermana y le envía su cariño.

Ella miró al hombre parado al lado de la cama y su corazón casi se paró. La cara del hombre parado en la puerta era todo lo que debería haber sido la de Ken. Fuerte. Guapa. Clásicamente hermosa. Era la cara que había imaginado en un ángel vengador, la estructura ósea, las líneas y la perfección masculina. El extraño tenía los mismos ojos, la misma boca. Había evitado mirar demasiado a la boca de Ken porque podría haberse quedado fija en ella. La cicatriz que estropeaba la plenitud suave de sus labios desde el labio superior al inferior y abajo por el mentón en una línea recta, tenía la misma precisa simetría que las otras cicatrices que tenía.

El hombre en la puerta se paró.

– No me di cuenta de que estaba despierta.

Ken se giró hacia ella, su brazo sosteniendo todavía su cuerpo, mientras cogía un vaso de agua.

– ¿Puedes arreglártelas con una mano?

Podía disparar un arma o lanzar un cuchillo con una mano. Ciertamente podía beber agua, pero teniendo a Ken cerca de ella era intoxicante. Nunca había sido intoxicada antes tampoco. Le permitió sostener el vaso contra sus labios. Sus manos eran rocas estables. Ella temblaba. Lo que fuera que estaba afectándola, ciertamente no le hacía lo mismo a él.

Mari vaciló, mirando fijamente al líquido claro con un repentino pensamiento de que ella era una prisionera y ellos querían información. Como si le leyera la mente, Ken llevó el vaso a sus labios y tomo un largo sorbo. Ella miró el vaso contra su boca, la manera en que su garganta trabajaba mientras tragaba, y no pudo evitar notar esas mismas horribles cicatrices en su cuello y, todavía más abajo, bajo la camisa. ¿Adónde más llegarían?

Le dejó ponerle el vaso en los labios, sorprendida cómo de buena podía saber el agua. No se había dado cuenta de que estaba tan sedienta. Mientras bebía, tuvo que forzar a su mente a apartarse de Ken. Lo saboreó en el vaso, le sintió a través del fino material de la camiseta, o quizás era su camiseta. Quizás eso era por lo que lo sentía impreso profundamente en sus huesos.

Sostuvo el vaso contra su frente, luchando por respirar. Con cada aliento que llevaba a los pulmones un dolor agudo le apuñalaba el pecho.

– Tienes suerte de estar viva -dijo Ken, tomando el vaso y poniéndolo en la mesilla junto a la cama-. Si no hubieras estado llevando dos chalecos, estarías muerta en este momento.

Cami había insistido en que llevara dos chalecos. Tendría que recordar agradecérselo a su amiga. Tocó el lugar dolorido.

– ¿Fuiste tú?

– Apuntaba a tu ojo. Te moviste mientras apretaba el gatillo.

– Me figuré que dispararías tan pronto como supieras donde estaba. Seguí rodando, pero me heriste con ambos disparos.

– No te maté. -Señaló, su voz templada-. Y eso es una cosa rara.

Ella parpadeó, viendo la belleza de su cara cuando él quería que viera su máscara. Sabía que se ocultaba detrás de la máscara de completa indiferencia. Se ocultaba a si mismo donde nadie podía llegar a él y porque le importaba, no tenía ni idea. Tenía obligaciones y tenía que escapar tan rápidamente como fuera posible. Solo sabía que no quería sumarse a las cicatrices de este hombre.

– Afortunada de mí. No te maté y eso debería ser más raro.

Levantó una ceja, la única sin una cicatriz blanca cortando los pelos negros.

– Realmente, fue Jack quien casi te hirió. ¿Necesitas un analgésico?

Mari negó con la cabeza.

– Me has dado algo. Estoy flotando. ¿Cuán malo es lo de la pierna?

– Digamos apenas que vas a tener que aplazar tus planes de escape durante un ratito.

¿Le estaba leyendo la mente? Era posible. Ella era una fuerte telépata; quizás él también. Quizás tocándola le permitía entrar en su mente. El pánico se arremolinó en su vientre, su estómago revolviéndose. El Dr. Whitney había experimentado en los soldados con la idea de crear un único equipo de operaciones secreto capaz de entrar y salir con sigilo de las situaciones, y manejar cualquier problema que surgiera, incluido el interrogatorio. Con la habilidad psíquica correcta, quizás solo sería necesario tocar a otro para extraer la información requerida.

– No lo hago.

– ¿El qué?

– No estoy leyendo tu mente.

Ella parpadeó.

– Si no lo haces, ¿cómo sabías lo que estaba pensando?

– No tienes una cara de póquer y conozco a tu hermana muy bien. -Su mirada se clavó en la suya manteniéndola-. Ella tiene un montón de las mismas expresiones.

El puñetazo le robó el aliento, le robó cada brizna de aire en sus pulmones. ¿Cómo sabía que tenía una hermana? ¿Quién era él? Se sintió enferma, la bilis subiendo tan rápido que presionó el dorso de la mano contra su boca. ¿Había hablado cuando estaba inconsciente? No sería usada para capturar a su hermana. Nunca.

– ¿Mi hermana?

Incluso mientras resonaban sus palabras, recordó a Jack llamando a su hermano. Briony dice que lleves a su hermana a casa. Briony no era un nombre común. ¿Cómo lo sabían? Ni siquiera le había contado a Cami sobre Briony. Guardaba los recuerdos de Briony celosamente, temerosa de que Whitney se los quitara.

Permaneció muy quieta, haciéndose más pequeña en la cama. Quizá estaba a su merced justo en ese momento, pero la subestimarían, especialmente por la manera en que estaba actuando alrededor de Ken. Habría un momento, cuando se volverían complacientes, cuando olvidarían que era un soldado entrenado; en el que podría escapar.

Se extendió telepáticamente llamando a los otros miembros de su unidad, esperando que alguien estuviera en la frecuencia. A veces, cuando estaban todos conectados podían extenderse lejos, millas incluso, pero la mayor parte del tiempo tenían que estar bastante cerca.

Ken presionó varios dedos en las sienes, frotándolos como si dolieran.

– Para. Cuando te extiendes hacia tus amigos, suena como abejas zumbando en mi cabeza. No solo es molesto sino que puede ser doloroso.

Se sonrojó, incapaz de evitar que el color alcanzara sus mejillas.

– Lo siento. No quería herirte. -Miró a Jack. Estaba mirando a su hermano, su expresión cautelosa, por qué, no podía decirlo-. Estaba verificando.

– Apuesto a que lo hacías -dijo Jack-. Ken, ¿por qué no te tomas un momento, yo tendré una pequeña charla con nuestro huésped?

La tensión en la habitación se disparó perceptiblemente. Ken se giró lentamente, las manos a sus costados. No había nada abiertamente amenazador en sus maneras, pero el corazón de Marigold empezó a latir con alarma. Se estiró sin pensar, sus dedos deslizándose por el brazo de Ken. Sintió sus músculos ondulando bajo el fino material de su camisa y entonces las puntas de sus dedos se deslizaron sobre la piel tibia y se quedaron allí. Podía sentir las cicatrices contra su suave palma. Otra vez la conciencia realzada de él como hombre y ella como mujer se disparó a través de ella.