Sin preámbulos le quitó la camisa sobre su cabeza y la tiró a un lado, dejando su parte superior desnuda ante él. Su boca descendió sobre la suya, los dientes forzándola a abrirse para él, la lengua deslizándose en un calor dominante y ahora familiar. No le daba la oportunidad de pensar, sino que la besaba hambrientamente, demandándole una respuesta y recibiéndola.
Mari no pudo evitar el gemido de placer mientras sus manos acunaban sus pechos, los pulgares excitando los pezones hasta convertirlos en duros picos de deseo. Era sorprendente cuan rápidamente su cuerpo respondía ante él. La inclinó hacia atrás, su boca glotona mientras la besaba una y otra vez.
El sabor de él llenaba sus sentidos y la dejaba ardiendo. Su boca excitaba la de ella, los dientes tironeaban de su labio superior, la lengua lamía el dolor. Cada beso ardiente se añadía al calor que crecía en su centro, hasta que empezó a sentirse incómoda con la intensidad de su excitación. La necesidad se construía demasiado rápido, sus músculos se contraían dolorosamente, su matriz se estrechaba con necesidad. Cada vez que le succionaba la lengua o la de él danzaba alrededor de la suya, sentía la ráfaga de calor esparciéndose, creciendo, construyéndose hasta que se sintió casi salvaje por la necesidad.
Las manos apretaron posesivamente sus pechos, su fuerza refrenada aparentemente mientras masajeaba la carne cremosa y dolorida. La empujó hasta que estuvo contra la pared, atrapada entre su cuerpo y la dura superficie, un muslo deslizándose entre sus piernas para abrirlas para él. El material de sus vaqueros estaba demasiado apretado y era demasiado pesado en su cuerpo. Lo quería fuera.
Inmediatamente las manos de él se dejaron caer en la cremallera y la rompió abriéndola. Apartó el ofensivo material de su cuerpo, permitiéndole patearlo a un lado, llevándose sus bragas también, dejándola desnuda mientras él todavía estaba vestido. Ella se dio cuenta que habían conectado de alguna manera mente con mente. Estaba sintiendo su deseo creciente tan fuertemente como él sentía el suyo. Cada uno elevaba la excitación del otro.
Era una cosa íntima, era sorprendente ser capaz de sentir el desesperado deseo por ella. Su cuerpo se sonrojó por las cosas en que él estaba pensando, las eróticas imágenes en su mente. La empujó contra la pared otra vez, su muslo deslizándose entre sus piernas, el áspero material extendiendo sus muslos. Ella se frotó contra él, la fricción enviando corrientes eléctricas por su matriz hasta los senos. El calor era vicioso, sacudiéndola con su intensidad.
– Quítate las ropas, Ken. -Los pulgares enviaban relámpagos a través de sus pezones. Iba a tratar que esta vez juntos fuera tan perfecta como pudiera hacerla. Empujó a un lado las dudas y la pena y deslizó las manos bajo su camisa
– Todavía no. Quiero verte de este modo, desnuda deseándome. -Su voz era áspera por el crudo deseo. Necesitaba verla de este modo, tan hermosa anhelándole, su cuerpo suave y maleable, sonrojado por el calor, los pezones erectos, la boca hinchada y los ojos vidriosos.
La sostuvo indefensa contra la pared, su boca deslizándose por su garganta, sus manos explorando su cuerpo. Sujetada allí, su cuerpo completamente suyo, lo hizo sentirse invencible. Embriagado con el deseo y el amor por ella, estaba humillado y excitado de que ella confiara en él lo bastante después de que todo por lo que había atravesado la dejara tan vulnerable ante él.
Ken la agarró por las muñecas y le estiró los brazos sobre la cabeza, sujetándolos juntos mientras inclinaba la cabeza hacia los senos. El aliento se atascó en la garganta de ella. No podía parar de montar su rodilla, casi llorando cuando él levantó el muslo, presionándolo contra su dolorido cuerpo. Miró fijamente a sus senos, el suave oscilar mientras respiraba dentro y fuera, su mirada caliente. A través de sus ligados sentidos sintió el rápido espasmo caliente del deseo que apretaba su matriz cuando se lamió los labios. Se arqueó hacia él, pero la mantuvo sujeta en su lugar, forzándola a esperar por él. El dolor creció más caliente, más concentrado.
Sacó la lengua otra vez y la curvó sobre un sumamente sensibilizado pezón. Profundamente dentro de ella, la temperatura se disparó, transformando su cuerpo en lava fundida. Un grito rasgó su garganta y empujó su cuerpo más duramente contra el de él, luchando por aliviar la terrible presión. Su muslo bajó incluso mientras la lengua la lamía como si fuera un cucurucho de helado, saboreando cada lamida. Mari pensó que explotaría por el calor.
La mano libre se deslizó por su estómago, aliviando los tensos músculos con un acariciador masaje. Ella era agudamente consciente de los dedos deslizándose tan cerca de su dolorido montículo. La boca cerca de su duro pezón, tan caliente y húmeda, la lengua moviéndose rápidamente sobre el apretado brote, para que su atención se centrara instantáneamente allí, el relámpago pasando como un rayo desde el estómago hasta el canal femenino. Los músculos se apretaron duramente, el espasmo azotando interminablemente a través de ella mientras se amamantaba, sin aliviar la presión. Esta continuaba construyéndose, más alta y más caliente, hasta que se retorció contra él.
– No puedo soportarlo más. No puedo, Ken. Es demasiado.
– Sí, puedes.
Los dedos le acariciaron la barriga otra vez, una suave caricia, casi tierna, y entonces sus dientes tiraron de pezón y los dedos se hundieron profundamente en su centro fundido. Ella chilló mientras el fuego destellaba a través suyo, su cabeza echada hacia atrás, presionando sus senos más profundamente en el infierno de su boca.
– Voy a mirar como te deshaces en mis brazos.
Los dedos malvados y pecadores acariciaron profundamente, su boca se movió sobre el otro seno y ella casi explotó otra vez. Casi. Pero no lo hizo. La liberación que necesitaba, anhelaba, nunca venía bastante. Sólo más presión, más sensaciones, hasta que cada terminación nerviosa estaba chillando por la liberación.
De repente la levantó, tomándola por sorpresa. Su cuerpo estaba tan maleable, tan inestable que no podía haber hecho nada excepto asirse de todos modos. La extendió en la cama, los brazos sobre la cabeza, las piernas abiertas. Se quitó la camisa, dejándola caer al suelo, todo mientras bebía de la riqueza de su cuerpo.
– Eres tan malditamente hermosa.
– Duele. -La mano se deslizó por un lado del seno, su vientre, acariciando su montículo. Él la agarró, le lamió los dedos, nunca apartando la mirada de ella, y le recolocó el brazo, pero su mirada era más caliente, ardiendo con tanta lujuria que agregaba combustible a su cuerpo ya ardiente.
– No te muevas. -Su voz era más áspera que nunca.
Ella esperaba allí, su cuerpo pulsando con la excitación, las órdenes ásperas y demandas que le hacía sólo se añadían al infierno en construcción en su cuerpo. Apenas podía respirar mientras lo miraba soltarse los vaqueros con deliberada pereza, elevando su urgencia aún más. Era impresionante, el cuerpo duro y caliente, la mano apretando su grueso miembro, su puño apretado mientras se aproximaba a ella. Se arrodilló en la cama entre sus piernas.
Mari levantó las caderas en una súplica silenciosa.
– Eres tan mala, mujer. Ten un poco de paciencia. -Aplastó la palma bajo sus nalgas, enviando una llamarada de calor a través de su matriz.
Bajó la cabeza a su estómago. Los músculos ondularon y se tensaron. Le besó el ombligo, rodeándolo con la lengua.
– Adoro tu olor cuando estás excitada. Podría vivir en ti, realmente podría.
– No. -Los dedos se enredaron en su pelo en un intento de pararlo. Había pensado que la tomaría, aliviaría su terrible anhelo, pero él hundía la cabeza, inhalando su olor, su aliento tibio soplando sobre su centro.
Él se movía con deliberada lentitud, para que el cuarto se expandiera con el calor que se estaba construyendo, para que su piel fuera tan sensible que apenas una leve brisa desde la ventana a través de sus pezones enviara llamas por todo su cuerpo, quemándola de dentro a fuera.