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– Puedo mostrarte donde está todo -dijo Briony, deslizando la mano en la de Mari.

Ken meneó la cabeza y siguió a Jack fuera de la casa, comprobando el rifle y las pistolas automáticamente mientras escondían las armas a lo largo del jardín.

– Mantén tu mente en lo que ocurre aquí -dijo Jack-. De otro modo eres hombre muerto. Ella no se va a ninguna parte.

– ¿Cómo lo sabes?

– Veo el modo en que te mira. Cualquier loco puede verlo.

– No es como Briony, Jack. No importa cómo lo cortes, en la habitación o fuera, voy a ser rudo con ella. Más temprano o más tarde va a huir de aquí. Y no sé qué haré entonces. -Y no lo sabía. No podía pensar en ella dejándole porque sabía que ella estaba contemplando la idea. La mente se le quedó en blanco.

– Ken. -Jack puso las manos sobre los hombros de su hermano-. Sean es un asesino entrenado. Esto no va a ser fácil. Tienes que mantener tu mente en lo que estás haciendo. ¿Por qué no me dejas intercambiar posiciones contigo? Él no sabrá la diferencia.

Ken meneó la cabeza.

– Estaré bien. Esta es mi guerra, Jack. Cuida de ti allá arriba. Si te ve escalando y piensa que tú eres yo, podría perfectamente ir detrás de ti o intentar eliminarte con un buen y bien situado disparo.

Jack se encogió de hombros.

– Entonces será mejor que estés en posición cubriéndome.

Ken asintió y entró en la tienda, saliendo unos pocos minutos más tarde con una peluca rubia en la cabeza. Se encorvó tratando de hacerse más pequeño, permaneciendo en el grueso follaje de modo que cualquiera que mirara pudiera captar un destello de él. Sean necesitaba ver a Jack, creer que era Ken escalando la cara de la montaña. La ilusión iría más lejos si Mari estuviera caminando entre los árboles por si misma. Ken asumió su posición, sentado en un pedrusco cerca del arroyo, las hojas de helecho a modo de encaje cubriendo la mayor parte de su cuerpo mientras esperaba a que Sean le viera. En todo momento su mirada buscaba la cresta de la colina para asegurarse que el enemigo no estaba mintiendo en esperar para conseguir un blanco de Jack.

Pasaron los minutos. Quince. Pudo ver a Jack moviéndose arriba de la escarpada cara de la roca a su lugar favorito de observación. Para un forastero parecía estar ocupado en un pequeño peñón de escalada recreado. Ken sabía que una vez que Jack estuviera en la cima, se deslizaría en la sombra del acantilado, justo dentro de una magnifica pequeña depresión donde nadie podría divisarle, y él tendría una vista de pájaro de la región de alrededor.

Veinte minutos. Ken curvado, cogió unos pocos pequeños guijarros, y ociosamente los arrojó en el arroyo. La parte trasera de su cuello le picó. Sintió un picor entre los omoplatos. Hubo un susurro de hojas rozándose contra ropa. Sería todo instinto ahora y Ken tenía instintos de supervivencia perfeccionados desde su niñez, cuando su padre entraba en la casa borracho, intentando infligir tanto dolor y daño como pudiera en sus hijos. Sabía que estaba en peligro. Estaba siendo acechado.

Ken se agachó de nuevo como si cogiera más guijarros. Permaneció bajo, barriendo el área con una mirada casual. Hizo un gran espectáculo seleccionando buenas piedras para lanzar. Una ramilla se rompió a la derecha en el estrecho sendero de ciervo que zigzagueaba por las colinas. El sendero tenía un punto favorito para tumbarse en la sombra cerca del arroyo. Ken miró hacia el área donde las hierbas estaban constantemente pisoteadas y vio parte de una pierna de pantalón. Palmeó el cuchillo en su bota mientras se enderezaba el pelo, cuidando de permanecer en medio de los crecidos helechos.

– Hola Mari. -Saludó Sean-. Si te estás muy, muy quieta, puede que deje a todo el mundo vivir salvo a tu amante. Si me das problemas, la primera persona que mataré será a la puta de tu hermana.

Ken se giró lentamente, ocultando el cuchillo junto la muñeca.

– Vigila tu boca cuando hablas de mi cuñada.

– ¡Tú! -Sean frunció el ceño, la ira cruzó rápidamente su cara; entonces su boca se estrechó en una gruñona sonrisa-. Justo al bastardo que quería conocer.

– No eres muy inteligente, ¿verdad? -preguntó Ken, tomando un paso a la derecha para ver si Sean le seguía-. ¿Pensaste que no la protegería?

Sean rodeó a Ken. Ojos incansables buscando el área alrededor de ellos, midiendo la distancia que les separaba.

– Te vi en la montaña, escalando -dijo conversando-. ¿Cómo narices puedes estar aquí arriba?

– Mi hermano, Jack -replicó Ken sin emoción. Toda la rabia había desaparecido, y sintió el inevitable hielo fluyendo por las venas, ralentizando el tiempo muerto, excavando, así que todo lo que vio fue un hombre con dianas pintadas en su cuerpo.

– No puedes tenerla. Sabes que la has alejado de mí.

– Nunca fue tuya. Es su propia persona, Sean. No puedes tratarla como una posesión. Tiene su propia mente y su propia voluntad. -Incluso mientras Ken decía las palabras en alto, el corazón se le hundía. Era tan malo como Sean, intentando retenerla con él cuando sabía que necesitaba volar libre. No podía cambiar su naturaleza nada más de lo que Sean podía deshacer lo que fuera que había permitido a Whitney hacerle.

Sean palmeó su cuchillo.

– Va a ser un placer matarte.

– ¿Realmente crees que va a ser así de fácil? Estas acabado, capullo, y ni siquiera lo haces graciosamente. Debiste amarla una vez, amarla lo suficiente para decidir que podías tomarla… poseerla.

– ¿Cómo tú? Vi lo que le hiciste.

Ken retrocedió lejos del arroyo, atrayendo a Sean hacia terreno abierto, donde Jack podría tener una visión clara de él.

– La amabas tanto que dejaste que aquellos bastardos la desnudaran y la fotografiaran. Dejaste que los médicos metieran los dedos dentro de ella, que la tocaran cuando sabías cuánto lo odiaba. No te la mereces.

Sean lanzó el cuchillo de una mano a la otra, todo mientras rodeaba, forzando a Ken a continuar dando terreno. La sonrisa nunca flaqueó, una pequeña y demoníaca sonrisa, la mirada dura mientras forzaba a Ken a retroceder unos pocos pasos más. Ken estaba seguro que estaba cerca del precario borde del precipicio. Cambió de posición con las puntas de los pies… esperando.

Sean fingió un ataque. Ken no respondió. La sonrisa de suficiencia se apagó un poco.

– Siempre fue importante para mí. Whitney me la prometió.

– ¿En compensación por la traición? ¿Informaste de las conversaciones de las mujeres? ¿Sus planes para escapar? Fuiste el único que le contó que Mari iba a intentar hablar con el senador sobre la repugnante fábrica de niños de Whitney. Estaba muy cabreado sobre eso, ¿verdad? Te dio la dosis más fuerte de Zenith, y tú la inyectaste en ella como el pequeño buen sapo que eres.

Sean siseó mientras soltaba el aliento, fingiendo otro ataque con una rapidez increíble y atacando con una buena pose y movimiento de la cintura y del tronco con unos fluidos puñetazos en giro, Ken se las arregló para sacar de un tirón la cabeza de la trayectoria y meter la barriga lo suficiente para evitar el corte del cuchillo.

– No tenía ni idea de que podía matarla. Dijo que si se hería eso la sanaría. Jamás dejaría que la dañara.

– No, sólo dejaste que un pervertido médico la tocara y tomara fotos para cubrir todas las paredes, así podría masturbarse toda la noche. -Ken se deslizó, una borrosa figura, la muñeca moviéndose rápidamente varias veces, mientras se movió más allá de Sean. Estaba ahora a unos pocos pies del borde del precipicio-. Sólo la moliste a golpes y la violaste. Enfermo, retorcido cabrón.

Sean miró la sangre corriéndole por el brazo, vientre, y pecho. Delgadas líneas se extendían a través de la piel. Juró y embistió de nuevo, esta vez, cuchillo arriba, yendo a por las partes más blandas del cuerpo. En el último segundo Ken giró, permitiendo que el movimiento hacia delante de Sean lo colocara a su lado, la muñeca moviéndose de nuevo. Esta vez la mejilla derecha, el cuello, la cadera, y el muslo ostentaban a lo largo cortes de mal aspecto.