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– Claro., Está todo organizado, Tom. Los modelos llegarán a primera hora de la mañana. La sesión será en la playa. El alcalde nos ha dado permiso para acordonar una parte.

– Perfecto. Ahí estaré.

Jesse colgó el teléfono. Se sentó y decidió apartar de su pensamiento todo lo referente a Bella Cruz. Tenía mucho trabajo, el único modo de evitar que los pensamientos se le desbocaran.

– Por el amor de Dios. Bella -le dijo Kevin Walter aquella noche, durante la cena-. ¿Quieres que te deje sin local?

Kevin era el mejor amigo de Bella. Se conocían desde hacía cinco años, desde que ella se mudó a Morgan Beach y comenzó a vivir de alquiler en una vivienda que Kevin tenía. Podía hablar con él como lo haría con cualquier mujer y Kevin normalmente estaba dispuesto a darle el punto de vista masculino que ella tanto necesitaría. Sin embargo, aquella noche, Bella prefería que él viera las cosas desde su perspectiva.

– No -respondió. Aún le quedaban dos meses para que finalizara su contrato de alquiler y, si Jesse la echaba, tendría que vender sus trajes de baño desde casa. No creía que a Kevin le gustara esa solución, lo que suponía otra razón más para estar furiosa con Jesse King-. Ya sabes que si sigo un par de años más donde estoy ahora, podría comprarte la casa.

– Te he ofrecido un trato.

– Ya sabes que no quiero tratos de favor, Kevin. Quiero hacer esto yo sola.

– Sí, ya lo sé.

– Te agradezco mucho que quieras ayudarme a comprar mi casa, Kevin, pero no sería realmente mía si no lo hiciera yo sola-añadió, para no disgustar a su amigo.

– Claro. Como esa camisa que llevas puesta -afirmó él, señalando la camisa de muselina amarilla que ella llevaba con su mejor falda negra-. ¿Es tuya? ¿La has cosido tú?

– No…

– ¿Las casas y las camisas son diferentes?

– Bueno, sí…

– De acuerdo. Bien -dijo Kevin con un suspiro-. Quieres comprar la casa y si enfureces lo suficiente a King, él finiquitará tu alquiler y así no tendrás casa alguna. ¿Por qué sigues fastidiándole?

Bella pinchó la lasaña con el tenedor Luego lo soltó y lo dejó en el plato. Entonces, se cruzó de brazos y miró a Kevin a los ojos.

– Porque ni siquiera se acuerda de mí. Es humillante.

Bella se lo había confesado todo a su amigo una noche, durante un maratón de películas. Kevin le había dicho inmediatamente que le debería haber recordado a Jesse quién era.

Kevin se encogió de hombros y siguió comiendo.

– Díselo.

– ¿Decírselo? -le preguntó Bella con incredulidad-. ¿Sabes una cosa? Tal vez me habría ido mejor teniendo por amiga a una chiva. No tendría que explicarle a otra mujer por qué el hecho de decirle a Jesse que nos hemos acostado juntos es una mala idea.

Kevin sonrió.

– Sí, pero una chica no vendría a tu casa a las diez de la noche para desatascarte la ducha.

– En eso tienes razón, pero en lo que se refiere a Jesse, no comprendes nada.

– Las mujeres siempre hacen que todo sea más complicado de lo que es en realidad -musitó sacudiendo la cabeza-. Esta es la razón por la que existe la batalla de sexos, ¿sabes? Porque vosotras siempre estáis en el campo de batalla listas para la guerra mientras los hombres nos mantenemos al margen preguntándonos por qué estáis enfadadas.

Bella se echó a reír ante aquel ejemplo, lo que no consiguió apaciguar en absoluto a Kevin.

– A ver si lo adivino -dijo Kevin con un suspiro de agotamiento-. Esto es uno de esos casos en los que las mujeres pensáis que si un hombre no sabe porqué estáis enfadadas vosotras no se lo vais a decir, ¿me equivoco?

– Sí. Así es. Él debería saberlo. Por el amor de Dios, ¿acaso lo siguen tantas mujeres que, al final, todas se funden en una? -replicó ella mientras tomaba su copa de vino.

– Bella, cielo. Sabes que te quiero mucho, pero de lo que me estás hablando es tan femenino… No tiene nada que ver con el mundo de los hombres.

Kevin tenía razón y ella lo sabía. En el tema del sexo, los hombres y las mujeres pensaban de un modo totalmente diferente. Aunque ella hubiera bebido demasiadas Margaritas aquella noche, había decidido conscientemente acostarse con Jesse. Y no lo había hecho porque fuera rico, famoso o muy guapo. Lo había hecho porque habían estado hablando y había sentido un vínculo especial. Desgraciadamente, tal y como había comprendido al día siguiente, Jesse sólo se había acostado con ella porque había dado la casualidad de que estaba allí, dispuesta.

– Si buscabas algo más que una noche, se lo tendrías que haber dicho al día siguiente -le dijo Kevin-. Deberías haberle hecho recordar. Pero no. En vez de eso, decidiste comportarte de un modo totalmente femenino y dejarle a dos velas.

– Yo no le dejé a dos velas.

Por enésima vez, Bella recordó la conversación que tuvo con Jesse King aquella mañana. Él la miró y no recordó que se había acostado con ella. Había estado con tantas mujeres a lo largo de su vida que ella había pasado a ser una más.

– Mira, sé que ese tipo no te cae bien, pero ahora está aquí y no se va a marchar-dijo Kevin mientras tomaba un bocado de su comida-. Ha trasladado su empresa aquí y ha abierto su tienda más importante aquí, en Morgan Beach. Jesse King ha venido para quedarse, te guste o no.

– Lo sé…

– Entonces, si vas a vivir en la misma ciudad que él, debes contárselo. Si no, te vas a volver loca.

– ¿Sabes una cosa? Te aseguro que no estaba buscando lógica alguna en esta conversación. Sólo quería disfrutar poniéndolo verde y desahogándome.

– Ah. En ese caso, desahógate. Te escucho.

– Claro, pero no vas a estar de acuerdo -dijo ella sonriendo.

– No, claro que no. Siento mucho que lo odies, pero a mí me parece un tipo bastante decente.

– Eso es porque te ha comprado un collar de oro y esmeraldas -le dijo Bella. La tienda de Kevin vendía los trabajos de artistas y diseñadores de joyas locales. Siempre se ponía muy contento cuando hacía una venta importante.

Kevin sonrió.

– Sí, tengo que admitir que un hombre que se gasta unos cuantos miles de dólares en un collar sin pestañear es la clase de cliente que más me gusta.

– De acuerdo, eres feliz. La ciudad es feliz -comentó ella sin dejar de remover la comida en el plato-. He escrito una carta al periódico local.

– Oh, oh. ¿Qué clase de carta?

Bella bajó los ojos. Se arrepentía de lo que había hecho, pero ya era demasiado tarde.

– Habla sobre las grandes empresas que arruinan la vida de las pequeñas ciudades.

Kevin soltó una carcajada.

– Bella…

– Seguramente, ni la publicarán.

– Claro que la publicarán. Y supongo que Jesse King te hará otra visita… ¿o de eso se trata todo esto? Quieres que vaya a verte, ¿verdad?

– No, claro que no.

Deseó que Kevin fuera menos observador. La verdad era que, cada vez que Jesse King entraba por su puerta, sentía algo sorprendente. No era culpa suya que sus hormonas reaccionaran así cuando él estaba en la misma habitación.

Estaba decidida a hacerle la vida imposible precisamente por el hecho de que la afectara de esa manera. Seguramente debería dejar de enfrentarse a él, pero le resultaba imposible hacerlo.

Se había opuesto con todas sus fuerzas a que Jesse se convirtiera en el dueño y señor de Morgan Beach. Había perdido. Él se había instalado allí, había empezado a comprar locales y, en poco tiempo, había estropeado el único lugar al que ella había considerado su hogar.

Bella era hija única. Perdió a sus padres cuando tenía siete años y comenzó un largo peregrinar por hogares de acogida agradables pero impersonales. Cuando cumplió los dieciocho años, empezó una vida en solitario. No le importó, aunque siempre deseó formar parte de una familia.

Consiguió estudiar en la universidad haciendo ropa a las chicas que no tenían que preocuparse por ahorrar cada centavo. Cuando se tomó las primeras vacaciones de su vida, se encontró con Morgan Beach y ya nunca se marchó de allí.