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Empezaba a aburrirme y, en la sala de espera, no había mucho que leer: el Wall Street Journal, el SWAT Digest y folletos publicitarios de la empresa. Hablé quince minutos por teléfono con Marilyn, mi ayudante temporal, y mandé unos cuantos correos electrónicos, pero, cuando Dornick salió a recibirme, ya empezaba a ponerme nerviosa.

Dornick era un tipo vigoroso de unos sesenta años. El cabello castaño de la foto del equipo de softball se había vuelto de ese gris que ahora llaman distinguido. Vestido con su traje pálido de verano, me resulta difícil creer que antaño fuese cubierto de barro después de haber jugado un partido en Grant Park.

Me tendió la mano y estrechó la mía enérgicamente.

– ¿Así que eres la hija de Tony? La otra noche, en la recogida de fondos, tenía que haberte reconocido. Te pareces mucho a él, sobre todo en los ojos. Su muerte fue una pérdida triste, muy triste. Era uno de los mejores policías con el que tuve el privilegio de servir.

El contraste con Alito no podía ser más pronunciado. Dornick me pasó el brazo por el hombro y le pidió a «Nina» que nos trajera café y que no le pasara llamadas. Me llevó a un despacho de esos que uno espera encontrar cuando busca un buen programa para someter y enmanillar a las masas turbulentas. Estaba decorado con muebles de madera noble y metal en los que se reflejaba todo. No había papeles a la vista pero se mantenía en contacto con su equipo a través de una serie de monitores de ordenador. En la pared había fotos de Dornick que yo había visto en la página web de Mountain Hawk.

– Esto es realmente impresionante -dije-. ¿Cómo ha conseguido montar esta empresa?

– En los veinte años que estuve en el DP de Chicago, adquirí los conocimientos prácticos de la ley y el orden, y después fue cuestión de escarbar y barajar. Algunos amigos de la infancia invirtieron dinero. Tuve un golpe de suerte inicial, desmantelé un campo de entrenamiento de Hamas en la frontera de Perú con Colombia. Fue por pura chiripa, como ocurre muchas veces en el trabajo policial. Buscábamos droga y encontramos armamento. Nos quedamos boquiabiertos. -Se echó a reír-. Uno piensa que, después de haber patrullado las calles de Chicago, nada puede sorprenderle, pero cuando ves destacamentos como ésos en las selvas de Latinoamérica, cambias de opinión.

Nina trajo el café, un café sabroso y suave, probablemente desgranado a mano en una de esas factorías instaladas en plena selva.

– Nina me ha dicho que tú también te dedicas a la seguridad privada, que eres detective y trabajas por tu cuenta. ¿No te interesaría trabajar en una empresa importante? Estaría encantado, sería realmente un privilegio para mí que la hija de Tony formase parte de mi organización. Aprendí más en dos años patrullando con él las calles que durante el resto de mi vida.

– Sí, mi padre era un gran tipo. Todavía lo echo de menos. Pero prefiero trabajar por mi cuenta. Hace tanto tiempo que soy mi propia jefa que, en una empresa, no sería feliz. Además, como supongo que ya sabe, empecé en una gran institución, la oficina de Abogados de Oficio del condado.

– Sí, vi a tu antiguo jefe en la fiesta de Krumas. Hiciste bien en librarte de un hijo de perra como Arnie Coleman, y entonces todavía eras joven. Una gran organización es una oportunidad para desplegar las alas y no para que te las corten. La próxima vez que tengas que salir a hacer una vigilancia bajo la lluvia y luego volver a la oficina a redactar un informe sobre una persona desaparecida, acuérdate de Mountain Hawk.

Me quedé pasmada. Era como si se hubiese pasado una semana espiando mis jornadas laborales. No cabía ninguna duda: era tan suave como su café. Le di las gracias con cierta incomodidad.

Dornick echó una furtiva mirada al reloj.

– ¿Qué es lo que necesitas hoy, Vic?

– Estoy siguiendo un rastro viejo y difuso -respondí-. El de una persona que desapareció hace más de cuarenta años. La pista más cercana a él tampoco puedo localizarla. Usted fue el detective que dirigió la investigación cuando lo detuvieron por asesinato. Hablo de Steve Sawyer y el juicio del caso de Harmony Newsome.

Dornick silbó en silencio y dejó el café en el plato.

– Realmente, un rastro viejo y difuso. Dios mío. Pero recuerdo muy bien el caso, fue la primera investigación de un homicidio que dirigí. Trabajé con Larry Alito. ¿Has hablado con él? Creo que ahora vive en Wisconsin.

– Ayer lo vi. Vive junto al lago Catherine, en la cadena de lagos. Dice que no recuerda los detalles, aunque me dio la impresión de que ocultaba muchas cosas detrás de una lata de cerveza.

– ¿Una lata? -se rió Dornick-. Querrás decir una caja… Alito fue una de las razones que me llevaron a dejar la policía. Larry Alito no era un buen compañero, y esto que quede entre nosotros. Nadie pudo olvidar el caso Newsome. Tuvo tanta repercusión que el alcalde me llamó en persona. La chica muerta era una persona realmente importante en el movimiento de los derechos civiles. Como ciudad, no podíamos permitirnos un puñetazo en el ojo, sobre todo después de que los disturbios del verano anterior hubieran salido en la televisión nacional del modo en que lo hicieron.

– ¿Está seguro de haber arrestado al culpable?

– Nos dieron un buen soplo -asintió Dornick-. No nos llegó a través de un chivato de la calle, sino de un tipo al que habíamos infiltrado en los Anacondas.

– ¿No sería Lamont Gadsden, por casualidad? Es el hombre que busco.

Una expresión curiosa cruzó la cara de Dornick, parecida a la de Boom-Boom cuando decidía si desafiarme a alguna chifladura, como saltar al lago Calumet desde el espigón.

– Qué demonios, Vic, ha transcurrido tanto tiempo… Sí, Gadsden finalmente delató a Sawyer. Lo presionamos para que nos diera un nombre y supongo que Sawyer y él eran buenos amigos en los Anacondas. No querrás sugerir que no fue Sawyer quien lo hizo, ¿verdad?

– Yo sólo busco a Lamont Gadsden porque su madre quiere encontrarlo. ¿Sabe qué ha sido de él? Desapareció la víspera de la gran nevada.

– No -respondió Dornick-. Nosotros también nos lo preguntamos. Pensamos que quizás el Martillo Merton descubrió que Lamont los había traicionado y lo mandó liquidar, porque no volvimos a verlo. Interrogamos al Martillo, pero ya sabes lo difícil que es hablar con él. ¿Qué quieres de Sawyer?

– Espero que pueda decirme algo sobre Lamont, pero voy a hablar con una monja del Centro Libertad Aguas Impetuosas. Estaba con Harmony Newsome cuando la mataron y no tiene muy claro que el asesino fuera Sawyer.

– Oh, esas monjas -se rió Dornick-. Las que no intentaban comernos el tarro en la escuela, ven el mundo con unas gafas de color de rosa. O imaginan que pueden ser otra hermana Helen Prejean e incluso conseguir que un tipo duro como yo se oponga a la pena de muerte.

Entró Nina. La reunión había terminado. Dornick me acompañó a la puerta asegurándome de nuevo que «la chica de Tony» siempre sería bienvenida en Mountain Hawk.

– Y dile a tu monja que estoy absolutamente seguro de que mandamos a Pontiac al culpable -añadió.

– No hay ningún expediente de Steve Sawyer en las bases de datos del sistema penitenciario -dije mientras Dornick se volvía para entrar de nuevo en su oficina-. ¿Está seguro de que lo mandaron a Pontiac?

Dornick hizo una pausa en el umbral.

– Podía haber sido a Stateville. No recuerdo todos los detalles, después de tantos años, y tu padre, o Bobby, probablemente te habrán dicho que los polis no seguimos el rastro a los perpetradores una vez han sido condenados.

– Hay una cosa más -dije, emitiendo los pertinentes sonidos de gratitud-, pero me resulta muy difícil hablar de ella. La razón de que tenga problemas en la calle con esta búsqueda es que los tipos que se criaron con Gadsden y Sawyer creen que, durante su detención, lo maltrataron terriblemente.

Dornick se volvió de nuevo, los brazos en jarras y los ojos brillantes de ira.