– Eso lo dicen siempre, Vic. Deberías saberlo del tiempo que trabajaste de abogada de oficio. Siempre se quejan de fuerza excesiva. Seguimos las normas al pie de la letra y ponemos los puntos sobre las íes. Demasiadas cosas dependían de aquella detención. Y no vayas por ahí ensuciando el nombre de Tony. Tony Warshawski era el mejor y esos cabrones tuvieron mucha suerte de que fuera él quien los detuviese.
Aquello era el final de la entrevista, pero la seguridad que me había dado me acompañó todo el día y me llenó de confianza mientras hacía una búsqueda de documentos en los archivos municipales y llamaba a un hombre que solía trabajar para mí para encargarle la vigilancia de un almacén de Mokena, en los suburbios meridionales. De regreso a la ciudad, acaricié la idea de fichar por Mountain Hawk. Sería estupendo formar parte de una gran empresa mientras otra persona iba a Mokena.
Dornick tenía razón en muchas cosas, sobre todo en el aprecio que sentía hacia mi padre. Eso me había gustado pero, ¿por qué había salido de la entrevista con desasosiego, como si algo que hubiera dicho hubiera disparado no una alarma, eso sería demasiado extremo, pero sí una advertencia?
Estaba segura de que en una empresa de seguridad tan importante como Mountain Hawk todas las entrevistas y reuniones eran filmadas en secreto. Si pudiese obtener una copia del disco que Nina había hecho de mi conversación, quizá descubriría qué me inquietaba. Me reí, imaginando que escalaba la torre de cristal verde y cortaba un cuadrado en una de las ventanas de la planta cuarenta y ocho, desactivando todas las medidas de seguridad de la empresa.
Los héroes de las películas lo tienen muy fácil. Clint Eastwood sacaría su Magnum y se cargaría a la gente. «Alégrame el día», dice volándole los sesos a alguien, y todos aplaudimos. Los supervivientes se ponen tan nerviosos que enseguida te lo cuentan todo. En la vida real, cuando estás asustado o te torturan, dirás todo lo que el terrorista quiere que digas.
Como Steve Sawyer, que se había presentado ante el juez desorientado y se había confesado culpable de la muerte de Harmony Newsome. Al pensar aquello, levanté el pie del acelerador y reduje la marcha tan de repente que la furgoneta que iba detrás tocó el claxon con furia. Alcé la mano para tranquilizar al conductor y dejé la autopista en la salida siguiente.
Aparqué en el arcén al final de la rampa e intenté pensar. Lamont había delatado a Sawyer -eso había dicho Dornick- y Johnny se había enfurecido y lo había matado o lo había matado Curtis por orden de Johnny y luego se habían deshecho del cuerpo.
Alegradme el día, uno de vosotros, alegradme el día. Contadme qué sucedió. Ya sabía que con una amenaza o un soborno no conseguiría que Dornick o Alito me abrieran su diario secreto. Tampoco tenía amistad con el fiscal del Estado para ofrecer inmunidad a Merton o una reducción de condena si hablaba conmigo. Y aunque así fuera, Merton tal vez no quisiera que lo entrevistara.
Quizás el juez Coleman me explicaría por qué no había llamado a ningún testigo cuando representó -o representó mal- a Sawyer hacía más de cuarenta años. Busqué el número en la guía de jueces de Cook County y llamé a Coleman.
Como era de esperar, el juez no podía atender mi llamada. La voz que respondió me dijo que recogería encantada mi mensaje, pero su tono indicaba que estaría encantada si no tuviera que utilizar nunca más un teléfono. Quise dejar el nombre y mi número pero la mujer dijo que no los anotaría a menos que dijera por qué quería hablar con el juez. Le conté con detalle a qué me dedicaba y añadí que había trabajado para el magistrado. Quería revisar un viejo juicio que se remontaba a sus primeros años en la oficina de Abogados de Oficio. Le di mi número con muy pocas esperanzas de que me devolviera la llamada.
Dejé la carretera a la altura de la calle Ciento tres. Pullman estaba a pocos kilómetros en dirección este. Tal vez Rose Hebert pudiera arrojar algo de luz sobre todos aquellos jugadores.
18 Un juez dubitativo, una mujer asustada
Rose abrió la puerta luciendo otro recatado vestido, en esta ocasión un modelo camisero azul marino con pequeños lunares blancos. Me miró con un destello de nerviosismo.
– ¿Ha averiguado algo de Lamont?
Resultó doloroso decirle que no y ver que la expresión apagada y triste volvía a adueñarse de su rostro.
– Necesito consejos, o ideas, sobre Johnny Merton o Curtis Rivers.
Rose soltó una carcajada de desprecio hacia sí misma.
– No sé nada de la vida. De ese modo, es imposible que me haya hecho alguna idea sobre esos hombres.
– Usted se subestima, señora Hebert -le dije con dulzura-. No tengo noticias que darle, pero he hablado con esos dos hombres y también con personas que conocían a Steve Sawyer. Se me ha indicado que tal vez Lamont delatara a Sawyer, que llevara la policía hasta él, que dijera que Sawyer era el asesino de Harmony Newsome.
– ¡Oh, no! Yo… Oh…
La campana de la casa empezó a sonar a su espalda y se volvió temerosa hacia el pasillo.
– Quiere saber quién ha venido, por qué me entretengo tanto.
– Aunque tenga noventa y tres años -dije, agarrándola por la muñeca para que bajara los escalones de piedra-, todavía tiene edad para aprender a controlar la frustración. ¿Dónde podemos sentarnos a hablar que usted se sienta cómoda?
Echó un vistazo a la casa pero finalmente murmuró que había una cafetería en Langley donde desayunaba antes de volver a casa al salir del turno de noche del hospital. Fuimos en mi Mustang hasta el restaurante de los Trabajadores de Pullman, donde las camareras saludaron a Rose, llamándola por el nombre, y me miraron con evidente curiosidad. Rose pidió café y tarta de arándanos y yo tomé un trozo de tarta de ruibarbo para acompañarla.
– No sé por dónde empezar -murmuró después de que nos sirvieran-. Es todo tan enrevesado… Steve, Harmony… Eso no me lo creo. Pero aun en el caso de que hubiera matado a la chica, Lamont… Oh, Lamont y Steve eran amigos íntimos, se habían criado juntos… Lamont no lo habría delatado nunca a la policía.
– ¿Vivía Harmony en el mismo barrio que usted?
– Sí, en la misma calle, un poco más arriba, pero su familia iba a una iglesia baptista de la que papá decía que no era una iglesia verdadera. Y eran ricos. El señor Newsome era abogado. Y el hermano de Harmony estudió en una escuela de leyes y luego fue profesor en una facultad del este. Harmony fue a la universidad de Atlanta y allí se involucró en el movimiento de los derechos civiles y, luego, cuando volvió a casa para las vacaciones de verano, dio charlas sobre ello al grupo de jóvenes de su iglesia y también habló en muchas otras iglesias de la zona, pero no en la de papá, porque él cree que las mujeres no tienen que hablar en la iglesia, como dice san Pablo. Y además, cree que los fieles de las parroquias no deben participar en las manifestaciones callejeras. Nuestro lugar son los bancos de la iglesia.
Se inclinó sobre el café y lo removió con tanta fuerza como si atacara a su padre, o a su propia vida.
– Esto no debería decirlo, pero yo estaba muy celosa de Harmony. Era muy bonita. Iba a una universidad elegante, Spelman, mientras yo tenía que escatimar en todo a fin de ahorrar para la escuela de enfermería. Y ella tenía a todos los chicos hechizados. Cuando me enteré de que había muerto, mi primera reacción fue de alegría.
Pasé la mano por encima de la mesa y le estreché la suya.
– Sus celos no la mataron -dije.
– Todos los chicos la seguían -levantó los ojos un instante con la cara contraída de dolor-, incluso los que venían a nuestra iglesia y, por eso no creí nunca que Lamont me quisiera de veras. Supongo que pensó que yo era una presa fácil, una chica grande y fea a quien nadie más quería. Si no podía conquistar a Harmony, tendría que conformarse conmigo. Pero no creo que ninguno de los chicos la matara, ni siquiera por celos, como dicen que hizo Steve. Harmony no salió nunca con él ni con ninguno de los chicos del barrio. Por lo que sé, sólo estaba enamorada del movimiento, ni siquiera salía con ningún universitario de Atlanta o alguien de su mismo entorno.