– Sólo la seguía.
– En todo caso, es una intromisión en la vida privada de alguien. Así que los dos habéis hecho algo muy feo. Si nosotros se lo contáramos al señor Lloris tendríais un problema incluso judicial. ¿Sí o no?
– Pero, ustedes, ¿quiénes son?
– Ésa es la cuestión.
Butxana se levantó con su vaso de cerveza en la mano. Dio un trago largo y lo dejó en la mesa, aunque todavía permanecía en pie, como un profesor que intentara hacer entender una lección complicada a sus alumnos expectantes.
– Mirad, voy a hablaros con total sinceridad. Pero debo advertíroslo: si alguno de los dos se va de la lengua, lo pasaréis mal. Muy mal. Tanto a vosotros como a nosotros nos interesa la discreción. Todos saldremos ganando.
– ¿Qué ganaremos nosotros? -Albert.
– La exclusiva de tu vida.
– ¿Lo dice en serio?
– Tutéame. Sí, muy en serio. Pero las cosas se harán como yo diga. Es el trato.
– ¿Nos vais a decir, de una vez, quiénes sois? -Miquel.
– Ahora mismo. Aquí el compañero -señaló a Tordera- es comisario retirado. Yo, detective contratado por el señor Lloris.
– ¿Con qué finalidad?
– Saber qué hace Júlia Aleixandre, de día y de noche. Por eso te hemos pillado.
– Por eso y porque no sabes hacer un seguimiento -añadió Tordera.
– No entiendo por qué Lloris hace que sigan a Júlia.
– Quieres saberlo todo, periodista.
– Si vamos a formar un equipo…
– Un equipo que tendrá que ser compacto como una roca.
– Tienes nuestra palabra.
– Y también el chantaje, por si no os portáis como debéis -sonrió Butxana-. Con todo, prefiero la confianza mutua. -Cogió el vaso de cerveza, dio otro trago, volvió a dejarlo en la mesa. Sonó el timbre de la puerta-. ¿Quién será a estas horas?
– Sea quien sea, cierra la salita y abre -resolvió Tordera.
– No tengo muy claro que deba hacerlo.
Del cajón de una cómoda, el detective sacó una pistola. Viendo la inquietud que el arma provocó en Miquel y Albert, el ex comisario trató de calmarlos:
– Precauciones gremiales.
– Tordera, abre tú.
– Ni lo sueñes. Sólo soy tu ayudante.
– Si pasa algo estaré detrás de la puerta.
– Si pasa algo, dará igual dónde estés.
El timbre volvió a sonar, dos veces.
– Vamos, abre -le hostigó el detective.
– Detrás de la puerta me pondré yo. -Le cogió el arma.
Miquel y Albert se situaron en un rincón de la salita que no podía verse desde la entrada del piso. Butxana fue a la puerta, Tordera se escondió detrás.
– Voy a abrir -le dijo avisándole en voz baja.
Abrió. Apareció Núria.
– ¿Qué haces aquí?
Tordera se relajó, aún con la pistola en la mano. La puerta de la salita se cerró.
– ¿Qué hay entre nosotros, Toni?
Al entrar al piso, Núria se asustó al descubrir a Tordera con el arma.
– Buenos días, señora… señorita -saludó el ex comisario.
– ¿Quién es? -preguntó Núria con una mano en el pecho, como si controlara su respiración, aún con el miedo en el cuerpo.
– Ya te dije que tengo un encargo importante.
El ex comisario se guardó el arma en el bolsillo. Núria miraba la puerta de la salita, que había visto cerrarse.
– Tordera, ayudante de Toni -se presentó Tordera.
– Soy Núria.
El ex comisario la saludó con una leve inclinación respetuosa y se dirigió a la salita.
– Volved a sentaros. Es mi novia -les dijo a Miquel y a Albert.
Cerró la puerta. Butxana y Núria se quedaron en el vestíbulo. El detective suspiró.
– ¿Has dejado el trabajo para venir?
– He pedido permiso.
– ¿Cuál es el problema, es que no te fías de lo que te dije?
– Tenía mis dudas.
– Si quisiera acabar con nuestra relación te lo diría.
– ¿Por qué tu ayudante llevaba una pistola?
– Por precaución.
– ¿Estás en un lío?
Butxana decidió cortar por lo sano:
– Es un encargo peligroso, por eso no quiero verte. Intento que no te vinculen a mí. ¿Lo entiendes?
– Ahora sí.
– Me alegro.
– ¿Quién está en la salita?
– Un equipo de vóley de brasileñas… Núria, no quiero mezclarte en mis problemas. Son un par de ayudantes que necesito para mi trabajo. Es mejor que no te vean. Cuando todo haya acabado te llamaré. Vuelve a la oficina y no te preocupes.
La meció por los hombros, la rodeó con un gesto afectuoso y le dio dos besos de amigo. Ella no se soltaba.
– He pasado unos días horribles.
– No tienes por qué. -Le dio unos golpecitos en la espalda, como si tuviera hipo.
– Me gustaría saber que todo va bien.
– Te llamaré de vez en cuando.
– ¿Lo harás?
– Palabra.
Entonces ella le besó en los labios mientras le acariciaba el pelo.
– ¿Estás más tranquila?
– Sí.
– Pues vete. Tengo que volver a la reunión.
La acompañó al rellano.
– Avísame si vuelves a venir.
– De acuerdo, Toni.
Butxana se encontró con la mirada reprobatoria de Tordera cuando entró de nuevo en la salita. Pero la obvió.
– ¿Por dónde íbamos? -preguntó.
– Por la confianza que estos dos nos merecen -apuntó el ex comisario.
– Confianza imprescindible y básica para el buen funcionamiento del grupo -advirtió Butxana-. Es un asunto sumamente delicado. Os lo resumiré: siguiendo a Júlia Aleixandre he descubierto un complot, creemos que criminal, contra Juan Lloris.
– ¿Quieren matarle? -Miquel.
– Yo diría que sí.
– Yo también -redondeó Tordera.
– ¡Eso es extraordinario! -exclamó Albert.
– No puedes negar tu condición de periodista -se indignó el ex comisario, con un pasado repleto de problemas con el gremio-. Mataríais a una criatura indefensa por una buena exclusiva.
– Contención, Tordera. -Entonces Butxana se enfrentó a Albert-: Entiendo que una noticia de este calibre debe de ser extraordinaria, pero recuerda que aquí mando yo. Ahora soy tu director, tu jefe de sección. Ni una puta línea hasta que yo lo ordene. Léeme los labios: hasta que yo lo ordene.
– Entendido. Pero ¿qué pintamos nosotros en todo esto?
– Pues que si quieres la exclusiva tendrás que ayudarnos. Sólo nosotros tenemos los instrumentos necesarios para descubrirlo todo.
– ¿Cómo?
– Trabajando para mí. Tenemos al garganta profunda, al periodista y el medio de comunicación, al policía y al detective. Un equipo perfecto, en principio.
– En principio -dudó Tordera.
– Os agradezco mucho que contéis con nosotros. Pero ¿por qué nos necesitáis?
– Más que necesitaros, intentábamos que tú no lo enviaras todo a la mierda publicando algo que lo echara a perder. Ignorábamos cuánto sabías. Pero, siendo personas prácticas, le hemos dado la vuelta a la situación y ahora formamos un equipo. Nosotros cobraremos más por lo que le contemos al señor Lloris, al que facilitaremos una información impagable, y tú tendrás tu exclusiva.
– ¿Y yo? -preguntó Miquel.
– Si la paga de Lloris es la correcta, te prometo una compensación.
– ¿Cuánto sería?
– Chaval, eso me lo pregunto yo cada hora -dijo Tordera.
– Primero, el éxito en el trabajo. Luego ya pensaremos en el reparto.
– A mí me basta con la exclusiva.
– Y nosotros te estamos profundamente agradecidos -añadió el ex comisario.
– Bien -intervino Butxana-, ahora el plan de trabajo. -Miró su reloj-. Quizá comamos antes, son casi las dos. Invita la casa.
De un brinco se plantó en la cocina. Abrió los armarios e hizo una reaparición estelar en la salita con tres o cuatro botes.
– Tengo fabada asturiana, lentejas con chorizo, potaje… ¿Qué bote os apetece más?