– ¿Por qué no me lo has puesto en el informe?
– Imaginaba que un hombre tan despierto como usted ya debería tenerlo en cuenta. Pero prefería no dejar constancia de ello por escrito. Quizá el informe, por un olvido suyo, podría haberse quedado encima de la mesa y Júlia haberle echado un vistazo. En todo caso, tan sólo es una suposición. Ahora bien, puedo indagar sobre las negociaciones que llevan entre manos.
– ¿Puedes hacerlo?
– Por supuesto.
Butxana no tenía ni idea de cómo descubrir lo que Júlia y Petit trataban políticamente, pero pretendía ganar tiempo con tal de profundizar en la investigación que de verdad le interesaba.
– ¿Cómo lo harás?
– Por discreción, permítame que no se lo diga. Cuando llegue el momento lo sabrá todo.
– ¿Trabaja alguien más contigo?
– Sí, pero no le diré quién.
– Muy bien, pero quiero resultados y los quiero pronto.
– Los buenos resultados tardan un poco.
– Una pregunta: ¿se ha reunido Júlia con un tipo alto, de cabellera plateada y abundante, de unos sesenta años?
Lloris se refería a Higinio Pernón.
– La sigo durante buena parte del día, desde que sale de casa hasta que vuelve, y no he visto a ese individuo. ¿Alguien en especial?
– Simple curiosidad.
– Tendré en cuenta la descripción que me ha facilitado.
– Puedes irte.
– Gracias por su atención.
El detective salió del despacho que Lloris tenía en la avenida de Aragón y dejó algo de sarcasmo en el ambiente. Era más listo de lo que el candidato imaginaba. Y, además, no le gustaban los modos de tipo engreído de los que hacía gala.
20
Maria se tomó dos días de vacaciones que le debía la empresa. Tenía previsto cogérselos más adelante, el miércoles de Semana Santa, para tener cinco días seguidos, pero la irrupción de Liam en su vida hizo que cambiara de planes. Tras la primera noche se originó el inicio de la confianza. De hecho, a esa noche siguieron tres más hasta la madrugada, cuando el irlandés acompañaba a Maria a su casa. Pese a ser una mujer de treinta y un años, sus padres preferían que no pasara la noche fuera. Decidió decirles que se iría los dos días de permiso a la montaña, con una amiga. Necesitaba relajarse. A Liam también le apetecía estar dos días enteros con Maria. Ella programó una serie de visitas a museos y a algunos rincones turísticos cercanos a la ciudad que a buen seguro le gustarían. Pero Liam conocía muchos rincones, de toda clase. En una guía turística buscó el lugar que más le apetecía. Con un rotulador marcó el complejo hotelero y recreativo de la Calderona. Maria nunca había estado allí.
Tres cuartos de hora después de que Júlia Aleixandre hubo convocado a Manuel Gil en un punto de la carretera de Ademuz, a las once de la noche, para comunicarle de manera irrevocable y con efectos inmediatos la suspensión del encargo al irlandés, Gil llamó por teléfono a Lluís Lloris. Aunque el hijo del candidato exigió que se le adelantara algo de lo que parecía tan urgente, Gil se negó en redondo y quedaron en verse junto al centro comercial del Saler. En el coche de Lluís, como si se quitara un gran peso de encima, Gil le dijo que Júlia había ordenado cancelar el plan.
– ¿Por qué?
– No me lo ha dicho.
– ¿Crees que lo sabe la policía?
– Me habría enterado.
Lluís se quedó pensativo. ¿Por qué sin consultárselo decidía unilateralmente detenerlo? Sin duda, por las razones que fueran, ahora le convenía otra estrategia. Lluís se enfadó.
– Habla con él y dile que siga adelante con el plan.
– No puedo hacerlo. Le he enviado un mail con la orden de Júlia.
– Pues ahora le envías otro revocándolo. Si hace falta, le pagaré más.
– Lluís, el irlandés es un tipo peligroso. No admitirá estas bromas de ahora para, ahora vuelve a empezar. Son asesinos. Profesionales del crimen. Ha ganado una cantidad importante sin hacer nada. Quizá ya se haya ido.
– Aún no lo habrá leído.
– Cuando lea los dos se quedará con el primero. Al fin y al cabo, ya ha cobrado la mitad.
– Que he pagado yo.
– ¿Y Júlia?
– Tenía que pagar la otra mitad.
– Lluís, he venido a decírtelo por amistad. Júlia me dijo que no te contara nada.
– Te compensaré si hablas con él.
– No quiero saber nada de este asunto. Me he metido demasiado a fondo. No me gusta ese tipo. Renuncio a la parte que me correspondía. Es más, desapareceré unos días de la ciudad. Tienes su teléfono. Ponte en contacto con él.
– De acuerdo, pero no se lo digas a Júlia. Te daré algo de dinero, para que te vayas fuera una semana.
– Te lo agradezco, no quiero verme involucrado.
A las nueve de la mañana, Miquel, Albert y el ex comisario Tordera acudieron al piso de Toni Butxana. Antes, el detective se había tomado un café con Núria cerca del lugar de trabajo de ella. Una visita con la idea de tranquilizarla, en previsión de que sus inquietudes pudieran interponerse en las tareas de investigación. Además, el encuentro sirvió para que Butxana pusiera a prueba la relación.
– ¿Sabes, Núria?, si esto sale bien ganaré mucho dinero.
– Me alegro mucho por ti.
– Tienes que alegrarte por ambos. Con ese dinero podemos hacer planes. Hasta ahora no he podido ofrecerte nada que no tuvieras. Pero, cariño, todo cambiará. Yo también podré darte seguridad, una vida sin estrecheces. Es obvio que no seremos millonarios, pero será distinto. Me apetece tener una vida estable. ¿Te gustaría vivir en un pueblecito de montaña?
– Me gustan los pueblecitos.
– Magnífico.
– Toni, tengo dos hijos.
– Vendrán con nosotros.
– Tengo un trabajo en la ciudad.
– No te hará falta.
– Toni…
– Dime, cariño.
Núria miró su reloj. Tenía que fichar y faltaban tres minutos para las ocho y media de la mañana.
– Toni… ya hablaremos. Tenemos tiempo -dijo levantándose deprisa y corriendo.
Le besó de forma rutinaria, con prisas.
– Lo siento, cariño, pero son casi las ocho y media. ¿Cuándo podremos vernos con normalidad?
Había cierta ironía en su petición, aunque la formulaba como un derecho irrenunciable.
– Te llamaré.
Otro beso cotidiano y se fue.
Adiós, Núria, dijo Butxana en voz baja, inaudible para los clientes que había a su alrededor. Basta con dejar ver a quien quiera mirar. Los ojos de Butxana observaban con indulgencia a Núria, sus temores, sus frustraciones. No hacía falta haberla puesto a prueba para saber lo que iba a encontrar. Ni en el fondo ni en la superficie, tampoco él estaba dispuesto a cambiar de vida. Hay trenes que llegan demasiado tarde y entonces es mejor no quedarte esperando en el andén. Además, lo importante no es ser feliz. Aquí hay un error: lo importante es no ser desgraciado. Y quizá aquélla fuese la consigna de las parejas de tres. La conversación entre ellos tendría que haber consistido en pedirle un poco de paciencia, hasta que al cabo de unos días, cuando el encargo estuviera resuelto, las cosas volvieran a lo habituaclass="underline" ella con su marido y él con ella, algunas tardes, algunas horas. Butxana se ratificó en su determinación. Las excusas de Núria le tranquilizaban. Llegado el momento, él tomaría el rumbo que le interesaba sin tener que dar ese tipo de explicaciones que no hacen más que ocultar la fatiga de la rutina. Sin hacerlo, para preservar la sutileza que cualquier encuentro clandestino exige, ambos participaban en el juego de la sustitución temporal. Pero él ya se había acostumbrado al vacío de Héctor Barrera con la certeza de que una mujer no lo llenaría. Porque es falso que la vida esté hecha de ocasiones perdidas; más bien está repleta de decisiones que no se han tomado.