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– ¿Qué te parece Valencia? -le preguntó en uno de los plácidos paseos que la primera tarde daban por los alrededores de la Calderona.

– Es bonita.

– Quizá también sea un buen lugar para vivir.

– No me gustan las ciudades.

Con la pregunta de Maria, Liam había obtenido la mitad de la respuesta. Ella no rechazaba su propuesta, pero necesitaba meditarla. Si Liam se quedara unos meses quizá Maria tendría el tiempo que necesitaba para decidirse. Entonces todo sería distinto. Quedarse, en efecto, era una posibilidad. Instalarse fuera de la ciudad, en un pueblecito del interior. La pregunta de Maria también era una oferta, una invitación a reflexionar que Liam no desdeñaba. Devolvería el dinero adelantado del encargo. Se ocultaría unos meses bajo el pretexto de que no le apetecía vivir en la ciudad y esperaría a que ella aclarase sus dudas. Pensó que aún tenía el destino en sus manos. Pero las cosas no eran tan fáciles. Renunciar al encargo acarrearía problemas a los franceses, que seguramente recibirían la orden de matarle. ¿Convencería a Gérard el hecho de que nunca le hubiera denunciado por las atrocidades africanas? No. Si habían acudido a los franceses era porque alguien conocía el pasado de ambos, un dossier que los amenazaba. Liam estaba al corriente de la metodología. ¿Hacer venir a un extranjero cuando disponían de dos profesionales en casa? Era evidente que Gérard había desistido a cambio de ofrecer una alternativa a su nombre. Tenía una vida establecida aquí y prefería, pese a la buena recompensa económica, no complicarse el porvenir. Sin embargo, si Liam decidiera abandonar, los franceses se verían obligados no sólo a liquidar al candidato, sino también a deshacerse de él, un testigo molesto que en última instancia, y sin ninguna explicación convincente, se había echado atrás.

Fue aquella tarde, de nuevo en la habitación de hotel, mientras Maria se duchaba, cuando Liam revisó sus mensajes de correo electrónico. Tenía uno de la Escuela de Acogida de Lima, agradeciéndole, con algo de retraso, una reforma de obras que habían efectuado en el centro, los regalos de cumpleaños de Rubén. El segundo era de Manuel Gil. Pocas palabras: el encargo se suspende. Miró la fecha, era de la noche anterior. A Liam le pareció extraño que no se añadiera explicación alguna. Un trabajo de importancia, del que había cobrado la mitad de lo establecido, se zanjaba con pocas palabras. Entonces conectó el móvil provisional. Tenía cuatro llamadas de un número desconocido. El contestador le comunicó el mensaje de Lluís Lloris. Primero, el hijo del candidato se presentaba como su cliente. Luego revocaba la orden que había recibido por correo electrónico. Había sido un error que necesitaba, con urgencia, de un encuentro entre ellos. Liam salió al corredor y marcó el número de Lluís. Sin apenas dejar que le contase nada, el irlandés le convocó dos días más tarde, a las nueve de la mañana, media hora después de que Maria entrase a trabajar. Lluís insistió en verle «hoy mismo», pero Liam insistió en la hora y el día indicados. Bajo ningún concepto renunciaría a sus dos días con Maria. Además, no sabría cómo explicárselo.

* * *

Seis horas de vigilancia ante la empresa de Manuel Gil sin sacar nada en claro hicieron que Tordera y Butxana decidieran retirarse. Quedaron con Albert en el VIPS de la Gran Vía. El periodista había obtenido un resultado similar, por una negligencia que ni el ex comisario, ni el detective, ni el propio Albert conocían. Manuel Gil había entrado en su piso a las nueve y media de la mañana, hora a la que Albert salía de casa para ir, en primer lugar, a la redacción. A mediodía, sobre las doce y cuarto, Gil volvía a salir a la calle, pero Albert, escribiendo unos apuntes sobre la novedad del encuentro entre Lloris y Petit -información que había recibido de Miquel Pons mientras estaba en la sede del periódico-, tampoco le veía. Para no hacer enfadar a Butxana, Albert mintió asegurando que a las ocho y media de la mañana ya hacía guardia ante el portal de la finca de Gil.

– Parece que no te fíes de mí.

– Eres periodista.

– También soy persona.

– Una persona periodista con un gran reportaje a su alcance.

– En efecto, pero necesitaría pruebas que no tengo para publicarlo.

– Mira, Albert, en este asunto la confianza es básica.

– De acuerdo, te seré sincero.

Tordera y Butxana se temieron lo peor. El detective se acercó un poco más a Albert, sentado enfrente de ambos en una mesita del local, como si quisiera presionarle.

– ¿Qué está pasando? -le interrogó Tordera.

– Nada. Podéis estar tranquilos. Sencillamente he llegado a las diez y media al edificio de Gil y quizá ya hubiese salido.

– ¿Sólo eso?

– Te doy mi palabra.

– ¿Te has dormido?

– No. Me he dejado caer por el diario. Hacía días que no iba y no quería levantar sospechas.

– De acuerdo, no pasa nada. Pero no vuelvas a mentirnos -le amonestó Tordera. Sin embargo, Butxana continuaba con un semblante serio-. En definitiva, Gil ha salido de casa, no ha pasado por su empresa y no sabemos dónde está. No obstante, es evidente que volverá a casa. ¿A qué hora? No lo sé, pero tendrá que volver. ¿Solución? Montaremos turnos de guardia. Me reservo las horas diurnas. ¿Y tú, Toni?

Toni Butxana mantenía la cabeza gacha, como enfadado. Albert sabía que estaba molesto con él.

– No volverá a repetirse -dijo Albert-. Me gustaría que renovaras tu confianza en mí.

– No puedo renovar algo que nunca he tenido.

– Hombre… -Al ex comisario Tordera le parecieron excesivos el tono, el gesto y las palabras de Butxana.

– Verás, Albert, yo tuve un amigo, Héctor Barrera, que por cierto trabajaba para tu periódico…

– Le conozco de oídas.

– Pues bien, Héctor llegó a jugarse la vida por un buen reportaje. Sentía su profesión como una droga de la que no podía prescindir. Hasta que se desencantó, claro. Pero antes de llegar a ser un conformista al que le daba igual todo, que lo único que deseaba encarnizadamente era otra vida fuera de su oficio y de esta ciudad, era capaz de lo más extremo por una buena noticia. Tú eres joven, aún estás empezando, ansioso por ser un periodista admirado. Normal, lo entiendo. Como normal es que lo que tenemos entre manos te quite el sueño, porque es una bomba informativa. Quizá la mejor exclusiva que jamás se haya publicado en la historia del periodismo de Valencia. La tentación de descubrir cosas por tu cuenta es enorme. Lo habría sido también para Héctor… con la salvedad de que tú y yo acabamos de conocernos, y Héctor y yo éramos amigos. Amigos con todo lo que la palabra implica. ¿Por qué debería confiar en ti?

– Porque soy una persona de principios.

– Los principios tienen finales.

– Porque soy amigo de Miquel, con quien me une una amistad como la tuya con Héctor Barrera. Él me ha hecho prometer que no publicaré nada que vosotros no sepáis. Él me ha rogado que respete todo lo que sea confidencial. Como tú, está convencido de que Lloris pagará espléndidamente por la información. Necesita el dinero para ayudar a su madre, que trabaja día y noche. Miquel confía en mí. Nunca le traicionaría. Es el único amigo que tengo. Y, además, de este asunto quedarán noticias jugosas por publicar sin necesidad de contar lo esencial.

– El chaval es de confianza -dijo un Tordera enternecido mirando a Butxana.

– ¿Sólo has pasado por el diario para dejarte ver y no para ir contando lo que descubres cada día a tu jefe de sección?

– Sólo para que me vieran. Sólo para evitar que me hiciesen preguntas. De hecho, he informado de que Lloris y Petit se han entrevistado por primera vez. Tengo que darles algo para que comprueben que estoy trabajando, que hago progresos.

– ¿Por qué no te ordenan que lo publiques?