Выбрать главу

– ¿Por qué? ¿Porque yo también soy una copia, una imitación, una falsificación de ser humano?

Pablo Nopal sonrió de una manera encantadora. Encantadora y nada fiable. Echó a andar por la sala y Bruna se vio obligada a seguirle. Era un hombre delgado y se movía de una manera ligera y como deshuesada dentro de sus amplias ropas flotantes.

– En absoluto. Yo no he dicho eso. Pensé que te gustaría porque dicen que eres una persona inteligente, me he informado un poco sobre ti. Y las personas inteligentes saben que, de algún modo, todos somos un fraude. Por eso los Falsos me parecen la más perfecta representación de nuestro tiempo. No son arte, son sociología. Todos somos unos impostores. En fin, te encuentro extraordinariamente hipersensible, ¿no crees, Husky? Yo, que tú, intentaría analizar el porqué de esa susceptibilidad tan exacerbada.

Porque eres un maldito memorista condescendiente y pedante, le hubiera gustado contestar a Bruna. Rumió sus palabras durante unos segundos, intentando domesticarlas un poco.

– Bueno, yo no creo que sea hipersensibilidad. Más bien es cansancio ante el prejuicio. Es como si a ti te supusieran un interés por la impostura debido a tu pasado. Quiero decir, debes de estar acostumbrado a que la gente te mire y se pregunte quién eres de verdad… ¿Pablo Nopal, el memorista y escritor? ¿O un individuo que asesinó a su tío y salió de la cárcel porque se estropearon las pruebas?

Le atisbó por el rabillo del ojo, un poco asustada por sus propias palabras. Tal vez hubiera ido demasiado lejos y la entrevista se acabara en ese mismo instante. Pero ese aire de aburrida superioridad parecía estar pidiendo el acicate de un aguijón. Bruna conocía a los tipos así: les gustaba ser retados, incluso humillados. Al menos un poco.

– Mal ejemplo, Husky. Yo no he supuesto nada sobre ti. Tú eres quien ha imaginado la ofensa y luego se ha ofendido. Eso es algo que también cuentan sobre ti. Dicen que eres fácilmente inflamable y bastante intratable. Por cierto, mi tío era un mal hombre y yo soy inocente. Mi impostura se refiere a otra cosa.

Contemplaron la exposición en silencio durante unos minutos. Los Falsos recuperan el legado artístico histórico y lo transmutan en intervención social, reafirmando y negando su sentido al mismo tiempo. No cabe un acto mayor de subversión cultural, rezaba un texto escrito sobre la pared en letras tridimensionales. Las paparruchas habituales, pensó Bruna. Había obras de diversas épocas, desde un cuadro de Elmyr D’Ory, del siglo XX, hasta dos piezas de la famosa Mary Kings, la artista más consagrada del momento, que creó un heterónimo, un supuesto pintor bicho llamado Zapulek, y luego se dedicó a falsificar Zapuleks, esto es, a falsificarse a sí misma.

– Bueno, empecemos de nuevo -dijo Nopal-. ¿Para qué querías verme? Sentémonos allí.

Al otro lado de la sala había un lucernario y debajo dos mullidos sillones. La verdad es que era un buen sitio para hablar, aislado y al mismo tiempo tan visible que parecía convertir el encuentro en algo casual e inocente. Un lugar perfecto para una cita difícil, se dijo Bruna, anotando mentalmente el dato por si alguna vez tenía necesidad de un espacio así. ¿Y por qué lo había escogido Nopal? Era evidente que no habían acabado ahí de forma casual.

– ¿Por qué me has hecho venir al museo?

– No me gusta que la gente entre en mi casa. Y este sitio es cómodo. Cuéntame.

Sin duda era un tipo extremadamente reservado. De alguna manera se las había arreglado para escamotear parte de su biografía de la Red. Por más que buscó, la androide no consiguió encontrar un solo dato sobre su infancia. Nopal parecía salir de la nada a los diez años, cuando fue oficialmente adoptado por su tío. Tanto misterio era toda una proeza de desinformación en esta sociedad hiperinformada.

– Mi cliente, antes no te dije su nombre, es Myriam Chi…

Bruna hizo una pausa microscópica para ver si la noticia producía alguna reacción, pero el hombre permaneció imperturbable.

– Ella piensa que tú podrías ayudarnos con la investigación.

– ¿Qué investigación?

– La de esos reps que parecen volverse repentinamente locos y que matan a otros androides y se suicidan.

– El caso del tranvía…

– No sólo ése. En realidad, hay por lo menos otros cuatro casos semejantes.

– ¿Y qué pinto yo?

– No se ha dicho públicamente, pero pierden la razón porque se meten memorias artificiales adulteradas. Alguien se ha puesto a vender memas mortales.

Nopal curvó sus finos labios en una sonrisa ácida, se inclinó hacia delante hasta quedar a dos palmos de la cara de la mujer y repitió con irónica lentitud:

– ¿Y-qué-pinto-yo?

Qué fastidio de tipo, pensó Bruna. Éste era uno de esos momentos en los que la detective hubiera deseado que siguiera vigente el uso del usted, un tratamiento que al parecer en origen era cortés, pero que al final, antes de quedar obsoleto, servía para alejar desdeñosamente al interlocutor, como ella había visto tantas veces en las películas antiguas. Sí, un helador usted le habría venido ahora muy bien. Usted es un asqueroso memorista, le habría dicho. Usted puede ser el cerdo que ha escrito las memas letales. Échese usted para atrás en el asiento y deje de intentar impresionarme.

– Bueno, tú eres un memorista…

El escritor se repantingó en el sillón y soltó un suspiro.

– Lo dejé o más bien me echaron hace varios años, como sin duda sabes. Y antes de que cometas el error de volver a soltar una grosería, te diré que no, no me dedico a escribir memorias ilegales. No lo necesito. Mis novelas se venden muy bien, por si no te has enterado. Y tengo el dinero que heredé de mi querido tío.

– Pero quizá sepas de otros memoristas… No hay muchos. ¿Quién podría estar metido en ese negocio?

– Rompí todas mis relaciones con ese mundo cuando me echaron. Digamos que por entonces no me era muy agradable seguir conectado con ellos.

– Pues Myriam Chi cree que puedes saber algo.

Nopal sonrió de nuevo. Esta vez, para sorpresa de Bruna, casi con ternura.

– Myriam siempre me ha creído más poderoso de lo que soy…

Frunció el ceño, pensativo. Bruna aguardó en silencio, intuyendo que el hombre estaba a punto de decir algo. Pero no se esperaba lo que al final soltó.

– ¿Qué edad tienes, Husky?

– ¿Y eso qué importa?

– Yo diría que debes de tener unos 5/30… Quizá 6/31. Y entonces sería posible.

– ¿Qué sería posible?

– Que yo hubiera escrito tu memoria.

Bruna se quedó sin aire en los pulmones. Un golpe de sudor le empapó la nuca.

– Es una idea repugnante -susurró.

Y apretó los dientes para aguantar las náuseas.

– ¿Sabes, Husky? Hay otra razón por la que he quedado aquí contigo en vez de citarte en casa… He tenido algunos problemas con algunos reps. Por lo general, los tecnohumanos no apreciáis demasiado a los memoristas, y en cierto modo lo entiendo.

– Está prohibido identificarse como autor de una memoria. Está prohibido. No puedes hacerlo.

– Lo sé, lo sé. Tranquila, Bruna. Perdona mi pregunta de antes. En realidad, nunca te lo diría. Aunque no estuviera prohibido, si lo supiera no te lo diría. Te lo prometo.