– ¿Hola? ¿Hay alguien ahí?
Aporreó la corroída chapa unas cuantas veces sin mucho entusiasmo, preguntándose si no se habría equivocado de dirección. Iba ya a llamar a Nopal para confirmar la cita, cuando de repente el portón se alzó con facilidad y sin ruido; Bruna dio un paso adelante y la puerta volvió a descender silenciosamente a sus espaldas. Evidentemente se trataba de un cerramiento nuevo y en buenas condiciones; el aspecto roto y corroído que mostraba al exterior era un simple camuflaje. La detective miró alrededor: estaba en un pequeño vestíbulo blanco y vacío.
– Entra en el ascensor y pulsa el botón B -ordenó una voz sintetizada por ordenador.
Era un montacargas gris, una reliquia industrial del siglo XXI. Sólo tenía tres botones: A, B y C. Pulsó el que le habían dicho y la caja retembló y se puso en marcha muy lentamente. Cuando se detuvo y abrió sus puertas, Bruna se encontró en un gran salón opulentamente decorado en estilo neocósmico. Divanes flotantes y sofás abrazadores a la última moda se alternaban con selectas piezas de anticuario: un escritorio art decó, un armarito chino. Los muros mostraban imágenes animadas de una vista panorámica: una hermosa playa solitaria y, a lo lejos, un pueblo blanco al pie de una montaña. El paisajismo interiorista estaba muy bien hecho y verdaderamente parecía que todas las paredes de la sala eran grandes vidrieras al exterior; las imágenes incluso mantenían la continuidad, de modo que si un perro cruzaba corriendo uno de los muros, pasaba al muro siguiente guardando la adecuada perspectiva. Un trabajo carísimo.
– Entra. Ven aquí.
El sitio era tan grande y estaba tan lleno de muebles que al principio a Bruna le costó ver de dónde salía la voz. Al fin localizó al tipo en un grupo de divanes rojos. Se estudiaron mutuamente mientras se acercaba: era un chico joven y muy delgado. Pero cuando llegó junto a él, la rep advirtió que esa carita tersa y aniñada era producto de la cirugía: sin duda era mucho mayor de lo que aparentaba a primera vista. De cerca, tenía un aspecto plástico e inexpresivo. Desagradable.
– Parece que lo de ser un memorista pirata da bastante dinero… -dijo Bruna a modo de saludo.
El hombre hizo un gesto raro con la boca que probablemente fuera una sonrisa. Pero estaba tan estirado que las comisuras se resistían a curvarse.
– Sí, el negocio no va mal… Tomaré tu observación como un cumplido… porque te estoy haciendo el favor de recibirte… para darte cierta información que te interesa… Así que no voy a pensar que seas tan necia como para insultarme nada más llegar… No, lo que haré será pensar que te ha sorprendido esta bonita casa y que tu frase es un reconocimiento implícito de lo preciosa que es.
Bruna tragó saliva. El hombre tenía razón. Se maldijo a sí misma por bocazas y sobre todo maldijo la agresividad que le despertaban los memoristas. El recuerdo de Nopal y de los brazos de Nopal mientras bailaban pasó por su memoria como un viento caliente. Y aún era peor si no le despertaban agresividad.
– En efecto, es un cumplido. Es que a los replicantes de combate se nos dan mal las cortesías sociales. Me he quedado impresionada con tu casa, desde luego. ¿Puedo sentarme?
El tipo asintió con un gesto de cabeza y Bruna se dejó caer en el diván de enfrente. El mueble se meció levemente en el aire al recibir su peso.
– Y estoy aún más impresionada por el hecho de que hayas aceptado verme y hablar conmigo. ¿Por qué lo haces?
– Eso tienes que agradecérselo a Nopal -contestó el pirata agitando una mano esquelética frente a él.
– ¿Sois amigos?
El hombre resopló sarcásticamente.
– ¿Amigos? No diría yo eso… Mmmmmm… No. Exactamente amigos, no. Pero te veo porque él me lo pidió.
– Pues Nopal debe de ser muy convincente… porque además me has recibido en tu propia casa… Extraordinario. Muy… íntimo.
El tipo volvió a componer ese gesto raro con la boca que tal vez fuera una sonrisa. Su excesivo y zafio trabajo de cirugía plástica no casaba con la exquisitez del lugar, pensó la rep. También su ropa parecía vulgar, un terciopelo negro ostentoso y hortera, por no hablar de las cadenas de oro que estrangulaban su pescuezo pellejudo. Desde luego el hombre no tenía nada que ver con el refinamiento del ambiente.
– No tengo mucho tiempo. ¿Vas a perderlo hablando de Pablo Nopal? -gruñó el hombre.
– Prefiero que hablemos de las memas.
– ¿De cuáles?
– De las adulteradas. De las que están volviendo locos a los replicantes y después los matan.
– Yo de ésas no sé nada. Nunca maté a nadie. Pirata sí, asesino no. Sólo trabajo con traficantes de confianza. Gente seria. Ellos tienen la clientela, consiguen el hardware… Yo me limito a escribir el contenido.
– Ya. Y supongo que tampoco sabes nada de quién puede estar detrás de los implantes mortales, claro…
– Bueno, algo se oye por ahí. Sé que es alguien que viene de fuera.
Labari, pensó Bruna de inmediato.
– ¿De fuera de la Tierra, quieres decir?
– De fuera del oficio.
– ¿Lo tuyo es un oficio? -gruñó decepcionada.
– Tanto como lo tuyo, con la diferencia de que yo soy mejor profesional que tú.
Bruna suspiró.
– No lo dudo. Disculpa. Pero si de verdad eres tan bueno, te llamarían para que hicieras las memas asesinas…
– Te he dicho ya que no.
– ¿Cuántos sois? ¿Cuántos memoristas ilegales como tú hay en el mercado?
– Como yo no hay nadie. Soy el mejor. Pero luego puede haber media docena.
– ¿Y cuál de ellos podría haberlo hecho?
– De ésos, ninguno.
– ¿Por qué?
– La mayoría de los memoristas piratas son muy malos. Utilizan tramas aleatorias compradas en el mercado negro e imágenes sintetizadas por ordenador. Sus memas son una basura. Pero esas memorias asesinas son increíbles… Raras, muy raras. Nunca he visto nada igual. Muy violentas y llenas de odio, pero también llenas de veracidad. Ahí detrás hay un escritor. Alguien que ansía expresarse. Son breves, apenas cuarenta escenas, pero buenas. Los piratas que conozco nunca hubieran sido capaces de hacerlas.
– Me dejas asombrada: ¿cómo es que conoces el contenido de las memas asesinas?
– Bueno, todos tenemos contactos… Y es mi profesión. Más aún, se puede decir que me va la vida en esto…
– Dices que son muy raras… ¿Por eso crees que han llegado nuevos traficantes a la ciudad?
– No, no. Yo no he dicho eso. Ahí está lo extraño del asunto. No hay nuevos traficantes. No hay nuevos memoristas. No es que haya una partida adulterada… Nadie está metiendo memas asesinas en el mercado. Nadie las está vendiendo. No es una operación comercial. No es un asunto de drogas. ¿Entiendes lo que digo?
Bruna reflexionó un instante para procesar las palabras del hombre.
– Quieres decir que las víctimas no compraron los implantes voluntariamente… Que les introdujeron las memorias a la fuerza… Y que probablemente no fueron víctimas casuales, sino que las eligieron por alguna razón…
– Eso es.
De manera que no sólo Chi, sino todos los demás replicantes podrían haber sido cuidadosamente seleccionados siguiendo algún plan.
– ¿Y por qué están asesinando también a los traficantes habituales?
El memorista se rascó la punta de una oreja con nerviosismo.
– Mmmm… Ésa es una buena pregunta. Una pregunta cuya respuesta me gustaría saber.
Tenía miedo. El hombre tenía miedo, comprendió la androide de repente. Eso explicaba algunas cosas.
– Temes que puedan matarte a ti también… Por eso has querido hablar conmigo…
– Ya te he dicho que lo de verte es cosa de Nopal… Pero, como es lógico, me inquietan esas muertes… Como dice el refrán, cuando el plasma brilla cerca, la sangre propia se pone a hervir.